A veces dan ganas

A veces dan ganas de dejar de sonreír. A veces dan ganas de dejar de soñar. A veces dan ganas de dejar de hablar. A veces dan ganas de dejar de buscar el estúpido lado amable. A veces dan ganas de estrellar un millón de cosas contra la pared y dejarlo todo así, roto, hecho añicos por el suelo. A veces dan ganas de mentir por el puro placer de hacerlo. A veces dan ganas de aventar algo por el balcón. A veces dan ganas de aventarse por el balcón. A veces dan ganas de gritar hasta quedarse sin voz. A veces dan ganas de llorar hasta quedarse sin ojos. A veces dan ganas de borrarse la memoria. A veces dan ganas de desaparecer, así nomás... así nomás no volver a volver. A veces dan ganas de burlarse de todo y cagarse en todo. A veces dan ganas de decirle a uno que otro sus verdades. A veces dan ganas de lastimar algo, porque sí, porque se puede hacer y ya. A veces dan ganas de cortarse la piel con una navaja fría y afiladísima. A veces dan ganas de salir desnudo a la calle sólo para ver qué carajos pasa. A veces dan ganas de dejar de buscar un sentido. A veces dan ganas de dejar de creer en el amor. A veces dan ganas de dejar de creer en la vida. A veces dan ganas de no despertar. A veces dan ganas de no levantarse de la puta cama ya nunca más. A veces dan ganas de ser otra persona. A veces dan ganas de no ser nadie. A veces dan ganas de meterse un tiro entre los ojos y darlo todo por acabado ya.

El último día del año

Amaneciste con urgencia de verme y qué bien se sintió. A las tres de la tarde, acordamos vernos a las cuatro. Como niños, como adolescentes obedientes que todo han de hacerlo de día porque para ellos la noche no existe. Salí de mi confort sabatino y empiyamado y me metí debajo del chorro de agua caliente. Abandoné mi guarida oliendo delicioso. Llegué rápido. Las ganas que tenía de que sucediera lo que tuviera que suceder, lo que se veía venir. Tenía que ser ese día. Y que fuera de una buena vez.

Era un día frío, nubladísimo, amenazaba con llover. Un día hermoso. Llegué y ya estabas ahí, esperándome. Frente a toda esa gente, nos dimos un abrazo tan largo que minutos después tuviste que preguntarme si me había quedado pegada a ti. Y te respondí que sí. Nos interrumpieron por una silla y nos separamos. Tú un cafe, yo un té. Salimos a ocupar la única mesa vacía de afuera y nos pusimos a hablar de cosas que ni tú ni yo entendemos ni entenderemos jamás. Por momentos, dejaba de escuchar lo que decías y sólo te miraba... te miraba con mirada de cariño y de duda. Te miraba comprobando que te había extrañado más de lo que me hubiera gustado. Te miraba reconociéndote, intentando saber quién eras. Te miraba para no golpearte, para no besarte, para no acariciarte el pelo y para no salir corriendo despavorida de ahí. Abrazando mi bolsa y cruzando los brazos, subí los pies a la silla de enfrente mientras tú te recostabas cada vez más incómodo en la tuya. Tus piernas encontraron un lugar por debajo de las mías. Descrucé mis brazos y tomaste mi mano. Tomaste mi mano débilmente. Tomaste mi mano apenas tocándola, por impulso, porque estaba ahí, sola sobre mi rodilla. Y entonces me solté. Se terminaron el té y el café y nos pusimos a caminar. Caminamos con risas y sin prisas. Evitándolo todo, hasta que nos acabó el camino y tuvimos que desandar lo andado.

Te besé como si no hubiera nadie alrededor y después te pedí que me acompañaras a comer algo. No fue difícil decidir qué, el antojo ya estaba manifestado. Mientras pagaba lo que iba a comer, me tomaste por la cintura y notaste que bajé de peso. Había menos piel entre tus manos y los huesos de mis costillas. Finalmente, me sirvieron y entre los dos nos comimos mi comida. Fumé. Te llegó un mensaje que cerraste rápido. Guardaste tu teléfono. Supiste que me di cuenta pero seguiste hablando aunque sabías que no te estaba escuchando.

"Tienes cara de que estás pensando cosas serias", me dijiste un momento después cuando por fin decidiste abrir la caja de Pandora. Te correspondía hacerlo.

Y pasó. Y pasó lo que tenía pasar. Se dijo lo que se tenía que decir. Se afrontó. Empezaste hablando tú, acabé diciéndote cómo me sentía. Hablamos de frenos, de golpes, de miedos, de cuatro meses, de un enojo y una inspiración, de cosas impresionantes, de risas, de flores, viajes y familias. Hablaste de procesos y eras glaciales. Hablaste de soledad y finales. "Nadie regala once rosas". Tienes razón. Te aseguré que si alguien en el mundo te entendía, ese alguien era yo. Me vi en ti. Me pediste perdón aunque no tuvieras porqué hacerlo. Lloraste, te abracé. Lloré, me abrazaste. Tuve veinticuatro opiniones distintas en mi mente, acabé optando por la más conguente y cuando ya no había nada más que hacer ahí, te pedí que nos fuéramos.

Me invitaste a donde ibas a estar, te dije que en la noche decidía. Pero ya era de noche. No me di cuenta en qué momento se acabó la luz. Nos levantamos de aquella mesa y comenzamos a irnos... más aún. Nos dimos cuenta que hacía frío. Algo dijiste de que estaba muy seria y yo acabé haciendo un par de bromas para tu comodidad. Me acompañaste a mi camioneta -que sí encontré-, me subí y me fui. Así, sin más. Así, como es. Así, que sea.

El último día del año, se dijo lo que ya veníamos intuyendo: que entre tú y yo, tú preferiste estar contigo.

Y así es como fuiste la última conversación de mi año.

Adiós.

Hubiera también

Una vieja construcción. Hermosa y seductora casa de fachada exterior y puerta de entrada que no saben hacerle ni tantita justicia. Un ligero pero presente aire clandestino que se respira por todo el lugar y un personaje parecido a un mayordomo que te permite entrar sólo si recibe petición explícita. Unos pasos más allá de la entrada, angostas y rectas escaleras que hicieron retumbar el eco de mis pasos. Fue por las tablas huecas, por la altura de mis zapatos negros o por la firmeza de mis pasos. Después, una especie de recibidor. Al centro, un patio interior. No volteé para arriba para corroborar la existencia de un gran tragaluz -naturalmente, la noche no me invitó a buscar el sol- pero firmaría con mi sangre ahora mismo que ahí está. Ventanas, recovecos, cuartos, tapices, barandales. Robustas columnas sosteniéndolo todo. Piso de cuadros como el tablero de un ajedrez que nunca nos dimos el tiempo de jugar. Sillas y sillones de todos colores, tamaños y texturas. Mesas de cristal a la altura de las rodillas, al menos de las mías. Cargadas ligeramente a la izquierda, las que un día fueron unas elegantes escaleras enrolladas que descienden perezosas desde el segundo piso. Como una gordísima serpiente que no puede moverse... pero que sabe que sabes que quiere matarte.

En la planta alta, sobre el pasillo de la izquierda y en la primera puerta también de la izquierda. Antes del baño. La recámara con persianas horizontales, vista a la calle y olor a madera. Los muebles parecían haber estado esperándonos: brillaron y se desempolvaron por magia apenas entramos. La chimenea, vieja como la guerra, te pasó desapercibida. La manija de esa puerta se me imprimió en los parasiempres, pero tampoco la pudiste ver.

De haber sido otras las circunstancias*, hubiera prendido tres velas. Hubiera pretendido que no había gente del otro lado del muro ni mundo al cual regresar. Hubiera hecho de la música un cómplice refugio y nos hubiera abrigado con ella a ambos. Hubiera llevado tus manos a mi cintura y las mías a tu cuello y te hubiera exigido silencio con un beso intempestivo y casi violento que hubiera dejado mi boca irritada por tu barba sin rasurar. Hubiera también...

Ahí. De pie. Los dos. Diciendo estupideces que hoy en mi cabeza suenan como lo que dice quien mete la boca dentro de un vaso de plástico y comienza a tartamudear en hebreo. No decido si es mejor o peor que no pueda recordar qué tanto decíamos. En fin. Nos fuimos. Bajamos por la espalda del reptil abandonando el lugar sin siquiera mirar atrás, sin siquiera volver jamás.

Tú con todas tus malditas prisas y yo con todas mis benditas ideas.

Orizaba 76,
entre Colima y Durango.
Colonia Roma Norte,
Delegación Cuauhtémoc.
Código Postal 06700
México, Distrito Federal.
¿Dónde carajos más?

Notas al pie:
*Por circunstancias me refiero a compañía.
**El ala Sur del recinto permanece hasta la fecha inexplorada.

Can I see it?

I didn't use the book, I made it up.

What is it?

It's people seen from above...
from the sky. See:
These are people walking,
that's a person lying down,
and that's a person standing up
next to a person lying down.
This is me...

and you...

and everyone we know.

Where's dad?

Palabras de carrusel

A John

La cosa es que nos entendemos, mucho más de lo que fuera evidente (entonces y ahora). La cosa es que sabemos tener el corazón en la mano y cuando nos saludamos así -aunque sea a años y océanos de distancia-, no tenemos otra cosa que darnos que no sea justo eso. La cosa es que creemos, creamos y estamos absurdamente vivos. La cosa es el significado que le damos a algo tan absurdo y tan etéreo como estar aquí. Algo ya entendimos, algo ya hicimos bien. Somos felices por costumbre, porque no podemos ser de otra manera. Yo, su pecho colombiano, lo traigo acá, en éste mexicano... "y hágale como quiera." A mí, su mochila naranja cruzada no se me olvida, porque yo tenía una igual y nunca se lo dije hasta hoy. Sólo que la mía era azul, pero eran idénticas: contaban un millón de historias. El eterno inconforme, el espejo rebelde. Lo que no supo usted, fueron las historias completas de los que lo seguimos. Y la mirada que teníamos al recordarlo en aquella acera, lo que sentimos el día que se fue.

Le reclamo un poco al tiempo que no fuera antes, que no fuera en vivo y a todo color. Que no fuera en ese jardín, en esa mesa y en ese vértigo bendito que nos encontró. Que no nos reconociéramos antes para que la complicidad llegara. Yo estaba muy ocupada estando incómoda y usted estaba muy ocupado... haciendo lo mismo. Retando al reloj y al camino. Respetándolos. Abriendo las alas y rascándolas para que no se entumieran. Poniéndole signos de interrogación a los muros que nos rodeaban. Le reclamo un poco al tiempo que tuviera que poner tanta agua entre los dos. ¡Las pláticas que tendríamos por las tardes! ¿Nos imagina tomándonos un café cualquier miércoles cercano? Yo creo que nos perdimos de mucho. Y también creo que no pudo ser de otra manera. Y ahí me peleo conmigo.

¡La cantidad de recuerdos que tengo de usted! Como destellos, como postes de luz que se encienden con el tiempo y que se conectan con cables de complicidad y talento. Entre líneas, entre letras. Su despedida. Inolvidable. Borracho como pudo estar. Y yo... también ahí.

No sé ni qué más decirle, oiga. Es como si una vez más, sobraran las palabras, esas que nos dan o dieron o darán de comer. (Amén.) Es como si otra vez, me dijera con sus 20 años de experiencia y mis 20 minutos de la misma, que admira lo que escribí. Y yo con la piel de gallina sin saber qué decirle. Y usted en cuclillas. Seguramente no se acuerda pero yo sí. No me importa quién hable el mismo idioma, importa quién hable el mismo lenguaje y usted lo hace. Nunca ha faltado ni ha sobrado una sola palabra entre los dos, un sólo saludo, una sola carcajada a distancia, una sola mirada sin mirarnos. Y aunque esté a ciento catorce países de distancia -o los que chingados sean-, sepa que en éste, se le recuerda a diario. Y así es.

Con la absoluta certeza de volver a encontrarlo, sepa que mi sofá naranja está por cumplir tres años. Está hecho un desastre. Aplastado, manchado, sucio y orgulloso. Tengo que retapizarlo. Pero jamás he olvidado que usted tiene uno casi igual, allá en Varsovia. Al menos, del mismito color.

Sus palabras siempre se quedan dando vueltas por acá. Son de carrusel, me acompañan por semanas. Rondando. Todas y cada una. Hasta me dan ganas de pensar que no soy la única estúpida que está tan absurdamente así, viva.

Hasta mañana, pues... cuando mis buenos días sean sus buenas tardes. O mis buenas tardes, sus buenas noches. Le dejo aquí casi toda mi admiración. La demás, la iré dosificando por el camino que nos queda. Que es bastante.

Intactas

Vámonos a vivir a una canción.
Veámonos en una película.
Inventemos palabras que sólo entendamos tú y yo.
Juguemos a escondernos en nuestras miradas.
Encuéntrate en las líneas de mis manos.
Desnudémonos tendiendo nuestra piel al sol.
Hagamos papalotes de sonrisas voladoras.
Regálame (a) una flor.
Caminemos barriendo los pisos de nuestros recuerdos.
Compartamos el fuego y el agua.
Tómame de la cintura y báilame.
Sedúceme todos los porqués.
Miremos de frente a la vida con los ojos cerrados.
Acaríciame los sueños mientras yo te abro las alas.
Conviértete en el mago de mis besos.
Dame un abrazo que me dure toda la vida.

Enamorémonos, pues... otra vez;
que las ganas de compartir las tengo intactas.

Agosto es una carretera

Ambas cosas surten en mí el mismo efecto: agosto y las carreteras. Me pongo reflexiva y neutral. Me acomodo, evalúo y mi perspectiva cambia. Me tomo el tiempo. O el tiempo me toma a mí. Disfruto el camino y paso divirtiéndome por donde sea que esté pasando. Y aunque no sepa con exactitud cuánto falte, sé que he de llegar a algún lugar. Debe ser el cumpleaños que me está renovando la madurez y que me hace mirar por las ventanas. Que me hace sonreír a escondidas, hablar de lo que nunca hablo y cantar más fuerte de lo normal. Y disfrutar la velocidad. Debe ser agosto que, para mí, siempre es una carretera.

Sexo, (drogas) y roncanrol

Hoy es el lunes después de la sobredosis. Hoy hubo que pagar la cuenta, la factura pendiente. Malditas drogas. Acabo ansiosa, destruída, con las ojeras en las manos y siempre con ganas de más. Poseída y hecha pedazos. Incapaz de responder por mí. Con el sistema nervioso colapsado y síntomas evidentes de una intoxicación de la que apenas me estoy recuperando cuando ya quiero más.

No se puede dejar de consumir consumiendo, eso me queda claro; pero desde el miércoles, esto es el colmo. No he dormido, he comido mal, se me olvida tomar agua y apenas puedo cargarme el cuerpo. Y aquí estoy, haciéndolo de nuevo: inyectándome las letras que escribo, aspirando películas y vino tinto, fumando largas pláticas y tomándome pastillas de cerveza, ron y fútbol. Poniéndome música nueva debajo de la lengua, bebiendo nicotina, enrollando café y vomitando conciertos en vivo.

Benditas drogas que alivianan la existencia. Las mías son ésas. Todas legales, afortunadamente... pero drogas, al fin. Y yo aquí, con sobredosis y sin saber dónde se rehabilita uno de esta asquerosa adicción a la vida, de estas ganas de más. Perennes e insaciables.

Un fin de semana memorable que se llenó de excesos desde el miércoles. Pinche junkie de mierda que soy. Y dicho esto, sólo resta decir lo siguiente: que vivan el sexo, (las drogas) y el rocanrol.

Fue domingo

El 22 de agosto del año pasado fue domingo y yo amanecí en Playa del Carmen. Decidí que iba a pasar mi cumpleaños en la Riviera Maya y, como todo lo que se me mete en la cabeza y está bajo mi control, así fue. Ese día, fue el primero de 8 que estuvimos por allá.

Una semana completa -de sábado a sábado- con el mar tratando de salarme la sangre y el color del agua imprimiéndoseme indeleblemente en la mirada. Fueron días de agua, sonrisas, vino blanco y pirámides prehispánicas. De barreras de coral, viento húmedo, talco de arena en las sandalias y bronceador entre los dedos. Días de estar, durante horas, despeinadas y tumbadas sobre nuestras espaldas buscándole forma a las nubes mientras nos pasábamos innumerables tragos de cerveza fría entre los labios. Días de contarnos historias insospechadas en azoteas con hamacas rojas y carcajadas que seguramente se escucharon en altamar. De parapentes de colores, salvavidas, albercas, pecas nuevas y ceviche fresco. Así fue. Hermoso. Fue como deben ser los viajes de despedida, los puntos de partida, los abrazos simbólicos y "finales". Fue como tienen que ser los cierres... que acaban siendo inicios. Hermoso.

El 24, el día de mi cumpleaños, cayó en martes pero yo celebré toda la semana. Recuerdo que aquél día el sol brillaba con toda su fuerza y rebotaba en mi espalda que, a propósito, estaba puesta, dispuesta y desnuda para recibirlo. En bikini, de panza y con las nalgas al aire. Recuerdo que en cuestión de minutos, el cielo se cerró y sin previo aviso, comenzó a llover como sólo puede llover en El Caribe: como si tuviera que caer todo de una. También recuerdo que minutos después volvió a salir el sol. Como si nada, le creímos como la primera vez. Recuerdo mirar el azul, abierto e inofensivo, y recuerdo caer, por segunda vez, en la trampa de la luz. Niñitas ingenuas y citadinas que no aprenden nada. Nos mojó otra lluvia y cuando por fin paró, nos vestimos, tomamos nuestra dignidad -que escurría- y nos fuimos caminando sobre una callesita empedrada. Yo, en algún punto de ese caminito, volteé hacia atrás y vi el arcoiris más hermoso que haya visto en mi vida. Enorme, brillante... y mío. Estaba vivo y yo también. Fuimos nuestro regalo mutuo de cumplaños. Y la fotografía que le tomé fue mental y eterna.

Se terminó la semana el día 28. Nos sacudimos las vacaciones y nos subimos a otro avión que nos dejó reanudándonos la vida en Guadalajara. Ya sin bronceador entre los dedos, sin hamacas en azoteas y sin ningún arcoiris cuidándonos los pasos.

Vivía en otra ciudad, en otro departamento. Ocupaba otro escritorio en otra oficina en otra empresa en otra industria. Mis ganas de levantarme de la cama, muchas veces se quedaban dormidas. Mis días eran otros y la gente que los llenaba, también era otra. Las cosas que me flotaban en el pensamiento, hoy me resultan ajenas, lejanas y hasta deformes. Como de otra vida, como de otro mundo, como de otra yo. Traía la incertidumbre enredada con la decisión en los bolsillos de mis jeans llenos de agujeros y de historias. Había tocado fondo y lo único que quería era moverme. Y me estaba enamorando de ti. Por aquellos días, apenas empezabas a llegarme. Ayer despertaste en mi cama. Largos caminos que se recorren en un año.

Hoy no he visto el mar y del Caribe... nada. Pero ante esta vista, no puedo más que asombrarme de lo que la fuerza del cambio y un poquito de confianza pueden hacer. El 22 de agosto de este año es lunes y yo amanecí -con otra vida- en la Ciudad de México:


Una de tantas

Ahora estoy pensando que una de tantas diferencias entre la gente normal y la gente que escribe, es que a los primeros se les atoran las historias en la punta de la lengua y a los segundos en la punta de los dedos.

... Y me tiemblan las manos.

105 pesos y 7 minutos

Caminaba el domingo mirando los dedos de sus pies que se asomaban a través de sus sandalias. La ciudad se le estaba colando por los poros y ninguna de las dos tenía prisa. Era una de aquellas tardes en las que hasta el sol tenía ganas de meterse en la cama. Soplaba el viento fresco y se escurrían los últimos rayos perezosos por entre el algodón con que el cielo se viste algunas veces.

Se acercó al mostrador de la farmacia de la esquina y pidió lo que necesitaba. La encargada que la atendió puso, una arriba de la otra, las dos cajitas de cartón sobre el mostrador de cristal y le preguntó si quería bolsa, a lo que ella respondió que no. Pagó, agradeció y salió. Esperó que el semáforo cambiara a rojo y -no sin echar un rápido vistazo hacia la izquierda- cruzó la calle hasta llegar al camellón. Saludó brevemente al hombrecillo y dejó que sus ojos encontraran lo que buscaban. El silencio en aquél lugar no era más que una lejana utopía... como la soledad. Volvió a pagar, volvió a agradecer y cruzó la calle de regreso. Desanduvo el camino hasta llegar a la puerta de cristal donde tocó el timbre. Volteó por encima de su hombro y cruzó su mirada con un joven, sentado en la acera de enfrente, que la veía fijamente. Ella, frente a la puerta de cristal, miró sus manos y repentinamente se volvió conciente de lo que sostenía.

Unos segundos más tarde, él apareció del otro lado del cristal y le sonrió. Sacó su llave, abrió la puerta y la besó, abrazándola por la cintura. Ella recargó su mejilla en el pecho de él, mientras él le besaba la frente. Cuando se separaron, se volvió a mirar los dedos de los pies.

Él la tomó de la mano y la jaló delicadamente hacia adentro del edificio. Ella, discretamente, se volvió buscando con su mirada al joven del otro lado de la acera pero ya no estaba.

- "¿Qué traes ahí?", le preguntó.
- "Sólo esto", respondió ella levantando su mano.

Él mostró media sonrisa. Cómplice condescendiente.

Entraron al elevador y después al departamento.

De las tres cosas que compró, sólo necesitaba dos. De la otra, prescindía... si es que puede ser posible prescindir de un deseo.

Compró cigarros, condones y flores. Y justo antes de que llegara él a abrirle la puerta, ella escondió lo primero, guardó lo segundo y apretó con su mano lo tercero.

Pero no en ese orden.

O sí.

Contigo, de ti, a ti

Contigo no voy a tener cuidado.
[...] si tengo cuidado es que tengo miedo.
Y si tengo miedo jamás podré amarte.

Página 180

"Aprendió a vivir con la verdad. No a aceptarla, sino a vivir con ella."

La historia del amor
Nicole Krauss
Página 180

Actas

Al nacer, alguien va al registro y nos da de alta.
Al morir, alguien va al registro y nos da de baja.
Ni una ni otra podemos hacer por nosotros mismos.

Vivimos en un mundo
en el que existimos y dejamos de existir
sólo si hay alguien que esté ahí para constatarlo...
y conseguir(nos) un acta.
14 de agosto, 2011

(Arrepentirse)

Arrepentirse es jugar a dios
y desear poder alterarlo todo.
Quirúrgica y tramposamente.
Es quedarse colgado en los renglones
de lo que nunca se escribió.
Volverse loco por una fantasía
y escupirle en la cara a lo real.

14 de agosto, 2011

Far beyond

No soy una persona de las mañanas y jamás lo he sido. "Not a morning person", diría cualquier anglosajón. Eso de abrir las ventanas y saludar con una enorme sonrisa al señor sol para recibir sus primeros rayos de luz y escuchar los pajarillos trinar... nomás no es lo mío. Yo, todo lo contrario. El esfuerzo más grande que hago cada día es salir de la cama y arrastrar el alma hacia el chorro de agua tibia que sale de la regadera. Es hasta después de las diez -y con la correspondiente dosis de cafeína paseando por mi sangre- que me siento completamente activa, despierta y lista para enfrentar al mundo. Nunca antes.

Mientras, ando por ahí, limitando el número de palabras que pronuncio, la expresión de mi rostro se vuelve toda neutralidad y las demostraciones de afecto o cortesía son prácticamente nulas hasta pasada dicha hora. Si dormir fuera negro y estar despierta fuera blanco, yo me paso dos o tres horas grises cada día. En fin, culpo a mi madre -y que conste aquí- por heredarme su neurosis matutina. Por poner en mis genes esta cosa de necesitar el silencio, de que el cerebro no arranque, de que la piel no despierte, de valorar hasta niveles incomprensibles el espacio vital y además de todo lo anterior, defender este derecho humano de amanecer nefasta.

Ese jueves, como todos los demás días de mi existencia, amanecí con resaca vital. Pero era un jueves especial, uno testarudo y mucho más fuerte que yo. Pasaban las horas pero no pasaba la sensación. Ya tenía toda la mañana lejos de las tibias sábanas de mi cama y seguía igual... o peor. Ya había desayunado y bebido café. Estaba en el trabajo, sonaban teléfonos, llegaban correos, había que ir a junta y mucho qué hacer. El mundo demandaba de mí y yo con la vida entumida. Sin reaccionar, sin sonreír, hablando lo menos posible y sin establecer ningún contacto aceptable con ser alguno que rondara mi existencia.

Lo que quería era llorar. Lo que quería encontrar una canción y quedarme a vivir en ella todo el día. Lo que quería era un abrazo y después quedarme sola. Meter mi cara entre mis manos y que nadie me viera a los ojos. Postergar todos mis quehaceres ejecutivoficinescos y dedicarme a deshacer el nudo que cerraba mi garganta. Y a pesar de que todo estaba "bien", yo tenía ganas de que alguien me dijera que todo iba a estar bien. Y tenía ganas de creerle.

This goes beyond not being a morning person...
Far beyond.

Agua fría

A veces quisiera que todo saliera mal, generar una mala noticia y que fuera verdadera y la recibieras tú. Y que el día que te enteraras, yo estuviera ahí -como testigo invisible- para ver la expresión de tus ojos; tu sorpresa, tu shock.

Tal vez y sólo tal vez, pensarías: "me hubiera gustado estar, compartir, acompañar... sólo para que el final del camino no hubiera sido un baldazo de agua fría".

Yo asumo, tú asumes. Yo supongo, tú supones. Y pensamos que nada cambia... aunque bien sepamos que no es así. Y vamos construyendo la ilusión de que lo que es, seguirá siendo. Y no: de este lado, cada vez más parece que no.

Y es de las dos partes. Para acercarse, se necesita uno; para estar lejos, se necesitan dos. La diferencia es que a mí sí me duele, a mí sí me gustaría que fuera distinto y que no hubiera, al final de ningún camino, ni una complicidad oxidada ni una gota de agua fría sobre nuestras cabezas.

Estas cosas

Esta cosa de no querer. Esta cosa de no ver por dónde o para qué. Estos dedos que no saben qué teclear y este tiempo que se va haciendo menos. Este agujero lleno de nada. Esta falta de... Este dudar hasta de las dudas. Estos nudos, este aire denso, este lodazal, este "no". Aquellas pequeñas grietas que se hicieron rupturas y hoy son imponentes abismos. Éstos abismos para encarar el vértigo. Estas ganas que se fueron de vacaciones y no se molestaron en regresar ni para renunciar. Esta culpa que no es culpa, pero parece. Este olvido colmado de recuerdos. No es que no sepa qué decir, es que no sé si quiero decirlo. Pero así son estas cosas.

Atajos hermosos

Pareciera que lo que hay que hacer es aferrarse a toda costa. Pareciera que el precio a pagar es y siempre ha sido "cuesteloquecueste" y hay que pagarlo porquesíynolemuevas. Ser feliz no importa. Lo que importa es no perder, no soltar, no rendirse. Porque la paz no es indispensable. Porque las ganas se van y hay que aceptarlo. Porque la rutina, el tiempo y los planes nos ganan la carrera, ¡y ni hablar! Porque hay que dolerse y demostrarlo -a gritos, de ser posible-. Porque si amar no es sufrir entonces quién sabe qué sea. Pareciera que hay que estrellarse contra las paredes, rasgarse la vida, morir en el intento y retorcerse de dolor. Y al final, sentirse muy, muy culpable por no haberse retorcido lo suficiente. Y luego que ya no haya nada que hacer, meterse las manos en los bolsillos, hacerse la vida miserable, ver el suelo indefinidamente y patear botes hasta que ya no queden pies ni para caminar. After all, no pain, no gain. Quién sabe, en una de esas, volvemos.

Si el jarrón se rompe, pues pégalo. Y una vez que el pegamento seque bien, asegúrate de poner el lado resquebrajado contra la pared para no estarle viendo las rupturas cada vez que accidentalmente pases por ahí. Cómprale unas lindas flores de colores y no lo vuelvas a tocar jamás. No sea que ahora sí se rompa definitivamente.

Hay que compartirlo todo, fundirse con el otro y ser uno sólo. Hasta que no haya más terreno que el que tenemos en común. Hasta que no seamos otros que los que somos juntos. Menos que eso, no vale, no es suficiente.

Imprímete tanto en mí que acabes por cambiarme. Y al final de los días, cuando decidas que no te gustó tu creación y que me prefieras como era antes de ti, dime que algo cambió, que ya no soy la misma y que ya no te quiero como antes. Dime que algo se rompió e invítame a la tienda a comprar pegamento para el dichoso jarrón. ¿Quién lo paga?

Y es que hay que ver lo lindo. La historia, lo construido, el futuro -hipotético, nublado y feliz a partes iguales-. Eso es en lo que hay que fijarse... ¿y lo demás? Bueno, con lo demás aprendemos a vivir porque a fin de cuentas nadie es perfecto y dios nos libre de estar solos. Más vale pájaro en mano, lo sabemos bien. Además, el amor se transforma y tiene muchas etapas... de las cuales en muchas, pareciera ser cualquier otra cosa menos él mismo. Pero eso es lo de menos, hay que hacer como que no nos damos cuenta.

El conflicto es normal. La comunicación es difícil. Hay que ceder y hacerle creer al otro que él tiene el control, que lo necesitamos hasta para respirar, que sin él la vida no tiene sentido. Hay que hacernos indispensables para que no se vaya, porque al menos, ya lo conocemos y podría ser mucho peor. Y terminar agradeciendo que esto no es una tragedia.

La tranquilidad es desinterés. La incertidumbre es falta de compromiso. La honestidad ha de ser suavizada. "Dile la verdad pero que no se de cuenta", "pídele su opinión pero has lo que quieras" y "hay que poner mucho de nuestra parte todos los días".

Hay opciones que jamás deben ser consideradas, aunque existan y sean. (Como la de no estar). Y, claro, siempre vendrán tiempos mejores. Porque las mejores relaciones se construyen en la adversidad. Y es que si no es así no hay manera de que las cosas funcionen... y pues no, God forbid us.

Me retuerzo como ostión vivo y crudo bajo un chorro de jugo de limón cada vez que todo esto se me vuelve propio. Cada vez que me hablan mis mujeres y me dicen estas -que para mí- son barbaridades medievales, es como si me hablaran en chino mandarín, como si me quisieran meter en un cajoncito en el que para caber, hay que descuartizarme.

Y es que para mí, la valentía y la fuerza no están en quedarse ahí a romperse la vida cuesteloquecueste. Y es que para mí, la felicidad sí es indispensable y el amor debería ser lo más fácil de hacer. Y es que para mí, hay paz en cualquiera de las opciones... ¡porqué sí hay opciones chingadamadre! Y es que para mí, el mundo no se acaba. Perdón pero no se acaba. De verdad que no.

Algo entendí mal. Estoy segura. En algún lugar del camino me perdí. (Y este atajo que encontré, ¡está hermoso y desierto como ninguno que hubiera transitado antes! Me asusta pero me gusta).

Maybe I am the fucking problem, after all...

Un arte lejos de ser dominado

Yo con un paraguas soy solamente un estúpida con un paraguas. Con él, debajo de él, dentro de él... una estúpida. Me declaro perfecta y absolutamente inútil e incompetente cuando de estos artilugios de la vida moderna se trata.

He aprendido en esta ciudad capital que es importante tenerlos y no sólo eso (if only!); sino que hay que cargarlos y no ir olvidándolos por ahí; y tampoco sólo eso, sino que hay que saber usarlos, hay que saberse con un paraguas. Apenas caen las primeras gotas de lluvia y lo mío se vuelve un lamentable intento de consecuencias funestas y sin vuelta atrás. En otras palabras, una pena.

Uno ha de aprovechar sus trayectos a pie como mejor le plazca comprometiéndose a cabalidad en nobles actividades como fumar, hablar por teléfono o escuchar música. Cuando empieza a llover y uno tiene que sacar su paraguas y el dilema comienza más temprano que tarde. ¿Con qué mano se sostiene? En mi caso, mi mano derecha es por naturaleza más fuerte y hábil que la pobre zurda, pero si lo sostengo con la diestra -que no diestramente- quedo prácticamente invalidada para todo lo demás. Ahora bien, si lo sostengo con la izquierda, mi mano derecha quedará libre para sostener un cigarro, buscar las llaves o ir resguardando mi bolsa, pero el paraguas irá tambaleándose a la menor provocación de los vientos y de mis vaivenes entre los charcos, coladeras, banquetas y demás trampas mortales que voy encontrando por el camino. Amén del cansancio de la bendita floja mano.

Hace unos días creí que había descubierto el tan buscado hilo negro cuando después de una larga caminata bajo la lluvia, iba yo grácilmente sujetando mi paraguas con la mano izquierda y apoyando su estructura tubular ligeramente contra mi clavícula, mientras que con la mano derecha sostenía de manera delicada y elegante un cigarro. Casi como francesa del siglo XVIII en su enorme vestido pomposo, a excepción de la nacionalidad, la época, la vestimenta y claro, la habilidad. En fin, hasta traía puestos mis audífonos y todo en su lugar. Y justo cuando creí dominar el arte (¡porque lo es!), la vida me sometió sin clemencia alguna. Fue patético.

La inclinación del paraguas sobre mi cabeza y la gravedad haciendo su trabajo, llevaron chorros de agua hacia la parte de atrás de mis piernas: toda el área de las rodillas para abajo quedó empapada en un santiamén. El cigarro terminó siendo un angustioso rollito de tabaco empapado y mi bolsa, que cuelgo siempre del lado derecho, acabó siendo el contenedor de la sopa de mis objetos más indispensables. Rectifiqué la marcha, me deshice de los componentes electrónicos en mis orejas y cambié de mano. Sostuve el tubo con la mano derecha y llovía de tal forma que el instinto me invitó a bajar la sombrilla y ponerla lo más cercana posible a mi cabeza. Otro error. Esta mecánica es ideal en una isla desierta, no en la Ciudad de México. La sombrilla estaba tan abajo que limitó mi visión y me estrellé de frente con otro incauto que seguramente, también vendría malabareando su propio artilugio. Bajo un paraguas, hasta los corazones más grandes se vuelven egoístas y olvidan la existencia del mundo entero. Lo digo yo.

Si pasaba el paraguas un poco al frente, me mojaba las nalgas. Si lo pasaba para atrás, los zapatos empapados. Si lo ponía de un lado, protegía mi bolsa pero no mi hombro, mi brazo y mi otra mano. Si lo subía, se volaba. Si lo bajaba, chocaba con alguien más.

Finalmente y como pude, llegué a mi auto. Abrí la puerta trasera, cerré el paraguas y lo aventé con desdén sobre el suelo de la parte trasera. Mojando en este momento la única parte que quedaba seca de mi cuerpo, mi cabello. Me subo al asiento del conductor y hago velozmente el recuento de los daños: completamente empadada.

Amo la lluvia con toda la fuerza que me da haber nacido en el desierto y lo único que vale la pena de abrir un paraguas bajo una torrencial, es el sonido que hacen las gotas al reventar, como kamikazes, una a una contra la
tensa e impermeable tela. Y dada la forma convexa (¿o cóncava?) del mecanismo, la privilegiada acústica que se genera dentro de él, es estar en primera fila en el hermoso concierto del agua y mojarse los pies, la ropa y el alma, es sólo un pequeño, pequeñito precio que pagar.


25 tips para joderse la vida

  1. No se crea merecedor de nada "bueno". Por contrario, siéntase culpable. El pretexto que elija no es importante, la clave aquí es la culpa. Siéntala, hágala suya, créasela. Pero si le pasa algo "malo", eso sí se lo merecía. Autosabotéese.
  2. Piense de más y sea fatalista. Evalúe mentalmente todos los ángulos de cada situación y engánchese siempre con el escenario menos favorable. Después, exagérelo y pretenda que está sucediendo ahora mismo. No se desgaste contemplando soluciones, no existen.
  3. No se permita sentir. Bloquee, niegue, embotelle, minimice y/o invalide cualquier sentimiento. Éstos sólo lo distraerán y volverán débil, vulnerable y patético.
  4. Jamás se pregunte qué quiere o necesita y, si por accidente lo descubre, ignórelo. Haga siempre lo que deba, nunca lo que quiera.
  5. Complíquelo todo, la practicidad no es deseable. Hasta la situación más sencilla, con un poco de su talento, puede resultar tremendamente compleja. Hágalo.
  6. Sea creativo: si no hay problemas reales, invéntelos.
  7. Postergue, lleve las cosas al límite; asegurando así el incremento en la tensión y las posibilidades de que todo salga mal, es decir, bien. Sentir que ya no puede más es una buena señal.
  8. Evite a toda costa las cosas que le gusten, le alimenten y le provoquen cualquier tipo de sentimiento agradable y/o gusto por la vida. Si encontrara una de estas cosas, corra inmediatamente en dirección opuesta, no mire atrás y no se detenga.
  9. No se cuestione. Acepte como única verdad todo aquello que ya sabe y que ya es.
  10. Tómelo todo personal. Sienta que todas y cada una de las personas que le rodean la están persiguiendo, criticando y/o atacando constantemente. Vuélvase loco con esto.
  11. Resienta y reviva sus recuerdos dolorosos cada vez que le sea posible. De preferencia, hágalo en soledad y en silencio.
  12. Tenga miedo, mucho miedo. Encuentre razones para estresarse, angustiarse, desconfiar, temer... y después, obsesiónese con esto y siga temiendo.
  13. Hágase expectativas altas e irreales. De esta manera, su frustración estará garantizada y no podrá valorar lo que sí reciba.
  14. No perdone. Por el contrario, cargue y sufra. Sea visionario: envenénese a largo plazo.
  15. Elija un punto en la línea del tiempo -que no sea ahora- y quédese atorado ahí indefinidamente.
  16. Si se equivoca, culpe a alguien más. Jamás admita que fue su error, jamás.
  17. Bajo ninguna circunstancia pida ayuda y mucho menos la de.
  18. Busque alternativas para descuidar su cuerpo, hay muchas maneras de lograrlo. Elija, de preferencia, las que hagan daño irreversible.
  19. Sea negativo, alimente sus envidias y quéjese lo más que pueda, encontrará motivos por todos lados.
  20. Paralícese. No se mueva, apéguese, estánquese. Si siente que le urge un cambio, regrese inmediatamente a los puntos 3 y 12.
  21. Haga dramas, magnifique, invéntese historias y viva acorde a ellas.
  22. Critique despiadadamente a los demás. Si le es posible, también búrlese.
  23. Lo nuevo es malo y raro. No viaje, no pruebe, no intente, no intime.
  24. Entienda lo siguiente: el universo es un ente inferior que todo el tiempo está girando a su alrededor. Usted es el centro, siempre lo ha sido, siempre lo será. Haga de esto último un mantra y repítalo cada vez que se sienta desorientado.
  25. Rodéese de personas que intenten lograr lo mismo que usted y pase el mensaje. No se conforme con joder su vida, joda también las vidas de los demás.

Seres extraños

Seres extraños que todo lo saben pero nada se preguntan. Que no se carcajean, ni se atreven, ni se sorprenden y viven atrapados en el qué dirán. Que van por la vida palomeando un checklist limitantemente moralino. Que lo tienen todo siempre bajo control y bajo sospecha. Seres extraños que de todo tienen una opinión memorizada, un contraataque preformulado, precocido y pre-de-hueva. Que piensan que ésa, la suya, es la única, auténtica y genuina verdad verdadera. ¡Son tan raros! Juzgan antes de entender, intrigan cada que pueden, flotan por sobre el suelo y se suben a un pedestal para hablar de "los demás". Apenas tienen tiempo libre, se ponen a joder. Nunca se han equivocado y jamás lo harán. Seres superiores que no se sonrojan ni cambian de opinión. Les brillan los ojos con la crítica despiadada. Una ceja levantada, la boca torcida y un palo atorado en el mismísimo culo.

Seres extraños, merecedores de toda mi desconfianza, de la manera más atenta les pido: manténganse lo más alejados que puedan de mí. De verdad, así estaremos mejor todos.

Mu(danzas)

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo mete en cajas y se lo lleva.

Mudarse es valorar qué se sigue queriendo y qué no se necesita más. Ser honesto, ser valiente y atreverse a desprenderse. Es limpiar detalles, desempolvar rincones, recuperar memorias. Es ponerse a la vista, dejarse balancear. Es abrir la ventana e invitar al viento a que baile con nosotros. Es dejarse habitar por un espacio que en principio fue ajeno y vacío... y verlo transformarse a nuestra par. Es llenarlo de color, calidez y complicidad. Es regalarse otra vista, otros olores y otros sonidos. Es siempre una aventura. Es reinventarse los caminos, reacomodarse las formas. Mudarse es reciclar. Reacomodar la energía. Permitirse. Estrenar. Abrir otra etapa, construir recuerdos nuevos. Es contar la historia desde otro lugar.

Y como leí alguna vez por ahí... "las mudanzas se miden en saltos que, a veces, son cuánticos."

De lo que hablo cuando hablo

Hablo de la pelusa blanca pegada en la ropa negra, de las manchas que no se quitan y de las bolitas que se le hacen a los calcetines con el pasar del tiempo. Del pleito eterno con el polvo de siempre, del escándalo de esta ciudad, del cabello que se nos cae, del olor de nuestro aire. Últimamente estoy perdiendo cosas: una revista, una tarjeta y un par de estupideces. Hablo de la manía de tocarme la cara y verme el trasero en los espejos. De las personas que son lugares y los abrazos que son mundos completos. Espero un sí que tiene fecha y hora. De intuiciones que resultaron ciertas y de las otras que resultaron miedos. Hablo de jitomates podridos, recuerdos añejos y escupitajos en las aceras. Necesitas que te necesite, ¡cuánto ruido me hace eso! Hablo de palabras escritas en código, de mensajes que no eran para nadie, de lenguajes de miradas. Hablo de los lugares en los que nunca estaré y de las personas que jamás conoceré. Hablo de humedad, de pereza, de frío, de voltear a ver al cielo de vez en cuando. Hablo de que mi guitarra me toca a mí, nunca al revés. De relojes que se descomponen, de zapatos que se rompen y de objetos que se olvidan. Hablo de silencios incómodos y de todo lo que dicen sin querer ni evitar. De cruzar la mirada con un extraño y voltearla de inmediato, de torcerse el tobillo en plena calle, de gente que nunca volveré a ver pidiéndome un peso pa' un taco. De que hay veces que el cuello no es lo suficientemente fuerte para sostener la cabeza y qué ganas de pararme de manos para que el corazón quede por encima. De la gente que me quiere decir qué hacer. De la gente en la que me da la gana confiar. De la gente que quiero tanto. De ausencias, de incertidumbres absolutas y ganas de lanzar algo por la ventana. De cómo vamos chocando y hacemos de cuenta que no pasa nada. Del camino a la oficina y del peligro mortal en cada costumbre. Hablo de las rutinas en las que nos acomodamos y la gente que vamos olvidando. De lo que tiro a la basura, de lo que doy por sentado, de esas voces que revientan recuerdos. De esclavitudes disfrazadas de putas y maquilladas de normalidad. De lo pronto, de lo tarde, de lo nunca. Del desperdicio de la comodidad. De abrir las puertas, las piernas, la garganta. De que a veces, dormir me da miedo y lucho contra el sueño como si fuera la última cosa que voy a hacer. De dolor de sienes y las ganas de vomitar, de volverse loco. De focos fundidos, de pasta de dientes y saliva, de grillos a media noche. De paredes frías, resacas insoportables y escalofríos que no paran. De lo que no hace falta, de lo que no se extraña, de lo que nunca se debió comprar porque nunca se necesitó, de lo que es como si no hubiera sucedido porque jamás lo recordaré. Y de la prisa instalada en el pecho. La tierra prometida es la tumba. De eso hablo.

Tormentitas no

A mí no me caben tormentas en vasos de agua.
Yo desgarro el cielo hasta que se rompa y se llueva.
Luego meto la cabeza a un charco.
Y dejo de respirar.

Ésa

Ésa que sabe contenerse pero no fingir.
La que te daría la razón pero no la encuentra...
porque no la quiere buscar.
A la que una sola vida le parece poco.
La que se lo jugó todo por una comezón.
Ésa que lava sus pantuflas para andar descalza por la casa
y cierra las ventanas para que los vecinos no la vean.
A la que todos le cuentan un secreto y sigue sin saber porqué.
A la que no le interesa saber qué esta bien o qué está mal
sino qué quiere.
La que sigue creyendo que un día las cosas han de ser distintas.
Ésa que se acostumbró al agua al cuello.
La que no sabe qué va a pasar y no se rompe la vida en ello,
aunque te la rompas tú.
A la que no le gusta hablar de los demás sino con ellos.
La que ha de estar sola al menos un rato cada día.
A la que le gusta pensar que lo que busca, le busca.
Ésa que cree que la confusión no puede ser mala señal,
la que desconfía de los que todo lo saben
y a la que no le puedes decir que no llore.

Yo soy ésa, la que no cabe en sí misma.
¿Y cómo voy a caber?
Si soy todo lo que he sido.

[Still]

A Héctor

¿Te acuerdas cuando nos quedamos como estúpidos viendo la luna toda una noche hasta que desapareció? Yo me quedé con tu chamarra un año a partir de esa noche. ¿Te acuerdas cuando fuimos a ver a Joaquín... y a Silvio? ¿Te acuerdas lo flaca que estaba en tu graduación? ¿Te acuerdas en Cuba cuando nos metieron clandestinamente a la ceremonia en El Morro? ¿Te acuerdas que te dije que no me iba a ir sin ti? ¿Te acuerdas cuando cuando te enamoraste? ¿Te acuerdas cuando vivías en Mozart? ¿Te acuerdas del misil de Bacardí y de lo que hiciste afuera de la fábrica en La Habana? ¿Te acuerdas cuando dormimos juntos y Ricardo intentó despertarnos porque no podía prender mi camioneta? ¿Te acuerdas de la balacera? ¿Te acuerdas de lo que grité en casa de Clau Madrigal... y qué estaba haciendo cuando me escondí de Arthur? ¿Te acuerdas de lo que dije cuando Argentina metió el segundo gol a México en el mundial y de la cara que puso el tipo detrás de mí? Estando en Morelia contigo, hablé a la oficina ese mismo día para avisar que no iba a trabajar, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas que me llamaste "mujerzuela"? ¿Te acuerdas cuando me diste 15 minutos para estar lista... y estuve? ¿Te acuerdas que, por mi culpa, no vimos a Fito Páez? ¿Te acuerdas cuando te dije que en mi carro ya no se fumaba? ¿Cuántas veces me habrás dicho "pinche flaca cabrona"? ¿Te acuerdas que abracé a un mariachi en mi graduación? ¿Te acuerdas que le pregunté al mueble de cuál de todos los estados era? ¿Te acuerdas de esa legendaria en tu depa frente a La Biblioteca? Qué grande fue. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? ¿Te acuerdas de la cancioncita que cantábamos cuando alguien llegaba tarde a las reuniones de los lunes? ¿Te acuerdas cuando me contaste de tu virus y cuando te dije que no me convencía Catarsis? No teníamos respeto alguno por la maldición gitana. ¿Te acuerdas de la cascada y del video que sigue en mi poder? ¿Del cintureo y la prueba de la costilla? ¿Cuántas veces me dijiste que era hora de partir? ¿La promesa del te lo dije y cuando decidí que me iba al D.F.?

Cristóbal, "más no te asustes, flaca, siempre se me pasa...", Troker en tu cumpleaños, "Gilberto, el valiente", un 2 de julio cualquiera, mis 25 y tu blackberry, el nobiliario título, Análisis de Decisiones II, el Rock band, "tierra de la maceta, ruega por nosotros", Claus, "chíngate un bacanora", más de 100 palabras...

¡Un sólo post es muy poco para vaciarlo todo!
Necesitamos nuevos recuerdos.
Éstos, de tanto usarlos, ya los traigo muy gastados.
Me haces falta, (cabrón).
[Still]

Como las lentejas

Las llamadas telefónicas que sostengo con mi abuela son como las lentejas. Hay que ser muy observador para encontrar las sutiles diferencias entre la última y la anterior. A simple vista, son todas idénticas.

Es así: lo primero que hace es confirmar que soy yo. "¿Gabriela?". Así no le queda la menor duda que sí ha marcado de manera correcta la serie de números -que imagino tiene apuntados en un papelito y guardados cuidadosamente en un cajón- y que efectivamente sí es su nieta con la que habla. Le contesto en nuestra clave: "Hola, corazón santo". Sonríe y prosigue. Pregunta porqué contesto el teléfono diciendo "hola" y no "bueno" como la gente normal. Cada vez le surge la duda. Yo le digo lo primero que se me ocurre y antes de preguntarme cómo estoy, de manera obligatoria me hace la atenta observación de cuán milagroso es que yo esté en casa y haya, entonces, contestado su llamada.

- "¿Y ese milagro que estás en tu casa?"
- "Acabo de llegar."
- "Ya sé."

No sé cómo sabe pero ella sabe. No le interesa saber dónde estaba, sólo le interesa que ya llegué. Después, me informa el número de intentos fallidos que había hecho previamente a ésta, la llamada exitosa. "Ya te había marcado dos veces hace rato" o "ayer te hablé y nadie me contestó". Me parece muy gracioso que diga "nadie me contestó". Si no estoy yo, nadie va a contestar, vivo sola. Ahora, si ha pasado mucho tiempo desde nuestra última conversación -que la mayoría de las veces es así-, hace un sutil reclamo hacia mi falta de atención del tipo "¡ya no me acordaba de tu voz!".

Luego me pregunta si tengo gripa. (Ella siempre me escucha mormada.) Le contesto que no. Me pregunta si estoy comiendo bien. Le contesto que sí. Me dice que alguien le enseñó unas fotos mías y que me vio muy delgada. Mi sospecha es que siempre le enseñan las mismas fotos. Luego, por fin, me pregunta cómo estoy. Le cuento. Le pregunto cómo está ella y luego, cómo está mi tía. Invariablemente me contesta: "igualita". Después, hablamos del clima y de lo rápido que se está yendo el año. Pasando mi cumpleaños, el año ya se fue. (Cumplo en agosto.) Me pregunta por mi trabajo y algunos otros random facts de los que tenga curiosidad como cuánto pagué de luz el último bimestre o cuántos años tiene mi jefe.

Luego, viene la fase de actualización familiar. Me comunica algunas noticias familiares breves; dónde está de viaje mi tío esta vez, qué tan alto está mi primo, quién es el siguiente en cumplir años y cómo va a celebrarlo. Después, me pregunta si ya me habló mi papá; luego, por las novedades de mis hermanas y finalmente, el comentario de ley hacia mi mamá... "está muy delgada". Dice que no come, yo le digo que sí come y me dice; "pues sí, pero como pajarito". Le acabo recordando que ella tampoco come demasiado que digamos. Termina riendo y diciendo que yo tampoco puedo decir nada al respecto. A continuación, vienen la fase de las risas. Alguna de las dos dice algo que hace a la otra carcajearse.

Después, los libros. Siempre inquieta con mis hábitos de lectura y sin comprender que lo mío es de por vida, me pregunta con sus esperanzas puestas en que le diga que no, si sigo leyendo. Le acabo rompiendo las ilusiones y diciendo que sí.

- "Te vas a acabar los ojos."
- "Pues para eso son."
- "Bueno, pero prende la lámpara porque lees de noche, ¿verdad?"
- "Sí."
- "Pero qué cosa la tuya con los libros, ¡es vicio eso!"
- "Así es."
- "¿Para qué, hombre?"
- "Tú rezas, yo leo."

Se vuelve a reír. Esta es la parte de la plática en donde me quería decir algo pero ya olvidó qué. "Úpale, algo te iba a decir..." Trata sin éxito de recordarlo, dando un par de vueltas alrededor del agujero en la memoria y entonces entro en acción haciendo una pregunta de otra cosa para que olvide lo que olvidó.

Las dos variantes que se han integrado en últimas fechas a esta hermosa ecuación son "¿cómo está Miguelito?" y "¿no te da miedo manejar en México?". Está muy bien y no, no me da.

La despedida: es aquí donde me hace prometerle que cada mañana antes de salir de mi casa, voy a rezar un padre nuestro y donde le pide a la santísima virgen que me proteja.

- "Nos vemos pronto, si Dios quiere..."
- "Sí va a querer."

Me manda un beso y me dice que me quiere mucho.

-"Yo también te quiero mucho, corazón."

A simple vista, son todas idénticas pero para mí, cada vez es única.

La edad aquella

Esta mágica edad en la que se me dispara la histeria si me llaman "señora" y me da risa que me digan "señorita".

"Tenía la edad aquella
en que la certeza caduca..."

Es como la pipí

¿Cuándo hacemos pipí? No cuando hemos determinado que bebimos demasiado líquido y que nuestro cuerpo ya no puede retenerlo más. No cuando decidimos: "han llegado las 5:22 de la tarde, es mi hora de ir a hacer pipí, con permiso, ahora vuelvo".

No. No es racional, no lo establecemos concientemente. Puede que una que otra vez cuando vamos a hacer un viaje largo o anticipamos un imprevisto... pero en lo general, not really.

Sabemos que tenemos que hacer pipí porque se sienten las ganas, porque no aguantamos y no podemos dejar de pensar que tenemos que hacer pipí hasta que hacemos pipí. Punto y se acabó. No hay de otra. No es nuestra decisión. Porque no podemos más, porque un impulso nos lleva, porque es hora. No programamos ni determinamos un carajo. No bebemos un litro de agua, esperamos 37.6 minutos y entonces vamos por mero calendario.

Por más que sea hora, por más que bebimos o no bebimos, por más que todos ya hayan hecho pipí y te pregunten cuándo vas a hacer pipí tú, por más que se suponga que hacer pipí debe hacerte feliz, por más que todos a tu alrededor hagan pipí y te expongan una a una las ventajas de hacerlo... por más que el tiempo, los riñones, el clima, los diuréticos y el carajo... ¡no!

Se siente o no se siente. Uno se hace o no se hace. Quieres o no quieres.

Y como la pipí, hay tantas cosas más.

Toda la sabiduría de la pipí.

Un desayuno, dos omelettes

Puse despertador en domingo. ¡Así de grandes eran mis ganas de verte! Nueve de la mañana, en nombre sea del santito piadoso de los perezosos desmañanados.

Y te encontré en la Condesa un poco más tarde de lo acordado y desayunamos... no solos pero juntos. No nos bastó un abrazo de reencuentro, tuvieron que ser tres sólo para comenzar a recuperar el tiempo vacío. Apenas nos separábamos y ya nos volvíamos a abrazar. Me agarrabas los cachetes y yo sobaba tu séptimo chakra ya sin pelo y otro abrazo, ¿por qué no?

Hablando contigo durante esas horas me di cuenta de todo lo que he soltado, de todo lo que han cambiado los escenarios y de todo lo que hemos limpiado las superficies... los dos. Me dijiste viente veces que me veías muy bien. Había un dejo de sorpresa en tu voz (y otro de nostalgia y otro de genuino cariño y otro más de una paternidad-adoptiva-amistosa). ¡Y es que sí estoy bien, de verdad! ¿Por qué todos se sorprenden? Estoy contenta, sin mayor pedo que eso. Esta ciudad no es tan mala como la pintan. Lo que pasa es que esta ciudad es la materialización de los miedos de muchos, nada más. Pero yo aquí, ahora... y re bien. Sin tener una mínima idea de lo que pasará después, como todos los presentes.

Me sirvió verte. Me reflejaste, como espejo, todo lo que ha pasado en tan poco tiempo. Apenas seis meses y yo tan así y tan aquí. Llegaste y me invitaste sin querer a ver todo el camino que he recorrido. Recordé quiénes éramos cuando nos conocimos y me hiciste sonreír por dentro y por fuera. Toqué la ligereza con la que he venido viviendo. Los rompecabezas que ya no son más, las cargas que ya no son mías porque nunca fueron, la valentía de hacer lo que hice y estar donde estoy. Romper la barrera del debería es mucho más duro de lo que parece y no se puede cantar victoria pero yo voy cantando. Lo duro que fue y sigue siendo. Y la paz pseudo-valemadrista que últimamente me inunda la existencia. Tantos lazos, tantas coincidencias, tanto "pues" cariño. Tanta bronca tirada al mar.

Hoy puedo decirlo: esta próxima mudanza, que no lejana, será por mucho, la más ligera de todas. Ligera en pertenencias físicas, en muros mentales y en trabas de corazón. Y qué alegría y qué mas da.

Yo pedí un americano, el omelette con flor de calabaza y robé tu rol de manzana. Tú, otro café americano, el omelette con huitlacoche y todos los panes dulces que te pudiste comer. Después, me puse a caminar tomando fotos alrededor del Parque México, leí un ratito una gran novela y me regresé caminando al depa muchas horas después. Tú, te fuiste con tus budistas a Polanco más temprano que tarde. Y nos volvimos a abrazar muchas veces.

Qué lindo desayuno dominical.

Gracias por avisarme que venías.

Un tuit

"¿Y qué saben los hombres de libertad si nunca se han quitado un bra?"

So fucking true!

Ojalá me acordara quién lo tuiteó... o cuándo.

Mary and Max

Mary and Max. De mis películas favoritas. La vi por primera vez hace 1 año en un escenario completamente distinto a éste en el que la volví a ver hoy. Ambas veces me dejó sin palabras.

Australiana y universal. Del 2009 y de todos los días. Tan oscura que ilumina las grietas de todos, tan rica que apunta a nuestras propias carencias, tan real que es fantástica.

Oscuros personajitos de plastilina animados en stop-motion que se van acercando a distancia mientras cobran vida, sentido y letras. 90 minutos en los que se funden la inocencia, la soledad, las dudas y la humanidad de cualquiera.

Y por si fuera poco, basada en una historia real.

[I find humans interesting but I have trouble understanding them. I think, however, I will understand and trust you. You appear very happy...]

Gracias, Adam Elliot.

Un secretito

Las heridas se curan con saliva.
Los animales lo saben.
Nosotros no nos lamemos pero nos hablamos.
Para el caso, es igual.
Ahí está el secreto: parece que la saliva sana.
Úsala.

Joaquín se burla de mí

Siento lo que traiciono cada vez que canto Contigo con él. Ya casi no me atrevo a decir que yo no quiero un amor civilizado. Me come la vergüenza. Hasta lo escucho aguantarse una sonrisa burlona cuando me atrevo a acompañarlo en sus versos. (Porque ésos sí son poemas; ahogados en realidad, poemas al fin.)

Las escenas en el sofá son inevitables, hay que entenderlo ya. Ni qué decir de los viajes al pasado, son aún peores. Yo tampoco quiero domingos por la tarde ni columpio en el jardín. Sí sé llegar a fin de mes pero no quiero calor de invernadero. No encuentro ni los besos ni las cicatrices. Que nadie me diga que volvamos a empezar... jamás. Y esas manzanas dos veces por semana creo pueden llegar a ser negociables. Sí quiero que carguen mis maletas, no quiero que elijan mi shampoo. De planeta ya me mudé. Me corté el cabello y brindé. Ya estuve en París y en Venecia también. Y tengo todo, menos los ojos tristes.

Que sólo queremos que mueran por nosotros, menudos cabrones.

Yo tampoco quería, Joaquín, un amor civilizado. De verdad que no.

Pero me siento domesticada. Y ni cuenta me di.

Por favor, ya no te rías de mí.

Un perro sabueso policía

Tengo un olfato tan incómodo que a veces me desespera. Me entero de cosas que no debería. Y sin querer y sin poder evitarlo. Quién suda, qué perfume o desodorante trae quién, quién se acaba de lavar los dientes, quién comió gengibre y quién venía en un taxi aromatizado artificial y nefastamente a coco.

Tan sólo en mi camino del estacionamiento a la puerta de mi departamento, me enteré que en el primer piso, alguien se acaba de bañar; olía a shampoo por todo el pasillo. Subo las escaleras y en el segundo alguien cenó pescado con mantequilla, cebolla y ajo. Sigo subiendo y en el tercero, prendieron un incienso; estoy casi segura que es el Nag Champa, el del paquetito azul. Mi vecina en el cuarto piso, fuma más que yo y no precisamente tabaco. Y a ese perro le urge un baño.

Ir caminando por la calle en la Ciudad de México. Que Dios me bendiga.

Aquí donde no conocen el espacio vital. Aquí me vine a vivir.

Es sólo por esto que aún no dejo de fumar.

Se agudizará y no lo soportaré.

Haciendo cuentas

Nos sobraron planes, nos faltaron sueños.
Nos sobraron posturas, nos faltó bailar.
Nos sobraron límites, nos faltaron saltos.
Nos sobraron horas y escudos.
Nos faltaron momentos y grietas.
Nos sobraron alas, cauces, raíces.
Nos faltó viento, agua, tierra.
Del fuego ni hablar.
Nos sobraron aventuras, nos faltó complicidad.
Nos sobraron todas las palabras, nos faltó entendernos.
Nos sobró enero, nos faltó mayo.
Nos sobró mañana, nos faltó hoy.
Nos sobramos de estar, nos faltó acompañarnos.

Sobramos tú y yo, faltamos nosotros.

Ni qué decir de ceder, ni de la claridad, ni del respeto. Y todo el terreno en común. ¿Pero dónde quedó tanto? ¿Dónde estuvo la amenaza? Olvidamos de qué trataba el juego. Nos pusimos a competir. Y nos perdimos. Y nos peleamos. Y nos quedamos solos. Juntos pero solos. Tú crees que sí. Yo no sé qué creer. ¿Por qué nos protegimos tanto si ya habíamos chocado? ¿De qué valió tanto miedo? ¿Cómo seremos que la emocional entre los dos soy yo? Me dolías antes de dolerme y después me doliste más. Tú tan allá, yo tan acá y nosotros tan quién sabe dónde. Tan así que ya no sabemos cuánto hay que pagar o si alguien nos quedó debiendo.

100 minutos

15 centímetros de ventana abierta, media mano izquierda de fuera, dedos húmedos de lluvia y un Camel casi completo.

Primera. Neutral. Primera. Neutral. Primera. Neutral. Primera. Neutral. Freno de mano. Ya qué mas da.

Norah Jones diciéndome al oído que no sabe porqué. Ah, y claro. Más de hora y media esperando pasar por ahí. Tampoco es tan malo. Al menos a mí, hoy no me lo pareció.

"When I saw the break of day, I wished that I could fly away instead of kneeling in the sand: catching teardrops in my hand..."

Todo tuyo

Te regalé el silencio más grande del mundo para que hicieras con él lo que quisieras. Te regalé el berrinche, el desayuno, el primer sinsentido de cada día. Las letras, los dolores de estómago, la comezón en los brazos, las obsesiones estúpidas y arrebatadas. Lo que me digo cuando hablo sola y mis primeros recuerdos. El olor del café del fin de semana y aquél ruido de noche que nunca supe de dónde venía. Los estados de cuenta, las dudas, las ganas, los susurros, los abrazos a la almohada y mi ropa interior. Mi primer beso, mi primera vez y mi última. La ansiedad incontrolable, el monólogo interno, todos los boletos de avión. La emoción de cuando truena el cielo y comienza a llover. Lo que siento al oler la tierra mojada, las mudanzas, las caricias. Te regalé cada cosa que pensé y no dije, cada vez que salí a comprar cigarros a deshoras y cada vez que me metí las manos al bolsillo. Cada cumpleaños que no quise celebrar y celebré. Los abrazos de todos mis amigos, cada sonrisa nueva, cada desconfianza, cada cristal de cada ventana. Dos chispas: la perdida y la encontrada. Cada vista de cada departamento en el que he vivido. Te regalé los hubieras, los vinos en viernes y la sed del sábado. El arrepentimiento más grande y el secreto que nunca sabrás; te los di. Cada beso que me guardé. El mal humor de cuando tengo hambre. Cada mosquito que me picó, el color del Caribe, las fotos de Europa y las pecas de mi nariz. Mi ceño fruncido, cada vez que dije "no importa" y el día que aprendí a manejar. Las carcajadas, los apretones de mandíbula, las lunas menguantes en el balcón, los accidentes. Lo primero que escribí en mi vida, las llaves de mi camioneta. La razón de cada vez que me mordí las uñas, el encanto absoluto de tropezar con las piedras, la sensación de montar a caballo y la de amanecer en la playa. La fragilidad, el suspenso, los nudos marineros en mi garganta, las pasiones encajonadas y los talentos que no encuentran lugar. Te regalé mi voz quebrada y todas las películas que me han hecho reír. Lo que nunca creíste que haría y eso que piensas de mí; es tuyo ya. Los brazos abiertos, mi aire asfixiado, mi no tener puta idea de nada y mi querer hacerlo todo en una sola vida. Las peleas con papá, mi respiración, el brillo de mi piel contra el sol. Te regalé mis costillas, mi ombligo, mi única muela del juicio y mis pies. Lo que aprendí de francés en la universidad y olvidé antes de graduarme, mi cuaderno de preguntas, mi lista de pendientes y mi buena memoria. Te regalé Roma, La Habana, Oaxaca y el Atlántico. Toda mi música, mis libros, mis caricias, mi guitarra, mis tres años sin comer carne y toda mi ropa blanca. El olor de mi departamento, mi maleta y el fondo de mis ojos.

Y lo hice porque quería que supieras quién soy.

Hoy sólo quiero regalarte un par de cosas más: un mareo y un porqué.

El mareo de entender que jamás supiste y jamás sabrás.

Y el porqué, así, sin explicaciones.

Pero qué mas da, si ya es todo tuyo.

Un pequeño malentendido

No caben dentro y salen por los ojos. Explotan, escapan, huyen de algún lugar peor. Tampoco caben fuera y las secamos con las manos apenas aparecen. Parpadeamos de más con tal de que regresen a ese sitio de donde están escurriendo. Nunca deseadas, nunca, nunca. Las escondemos de nuestro rostro cual cicatrices de accidente fatal. Bajamos la cara, nos aclaramos la garganta, tomamos agua y fingimos que no está pasando nada... o que lo que pasa, pasará. No nos caben, no sabemos cómo caber con ellas, somos tantos. Tragamos saliva, volteamos la cabeza y nos tapamos los ojos. Nos convulsionan e incomodan; enrojecemos. Nos evidencian, ¡somos frágiles, maldita sea, lloramos! Nos encogemos de hombros, de cuerpo y vida. Empequeñecemos. Nos deshidratan el alma, por la razón que sea. Nos avergüenzan, nos vulneran y revelan. ¿Por qué preferimos llorar solos? Porque si algo ha de caber, entre menos seamos, mejor; porque una lágrima nunca viene sola. Para llorar, yo me escondo de ti y tú de mí porque las lágrimas no caben entre nosotros, somos demasiados. Y todos hacemos como si no lloráramos... como si no hubiéramos llorado nunca. Porque pasa algo: simplemente somos nosotros los que no cabemos en este mundo al llorar. Somos nosotros. No ellas. Lo hemos malentendido.

¿Qué hacemos?

(Casi desesperadamente) creo en la magia.
No la del mago barato que saca un conejo de su sombrero.
La magia de verdad. La que me tiene aquí.
Creo en el sentido del sinsentido y viceversa. Absolutamente.
En todo lo que no cabe en un cuadrito.
Y aún si cupiera ahí, yo lo sacaría para querer seguir creyéndolo.
Tú no.
Y me duele.
¿Qué hacemos?

B,

Estos últimos tiempos te traen a mí. Hace unos días, hasta escribí un personaje que llevaba tu nombre... pero no te preocupes, me faltaron letras para contarte todo. Si pudiera escoger a alguien en todo el mundo con quien sentarme a platicar ahora mismo, serías tú, sin duda. Podría decirse que te extraño, creo que sí, es eso: te he de extrañar. Un arrebato más, de los ya normales en mí. Curioso porque no nos veíamos tanto así. La cerveza ocasional y el fino sarcasmo. La completa confianza y la lluvia cayendo a cántaros. El tiempo siempre nos dio de menos, lo que se nos terminaba antes era la saliva. La voz, la mirada, las manos, la humildad del que sabe que no sabe, la franqueza del que no se casa con nada, la complicidad, las preguntas. Y hablando de preguntas, me quedará ésa, la de lo que nunca fue. Yo, contigo, siempre fui yo. Toda yo. Y tú, siempre lo entendiste. Gracias por eso. Ahora sé que no es tan fácil de encontrar. Te quiero.

LAAA diferencia

Ser digno de confianza hasta demostrar lo contrario.
No ser digno de confianza hasta demostrar lo contrario.
He ahí toda la diferencia.
Bienvenido sea usted, pasajero, al Distrito Federal.
Gracias por volar con nosotros y lo esperamos en su siguiente escala.

Increíble

24 años de vida. Licenciatura y especialidad en una de las mejores universidades del país y aceptado recientemente para hacer su maestría en una de las mejores del mundo. Habla español, inglés, alemán, polaco, ruso y francés. Ha vivido en 7 países y visitado más de 20. Laboró durante 7 meses en el área financiera de Coca-Cola y ahora trabaja en un corporativo multinacional con más de 11,000 empleados alrededor del mundo y desempeña una importante labor operativa en el área de telecomunicaciones internacionales.

Y nunca, ¡jamás!, ha visto un hormiguero.

Es una lástima.

Un instinto incontrolable

Un capricho fisiológico que encarna monstruos amorfos de varias cabezas y hermosas mariposas que flotan en el aire sin tocarlo. Las compuertas de una presa llena que tiene que ser desbordada o reventará en un estallido desastroso. Las preguntas sin respuestas sembradas en una maceta entre tierra fértil y húmeda para que resucite la curiosidad. Lágrimas que contienen la concentrada pócima mágica que nos vuelve humanos a todos. Las infinitas bifurcaciones de una historia que ha esperado por toda la eternidad para ser contada. Las pieles de innumerables seres míticos que atraviesan paredes y existen sólo porque tienen voz. Una carcajada imprudente, la fuerza de atracción que genera una turbina bajo el agua, un parto, el negro vacío de mis pupilas, un grillo cantando, un mareo, un silencio y un par de manos temblando. Un instinto incontrolable que simplemente me rebasa. Eso es escribir, eso me significa.

Mejor dormir

La ociosidad huele a muerte, tiene cara de añoranza y pesa como toda la arena del mar cayendo en el reloj gigante del tiempo perdido. Horas pantanosas e inútiles flotando en el lodo viscoso de la duda y la anticipación. Soledades compartidas de miradas vacías y distantes. Pieles que no se tocan, sonrisas añejas y resecas que fotografían un pasado lejanamente pasado. Palabras que no saben salir de las gargantas para volverse aire o vibración. Cuerpos aletargados y entumidos que van doliéndose en los hombros, los pies y el aliento. Un vistazo al oscuro abismo y darse cuenta que está tan vivo como se pueda estar.

A quien...

Agradezco profundamente a quien haya, alguna vez, sido honesto conmigo. A quien no le haya costado trabajo compartir sus alegrías cuando yo no era tan feliz, sin culpa o sin miedo de hacerme sentir de ninguna manera. A quién a un "¿cómo estás?" me respondió "de la chingada" cuando era un real y genuino de-la-chingada. A quien me abrazó queriendo abrazarme. A quien confió en mí, alguna vez, para lo que fuera. A quien lloró, hizo berrinche, se carcajeó, se enfureció, se emborrachó, se desnudó frente a mí. A quien no necesitó más explicación que una mirada. A quien no me pidió ninguna. A quien supo ver en mí lo que soy antes de que yo misma me diera cuenta. A quien me dijo cosas que jamás había dicho. A quien me recibió en su casa, a quien me invitó una cena, un trago, una sonrisa. A quien me regaló 5 minutos cuando no podía más, a quien fue por mí a algún aeropuerto, a quien escuchó, a quien esperó que terminara de llorar, a quien aguantó mis necedades racionalistas y miedos infundados. A cualquiera de quien haya aprendido algo. Gracias. Desde aquí, de verdad, gracias totales.

¿?

¿Pero qué le cuentas de nostalgias lacrimosas a alguien que dice no saber de apegos?

Ojos llorosos

De andar en bicicleta rompiendo charcos enormes a mi paso. De cuando me corté la pierna con un pedal. De jugar basket hasta que llegaran por mí. De bailar ballet. De beber ron contigo hasta las 8 de la mañana. De pensar en ti sin saber quién eras. De estar al aire. De los pisos blancos de aquél departamento. De carcajearme sin pudor. Del invierno en Boston y la nieve hasta las rodillas. Del verano en Milán y el sin-tiempo hasta la garganta. Del otoño en la base de tu espalda. De no tener prisa ni miedo al caminar por la calle. De cruzar la ciudad todos los días sólo para darte un beso. De meditar la tierra mojada. De los buenos días de mi mamá y la fruta en el refrigerador. De escribir a mano y esconder los cuadernos bajo el colchón. De estar rodeada de amigos, compañeros de vida. De fingir una migraña y no ir a trabajar. De circular la ciudad cantando. De andar por el mundo con una mochila a cuestas. De no dejar de estudiar. De saludar al sol bajo la luna. De dejarme conocer. De amanecer en la universidad. De hacer lo que me daba mi chingada gana todo el chingado tiempo. De estar con mis hermanas. De que 2000 pesos bastara y sobrara para todo el mes. De fumar toda la tarde hablando de los "problemas". De no tener nada que demostrar. De llorar sin esconderme. De sentirme en casa.

La nostalgia se refugia en los rincones más insospechados para hacer a los ojos llorar.

No se puede ser sin ser lo que se fue. Se sigue siendo. También lo que aún no se es. Y así es.

Saudade

A mi familia ya aprendí a extrañarla.
A mis amigos no.

Esta semana aprendí...

Que una historia no se escribe de manera lineal y que se va enriqueciendo a medida que se desdoblan las letras. Que es imposible escribir sin vaciarse. Que los detalles autobiográficos son difíciles de evitar y que vuelven a la historia mi cómplice más cercana. Que se necesita muy poca imaginación para darle a vida a los personajes; basta, muchas veces, con recordar y observar a los reales. Y que las mejores partes de mis días son cuando estoy tecleando.

En el parabrisas

El lunes por la mañana, después de haber pasado 45 minutos rondando la zona en busca de un lugar para estacionarme, por fin encontré un pequeño -y bendito- espacio debajo de una jacaranda. Me bajé, caminé 20 minutos hacia mi lugar de trabajo y salí después de 10 horas a caminar los 20 minutos correspondientes de regreso y reecontrarme con mi camioneta. Estaba completamente bañada de flores moradas desde la llanta de refacción en la parte de atrás, hasta el techo, los estribos y principalmente, en el parabrisas. Todas estaban ahí acumuladas como testigos de que, efectivamente, todo el tiempo que les tomó caer, yo estuve encerrada en un edificio "inteligente" a 19 pisos de altura y respirando aire acondicionado. En fin.

Regresé a casa esa noche. El martes por la mañana tuve una reunión en un hotel, después fui a la oficina, luego a casa de Miguel y finalmente de vuelta a mi departamento a refugiarme en el sofá. Ayer miércoles estuve una 1 hora con 20 minutos en el catastrófico periférico de las mañanas capitalinas, recorriéndolo de sur a norte para llegar al edificio donde trabajo, después fui un ratito en la noche -otra vez y de pasada- a ver a Miguel y luego regresé a mi casa a dormir. Hoy fue un día excepcional: encontré estacionamiento al primer intento, fui a trabajar, luego crucé todo Polanco y luego me pasé no menos de 1 hora tratando de llegar a casa.

He recorrido no menos de 100 kilómetros de esta ciudad en lo que va de la semana y las jacarandas siguen en el parabrisas. He estado no menos de 12 horas arriba del carro y no se han podido volar. No han alcanzado la velocidad suficiente como para despedirse del cristal y acabar tiradas y aplastadas en el asfalto. No he pasado de 40 kms/hr. Meter tercera velocidad es un logro, extraño la cuarta y ya no recuerdo qué se siente meter quinta. Llego a donde voy entre primera y segunda, la mayor parte del frenada en neutral. Temo por el clutch, no tarda en ceder. Y el plástico protector del tapete del conductor, ya se rompió de tanto rozar mi pie que pisa y pisa el freno. Y las jacarandas ahí, intactas. Si no las quito, estoy segura que un día sale un árbol del cofre. Sin duda.

El tráfico en esta ciudad es verdaderamente una pesadilla -con la que no vale la pena pelear-... y las jacarandas aquí no pueden volar.

Al espejo

Volver aquí es mirar al espejo. No al salón de los espejos donde el foco se pierde y lo único que se pueden ver son muchas yos mirándose de espaldas y buscando a la única verdadera multiplicadas todas en la eternidad. De tanto mirarlos, uno se marea. Pero no, a ése no. Sólo a un espejo. De frente. Limpio y honesto. Al espejo de dónde estuve, dónde estoy y el espacio que quedó en el medio. Llenado de café, humo, música y tiempo. Llenado de besos, maletas, libros y ventanas. Escenarios distintos y nostalgias viejas. Otra persona pero siempre la misma. Una yo multiplicándose en la eternidad de las letras... en la eternidad de lo dicho en un tiempo y en un espacio. ¿Cuáles son los reflejos tramposos y cuál soy yo buscándose la espalda? ¿Cuál de todas?

Preguntas sencillas

Últimamente, me cuesta un trabajo monumental responder a las preguntas más sencillas que la gente me hace. Preguntas tan simples, de tres o cuatro palabras que, francamente, me dejan con la misma cara de imbécil cada vez que me toman por sorpresa. Especialmente ahora, que no sé un carajo de nada. Falta que me pregunten mi nombre y me quede trabada también. Que, al paso que van las cosas, no lo dudo ni tantito.

Ayer me preguntaron: "¿de dónde vienes?" Es verdad: me quedé en silencio y lo único que acerté a hacer fue rascarme la cabeza y sonreír. Para interrumpir la incomodidad y mi propia confusión, dije: "soy de Hermosillo pero viví en Guadalajara 7 años y acabo de llegar acá hace un par de meses".

Siguiente pregunta, no menos fácil: "¿y cómo llegaste a México?" Abro mis carcajadas, lanzo al aire un par y digo: "Uf, varias cosas. Profesionalmente yo ya no podía crecer en Guadalajara y al mismo tiempo pasó que conocí al que hoy es mi novio y... bueno, siempre me ha gustado moverme y no quería dejar pasar la experiencia de vivir en el DF unos años, tomé la decisión de mudarme y me mudé".

"Tú allá y el acá, ¿cómo se conocieron?" Vuelvo a rascarme la cabeza. Un poco como síntoma inequívoco de frustración y comedia evidente; y otro poco para ganarme unos segundos y estructurar la respuesta siguiente. "Es que ya nos conocíamos. Su hermana es una de mis mejores amigas de toda la vida y él y yo nos conocimos en realidad hace más de 13 años. De hecho, él no estaba aquí, estaba en Londres y yo en Guadalajara, nos pusimos en contacto por internet hace unos meses y aquí estamos..."

"¿Y ahora qué haces?"
Yo estuve en ese momento a punto de levantarme y salir corriendo por la puerta con cuidado de no abrirla, para dejar una silueta de mi imagen al atravesarla, como en las caricaturas. "Ahorita no estoy trabajando. Renuncié a la agencia de publicidad en la que trabajé 5 años allá y ahora estoy buscando chamba y esperando a ver qué llega..."

"¿Y qué estás buscando?"


Para este punto, yo ya estaba resignada: había preguntas simples pero ninguna respuesta fácil. La época del estudias o trabajas se terminó hace mucho tiempo. Era más fácil entonces pero incluso hace unos años, tenía que contestar que hacía las dos cosas. Mi camino está lleno de vericuetos, de sís pero nos, de largas historias y giros inesperados. De respuestas enredadas y puntos de inflexión.

Vengo de otras vidas, de otros tiempos. De Hermosillo, Guadalajara, Estados Unidos y Europa. Vengo de mi departamento en el poniente de la ciudad. De San Pedro de los Pinos, para ser exactos. Vengo de un cuarto piso con balcón. Vengo de estar en el jardín hace 2 minutos y vengo del lugar de tus sueños. De donde prefieras vengo. Llegué a México un millón de veces. Las últimas dos fueron por aire y por tierra. Llegué a México porque me convencí, porque Guadalajara se terminó, porque me trajo el corazón y no sé cómo explicar la certeza que tengo de estar aquí ahora. Llegué a México porque se me terminaron las excusas, llegué porque sí. Y no sé cómo nos conocimos. No recuerdo la primera vez que nos vimos, recuerdo la última. Pudo ser en la escuela, la calle o en su casa. No sé porqué le escribí ese día justo a él y no sé porque me contestó del otro lado del mundo, donde estaba. Es más, ni siquiera sé si nos conocemos realmente todavía y si sí, no sé si fue en esta existencia. Ahora me despierto tarde y sin prisa, eso hago. Y disfruto el placer que hace años no vivía, de no hacer nada que no quiera hacer, de no ver gente que no quiero ver. Tomo café, fumo, leo, escribo, cocino, pienso muchísimo, ando en piyama, hablo sola y duermo acompañada. Desayuno a medio día y como a la hora de cenar. Veo películas y tomo vino. Estoy revalorándolo todo, bajando la velocidad para ver con claridad. Descansando, disfrutándome y aprendiendo a esperar y a confiar. Estoy deteniéndome y reencontrándome. Juntando las piezas. Estoy buscando el trabajo que me esté buscando a mí. No sé si será escribiendo, detrás de un micrófono, en un festival de cine o en un escritorio en un corporativo. Estoy buscando un trabajo para hacernos felices: él a mí y yo a él. El último lugar que quiero pisar en esta tierra es una agencia de publicidad y eso lo descubrí hace unos días, en el silencio de mi departamento en soledad. ¿Qué estoy buscando? Estoy buscándome a mí misma en la ciudad más grande del mundo.

Hay preguntas sencillas pero no hay respuestas fáciles. Y todo depende de dónde empiece a contar la historia, que tan acá o qué tan allá nos vayamos. Eso aprendí.

La casa del árbol

Llegué en taxi a las 9 de la mañana en punto y al primer intento; como si quien me llevaba supiera perfectamente a dónde iba, como si yo misma supiera dónde estaba. Me recibió una puerta de madera de una tonelada y un fuerte abrazo de mirada en paz. Fui la tercera en llegar y supe enseguida que estaba en un lugar más allá de lo especial, mucho más allá de lo real. Entré. Y desde el primer momento me sentí en casa.

Una taza de café y sonrisas sentadas alrededor de una mesa africana. Preguntas cortas de quienes no se conocen pero se reencuentran. Hacia donde volteara había objetos y formas que llamaban mi completa atención. Una vieja máquina de coser, una silla, una escultura, las formas de las ventanas, los pisos de madera, los techos bajos, los libros y demás cosas que ni siquiera tienen nombre y si lo tienen, no lo sé. Jamás había estado en un lugar ni remotamente parecido a ése. Parecía un sueño, la imagen salida de una película alucinógena, orgánica, caricaturesca, multidimensional, pacheca... y hermosa y mágica. Tan compleja y tan simple a la vez, tan llena de significados, de rincones, de secretos para ser contados. Y con una energía tan viva que me tenía las manos hechas cosquilla desde que llegué.

Alguien dijo que íbamos a esperar un rato a ver quién más llegaba que porque la casa escoge quién entra en ella. Sonreí, por dentro y por fuera. Escuchaba las voces de quienes me rodeaban mientras Boo -la divertidísima perrita enana- llegaba a saludarme y la gorda -la gata negra de ojos azules- venía a instalarse en mi regazo para hacerme compañía. Se me enfriaban los pies y se me aceleraba el corazón.

No recuerdo cómo ni cuándo llegaron los demás y pasamos al nivel de abajo, al salón de música. Ese lugar que no necesita ventanas porque está dentro de la tierra. Dejé mis cosas en el piso, escogí una silla y me senté frente a la chimenea pero lejos de ella.

Lo que pasó en las siguientes 12 horas no lo puedo explicar. Ni siquiera lo recuerdo todo y apenas fue ayer. Lo que sigue pasando aún hoy tampoco lo puedo explicar.

Todos reunidos en círculo, como 15 personas y Santiago comenzó a hablar. Hablaba de sistemas creencias, del viejo y del nuevo, de la transición, los mayas, México, Don Lauro, Merlín, Dani y Tisa. De su historia, de los niños, los políticos, la luz; de una chispa, de un despertar, del dosmildoce, la publicidad, la película, la montaña y el mundo imaginario. Del amor, del miedo y los actos de creación. De sincronías y para qués. Hablaba de todos y de nadie en particular, hablaba de él y hablaba del planeta entero. Compartía el corazón y acabamos por compartirlo todos. Movía sus manos con una cadencia que trazaba formas en el vacío y las palabras le salían inconexamente conectadas. Como si supiera de memoria lo que decía y con la certeza absoluta de estar fluyendo sin esquemas. Una energía indescriptible abrazaba el aire lleno de copal.

De pronto, se fue la luz pero llegó la vela con su flama alta y bailarina y la atmósfera se volvió todavía más íntima y acogedora. Debió ser medio día y estábamos a la luz del fuego. El único reloj eran los leños enormes que se quemaban en la chimenea y se convertían en cenizas uno tras otro, hora tras hora. La casa comenzó a cambiar con el pasar del día. La luz que entraba por las ventanas era distinta, el frío de la mañana se había suavizado y las hojas de los árboles afuera tenían otro verde.

Me dio hambre y alguien no tardó en decir que ya era hora de comer, que las quesadillas del bosque habían llegado. Nos pusimos de pie, estiré las piernas y los brazos. Busqué mi teléfono: no tenía señal ni batería. Extraño, lo había cargado por completo una noche antes. Extraño también que no busqué la hora.

Salimos todos al jardín a comer maíz azul hecho tortilla y a respirar una tarde limpia y nueva. La montaña invita al silencio. Nudos en la garganta. De emoción, privilegio y alegría. De bendición. De la paz que da no tener que hacer nada más que estar ahí, existiendo. Los perros, el pasto, el agua, el postre. Intercambié unas palabras con Santiago que siguen dando vueltas por aquí. Un para qué esclarecido. Ni más ni menos.

Entramos de vuelta a la casa y seguimos haciendo nada. Un par de canciones, una flor de loto, un mago y un hasta luego. Un recorrido por la casa, por las dos torres y no sé cuántos niveles. La cocina, el baño, el estudio, la recámara, la otra recámara, arriba, más arriba, de vuelta para abajo, el pasillo y aquél pequeño espacio de meditación que me regaló un mareo. Escaleras, puertitas, espejos, recovecos, fotos, adornos. Una vida entera ahí.

Por si todo lo anterior fuera poco, casi al irnos, me regalaron un libro. Me lo dio Tisa y me lo firmó Santiago. Escribió en la primera hoja en blanco: "Gaby, cuando cambias la forma de hacer las cosas, las cosas cambian de forma. Pando. Casa del árbol, 2011." El libro se llama Llamar Hadas. Me despedí, con lágrimas en los ojos, de Tisa adentro de la casa y de Santiago afuera. Fuertes abrazos que no serán los últimos.

Al salir, nos estaban esperando una espectacular luna llena y unas estrellas que podían tocarse con la punta de los dedos. La luz que emitían nos sirvió a todos para meter en nuestras bolsas toda la emoción, gratitud y honor de haber estado en un lugar así, con seres humanos así, viviendo una experiencia así. Ah, y claro: para alumbrarnos el camino de regreso de la casa del árbol.

La certeza

Justo donde estoy sentada ahora, basta voltear a la izquierda para ver, a través de la ventana, el anillo periférico de la Ciudad de México. Luces van y luces vienen todo el tiempo hacia ambos sentidos y por más que pasan y pasan los autos, las filas de almas en tránsito parecieran no terminarse jamás.

Por encima de las luces, se ven seis o siete espectaculares, letreros viales (incluído uno que dice "Av. Jalisco", como queriendo recordarme algo), focos rojiazules de algún carro policía, cables, árboles, antenas y un puente peatonal por el que no cruza nadie, al menos nadie que se alcance a ver desde acá.

Después de un ratito como testigos silenciosos en la ciudad del ruido, mi copa de vino tinto y yo salimos a fumarnos un cigarro en pantuflas al balcón, antes de tener que cerrar la ventana porque el aire que estamos dejando entrar ya está bastante frío.

Y es que desde el balcón no sólo se ve el periférico. Se ve el edificio de enfrente y la pareja que vive en la primera ventana a la derecha del tercer piso. Se ven las cortinas del cuarto de un niño, se ve un tinaco y ropa tendida en otro edificio más allá. Se ve un sillón verde, macetas, gente caminando y el abarrotes de la esquina que, por cierto, jamás está abierto. Se ve una moto estacionada en la calle, una alcantarilla, un árbol gigantesco y un par de aviones cruzando el cielo. Se ven ventanas encendidas y apagadas, chicas y grandes, cerca y lejos. Un hotel. Se ve un hombre a una cuadra hablando por teléfono y una mujer sin saco que camina de prisa. El World Trade Center, la Torre Mayor, un teléfono público. Más antenas, más arboles, más luces a la izquierda... más antenas, más arboles, más luces a la derecha...

La vista no tiene fin. Lo que se termina es la mirada. Y lo que queda, es la certeza de que más alla hay todavía más, mucho más. La sensación de estar en casa, no la he recuperado. Pero la sensación de vivir en una ciudad infinita, jamás la había tenido. Bienvenida sea yo... (supongo).

Minucias

La sensación del volante entre mis manos, el espejo retrovisor, subirle el volumen al audio y meter quinta velocidad en una calle mucho más que conocida. Las faldas, mi cama con sus sábanas naranjas y dos almohadas, los sartenes, la cafetera y el tapete blanco del baño. El espejo que ya no existe, el clavo en la entrada para colgar las llaves, el olor de la cena en la estufa y los platos escurriendo recién lavados. Prender un incienso, andar en calzones y fumar adentro. El orden del refrigerador, el espacio de los libros y subir a la azotea por la ropa limpia. Esa salsa verde y mis pantuflas. La íntima y relajada soledad de un sábado en la mañana y el parque. Eso.

El capricho de extrañar lo insospechado a sólo dos meses de no tener hogar.

De la gente no voy a hablar. No puedo.

Sin éxito

Me quedé despierta porque quería escribir.
Sólo conseguí quedarme despierta... y esto.

Uno del uno del uno uno

Si esto no es un nuevo inicio,
no sé qué será.
Yo sí vuelvo a empezar.
Con su permisito, eh.

Querido usuario:
Este es el día uno.

Su vida ha sido completamente reiniciada.
Disfrútela.