Mientras, nada

Dice la báscula que poco más de 55... y a mí qué más me da si la incertidumbre no pesa en kilos. He desaprendido a beber alcohol: he bebido apenas dos cervezas y ya estoy algo más que mareada. ¿Qué pensaría la yo misma de la universidad? Aquella que vivía creyendo estaba en control y prácticamente no dormía para vivir más. Mañana debo despertar a las seis de la mañana y todo porque un día pensé que tal vez estudiando podría comprender un poco más de algo. Lo cierto es que no. No comprendo nada más de nada. Es todo lo contrario, confesión desesperada: cada día entiendo menos. Mañana es sábado y cada sábado es lo mismo. Me siento en alguna butaca de algún salón de clases, a escuchar cómo es que algún doctor en alguna ciencia social, (llámese filosofía, pedagogía, sociología, lingüística, antropología), ha logrado sortear el mundo. Y digo sortear, porque, bueno, ya es muy tarde para creer en superhéroes. Últimamente mis maestros están enfermos; uno con una gastroenteritis terrible que le ha robado más de un gramo de cara; otra, además de su evidente problema en las cuerdas vocales, ha admitido que toma antidepresivos desde hace algún tiempo porque yoga no pudo con todo. Y entonces recuerdo al otro, al de la cojera y la boina; y a aquella, la soltera serial que le escribió un libro al pobre amor heterosexual y que acabó colgada de un tubo con la espalda llena de tatuajes. Hermosas sus clases, por cierto. Yo por mi parte... nada, loca como siempre, sólo que ahora un poco más instruida, lo que en mi caso equivale a un poco más desesperanzada. Veo a mis compañeros y lo alarmante es que no soy el caso excepcional. Estamos todos igual, estrellándonos contra los muros de los cuentos que nos contaron y derribándolos en busca de verdades que quién sabe. He llenado un mueble entero y gastado más de dos meses de sueldo comprando libros que lo único que me siembran son dudas. Es mentira eso de que leyendo uno se vuelve mejor persona. Mentira. Si acaso uno se vuelve más imaginativo, más elocuente, más reflexivo, más imparcial... ¿pero mejor? Mejor no. Uno se busca con más urgencia, uno se tarda más en decidir las tonterías más insulsas de la cotidianidad, uno se atormenta con las preguntas más estúpidas y siente que no pertenece a ningún lado, jamás. Acaba uno incómodo en su propia piel, dudando de todo y entendiendo que todo es gris. Cada día es más difícil tomar partido, cada día es más difícil salir a la calle, cada día es más difícil divertirse. Uno habita el lenguaje y se enamora de él y eso, en ningún planeta es ser una mejor persona, porque acaba uno obsesionado y atormentado escribiendo estos sinsentidos, habitando insomnios y poniéndoles flores. Tal vez mi abuela tenía razón y yo tenía que haber apagado temprano las lámparas desde que era niña. Debieron arrebatarme los crucigramas de las manos y prohibirme los cuadernos a rayas. Novelas, ni hablar. Por ahí empieza todo. Premios Nobel, jamás, son peor que el diablo y en aquella casa está prohibido decir "maldito". Hoy salí a caminar porque tuve que ir al banco y decidí irme a pie, era un trayecto de veinte minutos de ida y veinte de vuelta. Tanta gente apurada, inquieta, ensimismada; cargando bolsas y culpas por las calles. Tuve ganas de abrazarles y de escupirles, de gritar que estábamos todos locos. Acabé casi golpeando el cofre de una bestia conductora que por poco atropella a seis peatones y diciéndole "estúpido" sin bajar la mirada. Es una jungla esto y las garras eventualmente aprenden a crecer. Después llegué a casa y me puse a pensar en todo, es decir, en nada. Me puse a contemplar los adornitos de las paredes y a recordar detalles que creía enterrados en el suelo del nunca más. A repasar y-si-hubieras, a repetir para qués en voz bajita. Cerré las ventanas y conecté la extensión de luz que ilumina el pino que ahora vive acá con motivo de la navidad. Pobre arbolito tan lleno de esferas rojas y verdes. Al menos no murió y ahora puede echar raíces en una maceta que salió del mercado que está aquí, a dos cuadras. Tantas religiones, ritos y rituales, ¿sólo a mí me parece curioso? Todo es curioso. Desperté, bebí café, hice ejercicio, pensé en la vida, olvidé comer, fui por mi reloj, pensé en la muerte, escuché música, escribí. Ayer otra vez me dieron ganas de irme. Tal vez sea como una adicción esto de mudarse, tal vez hay árboles que no sabemos crecer para abajo. Hace unos días entendí algo: comprendí que a veces el precio de la familia -nuclear o extendida, sanguínea o elegida- son las explicaciones. No se puede pretender andar por el mundo con cierto sentido de pertenencia a algún grupo, si no se está dispuesto a dar explicar lo que sea. No me gustó mi conclusión, me conflictuó y me enojó. Luego entendí que era verdad. Porque es verdad. He experimentado lo contrario, es decir, cierto aislamiento, cierto retraimiento en busca de un espacio propio para encontrar respuestas a preguntas que quién sabe... y me ha resultado tan fascinante que no me ha urgido regresar. Pero verán, esto a las personas no les gusta. Las personas preguntan cosas y esperan respuestas. ¡Y uno no tiene respuestas, lo que tiene es más preguntas, y más dudas y más huecos que un colador! No, jamás lo entenderías, para qué te cuento, sólo me estoy exponiendo, es más, tal vez hasta te preocupes, estoy bien, no vale la pena, mejor después nos vemos, olvídalo, no pasa nada. No son tan fáciles de engañar. Me he despedido tantas veces que ya no creo en el adiós. Hay cosas que no se deciden, hay cosas que se descubren. Yo si pudiera volver a hacer todo, no lo intentaría. Y ojalá un día pueda explicarlo. Mientras... nada. Mientras, escribo cosas como esta.

Escritora

Si ya sé qué quiero ser cuando sea grande y ya lo quiero ser, ¿quiere decir que ya estoy grande, quiere decir que ya es hora?

Es la verdad

Puedo asegurar sin temor a equivocarme que te he extrañado cada segundo de cada minuto de este día y tantos otros. Y así es como uno reduce un ahora mismo a tan sólo un burdo ejemplo de una simple y nostálgica aseveración... pero es la verdad.

La inmortalidad del cangrejo

Aquí estoy... que en estos días, ya es mucho decir. Frente a la televisión silenciada, con la computadora sobre mis piernas. Pensando en una maestra que hace años no veo y acordándome de que el trapeador está colgado en el tendedero. Recordando lo que se me olvidó comprar en el súpermercado y viendo cuánto ha crecido esa planta en el rincón. ¿Será que la planta piensa lo mismo de mí? Ojalá. Hace rato se escucharon unas sirenas pasando por la calle, tal vez eran policías o alguna ambulancia, ¿qué habrá pasado? Hoy es 20, tengo que pagar la tarjeta de crédito a más tardar este viernes. Qué buen vino argentino y cuánto te extraño. ¿En qué momento decidí dejarlo todo... y qué tanto es ese todo que en algún momento se sintió como si nada? Me muero por comenzar ese libro que tengo en la recámara, si tan sólo pudiera ya terminar la tesis. Quiero y no quiero graduarme. Quinientos pesos en el sofá, el billete doblado a la mitad. ¿Quién habrá hecho el sushi que voy a cenar hoy? ¿Cuándo fue la última vez que bebí cerveza? No lo sé y no lo sé. Me encanta mi cama. Tengo tantas ganas de abrazar a mi madre. Quisiera volver a leer a Borges. Me hubiera gustado conocerte antes. Me hubiera encantado ir a tu boda. Me robé ese salero de un bar y no tengo la más remota vergüenza en decirlo. ¿Cuánto quedará en el tanque de gas? Qué bonitas se ven esas guitarras aquí. Parecemos robots. Mañana tengo junta a las 10. "Porque las cosas cambian", dice la canción. Una canción es un paréntesis o no es nada, como aquél tatuaje maravilloso. ¿Cuándo será el día en que te vuelva a ver? Tanta gente a la que extraño tanto. Ya, pues, buenas noches.

Ocho valiosas lecciones


A continuación, ocho valiosas lecciones que he aprendido durante estos meses haciendo mi tesis de maestría:
  1. Se puede argumentar a favor o en contra de absolutamente todo.
  2. Hay que leer mucho para escribir poquito.
  3. Preguntar es otra forma de decir.
  4. No se puede saber todo.
  5. No existe una sola verdad de las cosas, existen muchas verdades.
  6. Cualquier realidad es compleja, por lo tanto, cualquier realidad nos rebasa.
  7. No sólo hay que saber qué, también hay que saber cómo.
  8. Quiero seguir estudiando aunque me vuelva loca.

No tanto

Que es hora de dormir, de despertar, de comer o cenar. Que el desayuno es la comida más importante del día y que el tabaco mata más personas que la guerra. Que hay que bañarse, que hay que vestirse y peinarse. Maquillarse y ponerse desodorante, crema y perfume... algo para las ojeras. Que las frutas, las verduras, que las vitaminas y el calcio. Que un cepillo de dientes y unas pinzas para sacar las cejas. Un cortauñas y papel de baño. Algo -además de unas tijeras- para gobernar a este cabello en plena revolución. Lentes para leer, lentes de sol. Bronceador y bloqueador. Talco y aspirina. Que la luna, las hormonas y lo que hay debajo del ombligo. Que forzosamente hay que tener ombligo. Que hay que dormir y que me haces falta entre los viajes y cosquillas entre las piernas. Que hace frío o que está lloviendo. Que hace calor. Que me siento mareado o asqueado. Que se me secan los ojos o los ánimos. Que me lastimé en la bicicleta o en el amor. Que los rastrillos o las navajas. Que el pediatra, el ginecólogo y el dentista. Que te dejes secar los pies pero que no te dejes enfriar el pecho. Que el escote, la falda y el pantalón. Que los besos, los orgasmos, las caricias. Que aparte de un sombrero y más de cuatro ideas, hay que poner un techo en tu cabeza y un espejo frente a tus ojos. Que tuve pesadillas. Que la respiración, la sed y la angustia no tienen sosiego y que más te vale tener una risa que se les enfrente. Que tardaste nueve meses en llegar aquí y te vas a ir con un suspiro y una chispa. Que estoy borracha. Que estás embarazada.

Es trabajo de tiempo completo el solo hecho de tener un cuerpo. Creo que, tal vez en otro mundo, no necesitamos tanto.

Casi igual

La violencia es una epidemia.
La mente es una máquina.
El tiempo es dinero.
La vida es un camino.
Una discusión es una guerra.
El pasado es atrás.
El futuro es adelante.
Más es arriba.
Menos es abajo.

No es mentira,
es metáfora,
que es casi igual
pero diferente.

La misma razón

Bebo por la misma razón que estudio y que lloro: porque no entiendo al mundo.

Irónica cosa

Para ser feliz hay que hacer el ridículo.
Para ser feliz hay que equivocarse.
Para ser feliz hay que ser vulnerable.
Para ser feliz hay que seguir al corazón.
Para ser feliz hay que cambiar el rumbo.
Para ser feliz hay que aprender a sentir incertidumbre.
Para ser feliz hay que hacer lo que uno ama.

Y por más hermoso que suene todo esto, lo más cierto es que es una trampa. Veamos, las oraciones están compuestas de dos partes: primero, nos dicen algo que deseamos; después, nos dicen algo que no. Para obtener lo que sí deseamos debemos hacer cosas que no deseamos. ¿Y entonces cómo se supone que lo logremos? Es equivalente a que nos estuvieran diciendo "para ser feliz hay que meter las manos al fuego"? Claro que nadie quiere meter las manos al fuego pero también claro que todos sí queremos ser felices. ¿Entonces qué decidimos? Mientras, así andamos, en plena batalla por las calles y por las camas; por los billetes y por las luces, luchando para entender las contradicciones que nos taladraron  en nuestras cabezas de piedra desde mucho tiempo antes de nacer. Irónica cosa que nos obsesione tanto la obtención de algo y que, para lograrlo, debamos hacer cosas exactamente las mismas cosas a las que nos enseñaron a tenerles pánico. Irónica cosa, pues, que haya que romper el miedo para poder sonreír.

Por cierto

Cualquiera que haya visto un poco de agua hervir, se ha preguntado por el origen del universo. Y ha visto el caos a los ojos y ha tenido miedo, aunque sea por dos fracciones de volátil segundo. Cualquiera que haya visto un poco de agua hervir, se ha sentido sujeto a mil misterios y se ha encontrado vulnerable ante todo lo que no sabemos. Hoy, me ha sucedido otra vez. Todo por un maldito té. Por cierto, me pasa lo mismo con las estrellas: será que también hierven y que también dan vueltas de la misma forma.

Just saying

"Combatid vuestra pasividad" 
- Anónimo.

Y la frase pasó a la historia.
Añeja y podrida nos la entregaron en las manos.
¿Quién la dijo?, pues una de dos:
Un pasivo que no combatió el anonimato
o un anónimo que era muy activo.

Las letras son vías rápidas de doble circulación.
Ni siquiera una palabra tiene un único sentido.
Y aquí son sólo veinte o menos,
aunque tal vez más.
Lo bueno es que era una mentira,
eso de que pasó a la historia.
Lo malo es que era una verdad,
eso de que tengas cuidado.

Just saying:
be careful in what you believe to be true.

Run in the family

And before you think again
about getting pregnant, again, 
think twice more before you do it
because, remember:
twins run in the family...

A diferencia de todo


Quiero toda la ternura que acumula el mar sólo para acercarse a besar su playa. Quiero la sabiduría del sol cuando se atreve a pasar entre tantas nubes. Quiero la rabia con la que un tornado embravecido llega a levantar el polvo y va y lo escupe en otro lado. Quiero la calma con la que se congelan los glaciares y quiero la prisa de los ríos cuando van bajando a abrazar a su madre. Quiero la paciencia de la tierra cuando gesta una semilla y la entereza de aguantar sus ramas que aguantarán nidos. Quiero la seguridad de una casa de murciélagos en el medio de la noche. Quiero la magia de un volcán en el centro de mi pecho y la sutileza de la geometría en las flores de colores. Quiero la alegría y la desfachatez que deben tener los hongos para brotar así, tan despreocupados, ante la menor provocación de las aguas del verano. Quiero la ingenuidad del cielo que vive mirando arriba, la humildad del cielo que vive mirando abajo y la fe de las hormigas que ha de cambiar el tiempo. Quiero el misterio de la nieve en tu mirada y el deseo que nos tiemble desde adentro.

Y dado que solamente tengo unos años más en esta tierra, a diferencia de todo lo mencionado anteriormente que bien estaban y estarán antes y después de mí, también, todo eso, lo quiero pronto.


No sin antes

Quiero agradecer al dios que pone cada mañana en mi taza, montones de café que me acarician la garganta al despertar. Quiero extender mi más profundo y sentido agradecimiento a las misteriosas fuerzas responsables del movimiento del majestuoso universo, por el simple hecho de haber conocido en esta vida tus ojos y tu voz. Gracias a las energías luminosas, exactas y microscópicas, por la almohada bajo mi cabeza y mi cuerpo sobre las sábanas de cada noche bajo las estrellas. Gracias por las guitarras, por las películas, por los frijoles y las tortillas. Gracias, otra vez, por las hojas de papel y gracias, otra vez, por el papel de arroz. Gracias por la absoluta indecisión de qué libro leer a continuación y por las lunas de todas formas y colores, y a propósito de eso, gracias por las flores. Gracias a lo indescifrable por las velas y por el vino. Gracias por la pasta, por el pesto y por el postre. Gracias por el jabón y por el perdón; por los abrazos. Gracias por el agua cuando es neblina y cuando es mar o hielo derretido. Gracias por dejarme verlo otra vez y por su recuerdo bajo mis pies. Gracias por el nacimiento de tantas canciones en mi presencia. Gracias por aquél jueves bendito y gracias por la lengua.

Y aunque yo sea pequeñita y las cosas que enumero lo sean todavía más, creo que es de auténtica importancia revisar con urgencia la cuestión de para qué estamos todos aquí. Y cuando digo "todos" me refiero a todos y cuando digo "aquí" me refiero al particular aquí donde cada uno se encuentre en este instante. O acaso he incurrido en la torpe equivocación de mal entenderlo todo y deducir que de eso se trataba nuestra existencia: de notar las pequeñas cosas y agradecerlas a quien sea que las haya puesto ahí, a nuestra entera disposición. Siendo así, me retiro; no sin antes ofrecer una disculpa. Discúlpenme.

2:11

Recargo mi barbilla en la mano izquierda. El frío cristal de la mesa me acaricia el codo. Despeinada, de blanco y con zapatos, el segundero me canta mientras yo cruzo las piernas. Con los ojos abiertos sin mirar, tengo un recuerdo breve y sonrío. Son las 2:11 y no he comenzado a comenzar.

Media hora

El sábado en la noche pasó algo que, aunque lo había imaginado durante meses, jamás pensé que sucedería. Me senté en la puerta principal de la casa mis padres y lo dije. Descalza y con las uñas de los pies pintadas de naranja, como la culpa que sentía en el centro de mi pecho retorciéndome el esófago y algo más. Las uñas de las manos pintadas de rosa como las que vivieron hace poco en la mesa de mi casa. 

Preguntaste cosas, yo te las respondí. Esta sensación de robarle la inocencia a quien me la dio. Y supe que la vida no se trata de pedir perdón ni pedir permiso, ni mucho menos: se trata de estar y de compartir, mientras se pueda estar y mientras se pueda compartir. Debajo de la piel estamos todos desnudos. Porque la muerte nunca llega a tiempo y menos si ya está amenazando. Nada más. Si yo me voy mañana... o tú, habremos sabido que hubo amor y nos vamos a ir de este mundo sabiendo que una mujer fue valiente. 

Te pusiste las manos en la cara, yo supe que no había palabras, que no había abrazo, que no había tierra que llenara ese abismo que se abría. Y nos interrumpieron como siempre se interrumpe la vida cuando está pasando. Quise ser la hija que nunca tendré. Quise ser la madre que nunca seré. Y honré nuestra fragilidad, honré nuestra humanidad porque no pude hacer otra cosa.

Fue en día de muertos y, para respetar el día, mucho de nosotras murió. Y me sentí tan sabia y tan pequeña. Tan fuerte y tan desnuda. Quise plantar un árbol en tu cama y regarlo con mi llanto descosido. Quise salir corriendo y quebrarme para siempre. Quise amarte y reclamarte. Te dije que todo estaba bien aunque yo misma no sabía quién era. No es lo que nadie esperaba pero es lo que es, tan real como la piel quemada. Con ganas de gritar pero morir ahogada de silencio. Con ganas de no entender pero respondiendo preguntas para que entendieras. Supe que la verdad es sólo eso: un fragmento. Me temblaron la voz, las manos y el alma. Y te miré a los ojos mientras tú -ojalá dios sepa- qué pensabas. Hablaste de la importancia de las cosas y de la distracción de la vida. Abracé en mi pecho tu fragilidad en silencio. Ofrecí al cielo disculpas por tu soledad. Me pediste que dejara de fumar y te prometí que lo haría. Y hablamos de mi padre. Hablamos del mundo en el que nací y el mundo en el que vivo. Qué distintos son. Te dije que soy feliz. Sonreíste resignada.

Se me cayó el mundo mientras a ti se te reventaba el universo. Pero ya sabías, al menos eso dijiste. Nunca le agradeceré al escenario que no ayudó, pero sí agradezco a la vida y a la verdad, que aunque no entienda, pude, quise y se dio. Porque así tenía que ser. Porque eso me enseñaste, no a mentir, no a esconderme... menos de ti. Me sudaban las manos pero me abrazaste y abrasaste. Me quieres, lo dijiste. Y yo te creí porque también te quiero.

Estoy rodeada de reinas. Es todo lo que sé. Después de esa media hora, lloré dos noches y un día completo y aunque no pueda saber más, hoy sé eso.

La mujer de las botas

Jueves. La mañana fría de una noche pésima. Intenté trabajar pero fue inútil. Mi propia voz me delató. Esta batalla me está matando. Luego pensé en escribir aquello que debo escribir, pero tampoco pude. Me sentaba y me ponía de pie sistemáticamente como jugando un juego macabro de ansiedades y hacinamiento interno. Dos son demasiadas personas dentro de este cuerpo y como unos gemelos a punto de nacer, ya no cabemos. Me sucede seguido que sólo quiero terminar el día. Como sea. Pasar las horas como pasar las hojas de un cuaderno usado y mojado con las lágrimas del cielo; con agua de lluvia, pues.

Me cambié de habitación y encendí la gran pantalla para ver si me distraía cuando de pronto me comenzaron a temblar las manos y no hubo suficiente aire en el mundo que alcanzara mi respiración. Empecé a sudar dentro de mi ropa en una mañana nublada en la que apenas llegábamos a los doce grados centígrados. Permanecí en silencio y encendí un cigarro y un café solamente para no tocarlos. Me metí a bañar con agua tan caliente que me quemé la espalda y mientras sentía la piel arder, sólo pude pensar en mí. Me vestí como si el universo dependiera de ello y desayuné como si nunca quisiera volver a probar bocado. 

Tomé las llaves, salí de casa y comencé a caminar sin rumbo. Di vuelta a la izquierda y luego a la derecha con el paso firme de quien tiene claro a dónde va. Por supuesto, no era mi caso. Yo solamente era el fantasma con pelo mojado que caminaba entre la mamá que recogía a su hija de la escuela, el hombrecito con camisa de cuadros que iba en bicicleta y el sospechosísimo tipo que hablaba por teléfono en un rincón mientras colgaba su existencia de un puro hediondo junto a una pared de piedra.

Me zambullí en el movimiento de la ciudad y veía en mi mente pasar tanta gente. Pensaba en rostros que algún día significaron algo más que un bonito recuerdo, incluso, pude escuchar algunas voces y risas. Pasé frente a un cristal -creo que era la ventana de un gimnasio- y vi mi figura encorvada como la de quien quiere cargar el peso de la historia con la ridícula fuerza de sus propios hombros.

Y de repente pensé en ti. Últimamente, todo el tiempo estoy pensando en ti pero lo hago como quien está acostumbrado a un sutil olor en el aire y no como quien siente el impacto de un golpe en la piel. Y entonces pensé qué pasaría si yo te contara todo lo que me pasa. Y entonces volví a pensar en qué pasaría yo te contara todo lo que me pasa. Cómo lo haría, qué dirías tú, qué pasaría después. Y no supe, no supe y otra vez no supe. 

Varias cuadras después, ya había entrado en calor y mi bufanda comenzó a estorbarme. Mi cara estaba enrojecida y mis ojos mojados muriendo por abrirse en llanto. Pero no. Tres semáforos después, me di cuenta que estaba caminando en la avenida equivocada y que no me estaba dirigiendo a la librería como yo creía. Pasando un puesto de flores, encontré una iglesia en la esquina. No sé porqué, entré. Cinco almas más el señor que acomodaba la alfombra roja, me acompañaban en silencio. Me senté en una de las bancas de atrás como si estuviera en un salón de clases. Y noté los techos altos y dorados, las figuras de porcelana o de quién sabe qué, sufriendo y mirándome desde lo alto. 

Hoy salí de casa y me convertí en esa mujer de las botas y chamarra café que caminaba por calles ajenas y a la que a leguas se le notaba que si no encontraba su lugar en el mundo, mucho menos iba a encontrar un lugar para sentarse a llorar.

Como sea, tienes razón con lo que dices de los secretos. Y yo tengo razón cuando te digo que no lo mereces. 

Anoche

Anoche perdí dos batallas contra un mosquito pero no fue por eso que permanecí despierta hasta las cinco de la mañana.

Pestañas mojadas

Que no puedo dormir y que la noche me llena de ruidos la ventana y el pecho. Que mis ojos no me piden permiso para ponerse a regar y que los ríos acaban haciendo laguna en mis orejas mientras yo miro con detenimiento qué tan blanco es el techo de esta habitación. Que el café ya no es lo que era y que hace más de un mes que no bebo vino. Que ya me cansé. Que vivo con los pies descalzos y las pestañas mojadas. Porque sí, porque no: porque me duelen las piernas, porque me duele el miércoles y porque me duele lo que te duele a ti. Que aquí nos escuchamos los silencios y que mi garganta escriba todo lo que no me atrevo a decir.

Hace días un para qué me empujó de la cama y todavía me duele el golpe que me di contra el suelo. Tal vez caí más allá y habré tocado algún infierno. Que ya no quiero aguantar, que ya no quiero poder, que ya no quiero pensar en un futuro que no'más no llega. Que el vacío lo ha llenado todo. Porque nos acostumbramos con facilidad, porque nos faltan héroes. Porque no tenemos memoria y el mundo me da asco. Que toda verdad trae una mentira detrás, como un papalote con su humano en tierra.

Que no sé cuántos años, que no sé cuántos libros, que no sé cuántos rostros, qué no sé cuántas mudanzas ni cuántos pares de zapatos más. Que no sé cuántos intentos más estoy dispuesta a hacer. Al menos hoy estoy segura que ninguno. Que lo muy imposible no existe y que cuánta parafernalia barata y podrida. Que alguien me susurre en el oído un para qué verdadero. 

No es cierto, mujer, esta vez no puedo, ¿y sabes? tampoco quiero poder. Yo, después de tanto huracán, ya tendría que haber llegado a algún lado; lo cierto es que soy la misma, la que no sé quién es. Las palabras se secan y las personas se asustan; y para el caso, es igual. Está todo al revés, están todos lejos. Dan ganas de hablar con algún extraño en algún parque en algún país en algún mundo. 

Este año no quiero que llegue el invierno. Si no soporto las pestañas mojadas, mucho menos congeladas.

No te preocupes

Tienes razón pero no te preocupes: tarde o temprano la vas a perder.

Esta mañana

Esta mañana
un para qué me tiró de la cama.
"¿Para qué?", le pregunté desde el suelo.
Otra vez no me respondió.

Por fin

Siento que voy a reventar por dentro.
Y que voy a hacer un reguero de tripas y llantos.
Que van a acabar dos millones de palabras embarradas en la pared.
Y que por fin se desharán los nudos en mi garganta.
Por fin.

Todo lo contrario

Hay cosas que nunca escribo
porque escribir se me ha vuelvo un acto catártico...
un acto catártico de lo meramente incómodo e insostenible.
Un mecanismo como vomitar.

(Disculpas, querido lector)

Uno no vomita hasta que está enfermo
y no puede mantener más aquello dentro.
En tu caso y el mío es todo lo contrario.
Y tú no deberías sentirte fuera de mí
sino todo lo contrario.
TODO.

Y quién sabe

Son las cinco de la tarde, es miércoles, estoy descalza y no me he bañado. Estoy sentada junto a la ventana en mi departamento, tomando una copa de vino tinto y escuchando una maravillosa canción. Afuera, llueve pacíficamente; adentro, la lámpara cálida lo ilumina todo. Respiro. Sonrío. Y quién sabe, tal vez esto es ser feliz.

Dos tormentas

Pocas soledades se comparan con la de quedarse hablando solo. Impresionante manera que tiene la vida de hacerle sentir a uno tan ridículo y tan insignificante de un momento a otro. ¡Tan estúpido! Hay preguntas que se contestan con más preguntas. Hay palabras que se quedan retumbando en el vacío, como si nadie las hubiera pronunciado jamás. Espejos que devuelven imágenes monstruosas. Tristezas que arden, silencios que queman, noches que no encuentran dónde descansar. Y menos si afuera llueve como llovió hoy aquí.

Las olas, enojadas y revueltas todas; una tras otra golpeando la arena que tuvo la mala suerte de estar ahí tendida. Las estrellas, mirándose confundidas y preguntándose qué debían hacer o dónde debían esconderse. Los pájaros que de día se veían negros y despiadados, ya sólo flotaban como grises bolsas de plástico anhelando que el furioso vendaval les regalara un día más. El viento, luchando sin dulzura por secarme la cara que insistía en empaparse con dos ríos corriendo hacia el sur. Mi pelo, enmarañado y triste, pidiéndole al rugido que todo volviera a la calma. Los relámpagos, como venas del universo, encendiendo la luz a los fantasmas para que no quedara la menor duda. Y todo para que el agua regresara al mar, y todo para que las cosas cayeran por su propio peso. Todo para que al final reinara un silencio tan absoluto como desgarrador.

Cinco minutos. Siete. Trece. Veinte. Más viento. Más agua. Treinta. Más noche. Cuarenta y dos. Cincuenta y seis. Una hora. Más silencio.

Adiós.

Que descanses.

Había pasado todo el día sin sentir miedo pero no todas las noches caen dos tormentas en el desierto: una por dentro y otra por fuera.

Cualquiera diría que fue un milagro. Pero yo no soy cualquiera.

Casi igual

Detecté en mí
la urgencia de hablar
largo, tendido y delicioso
con algún viejo amigo.

A falta del viejo amigo
vine corriendo a escribir sin parar,
que no es lo mismo
pero es casi igual.

Te ciero mucho

Soy la mayor de tres hermanas. Cuando Marisol, la menor, tenía 5 años y estaba aprendiendo a escribir, yo ya tenía 11 y estaba terminando la educación primaria. Es decir, ya sabía multiplicar, dividir, ya me habían enseñado qué cosa era la fotosíntesis, quién era Porfirio Díaz y los nombres de los que en aquél entonces eran todavía 9 planetas. También ya sabía cómo se hacen los bebés pero no podía platicarles a mis hermanas los misterios de la reproducción humana, tampoco podía decirles lo de Santa Claus ni uno que otro detalle cotidiano que yo ya había terminado por resolver como que era imposible hacer perfume metiendo flores y alcohol etílico en frasquitos de cristal.

Marisol era una niña delgadita, obediente y tierna que se tardaba horas y horas comiendo y que por órdenes directas de mi madre, no podía levantarse de la mesa hasta que la misión se declaraba cabal y satisfactoriamente cumplida. En otras palabras, hasta que limpiaba el plato. Lamentablemente para ella, cuando escribo "horas y horas" no estoy exagerando.

Un 10 de mayo, Marisol llegó a casa con un cartoncito lleno de sopa de coditos seca pegada a los contornos con resistol blanco y unos rayones a color hechos con crayola que durante aquella mañana en el kínder consideró altamente decorativos. Unas cuantas calcomanías de estrellas doradas salpicadas por aquí y por allá y al centro de dicha obra de arte, su fotografía frontal -muy sonriente ella- y una leyenda  en amarillo pollo que decía "te ciero mucho mama". Era su regalo por el día de las madres.

Yo jamás hubiera recordado esto por el resto de mis días ni estuviera ahora mismo escribiendo al respecto, si mamá no se hubiera encargado de atesorar el dichoso cartoncito por los siglos de los siglos, amén. Cada vez que vuelvo a casa de mis padres, ahí está, en el lugar de siempre en la cocina, cerca del fregadero y de la tabla de cortar; como si no hubieran pasado ya casi 20 años desde ese día.

Más cerca de las estrellas y más allá de las palabras. Más cerca de los colores y las chispas brillantes y lejos de las reglas y las restricciones. Sencillo, fuerte y eterno. Ceriendo con todo el corazón como si tuviera 5 años y jamás me hubiera dolido nada. Decir te ciero y ser entendida, decir te ciero sin miedo, decir te ciero y que esté bien. Es perfecto porque no lo es, es maravilloso porque es de verdad. El resistol es mágico y puede ponerse en todos los bordes, la sopa llena los vacíos y siempre la sonrisa va al centro y mirando al frente. Cerer así, como una niña feliz.

Ruinas

La sensación de volver a un lugar que un día fue mi hogar y sentirme como pez fuera del agua, es terrorífica. Se parece a lo que sentí cuando volví a la casa donde pasé mi infancia y la encontré en ruinas. O bueno, imagino que así lo hubiera sentido si en realidad eso hubiera sucedido. Jamás he vuelto a la casa donde pasé mi infancia pero empiezo a pensar que la de las ruinas soy yo. 

Un mundo feliz

Me puse de pie a las 6:00 de la mañana en contra de toda mi voluntad. Me bañé, me vestí, empaqué mis cosas, bebí café y preparé un sandwich que refundí en mi bolsa negra. El taxi anunció su llegada, como siempre, antes de lo esperado. Apagué las luces, cerré la puerta y salí despertando charquitos perezosos con las puntas de mis pies.  "Al aeropuerto, por favor". Viaducto. Llegué con 170 pesos y 30 minutos menos y con tanto frío en los pies. Terminal 1. Pagué demasiado dinero por medio litro de café y después de observar los vaivenes de los desconocidos que me compartían el espacio, me puse a leer, irónicamente, un libro titulado Un mundo feliz. Yo no me sentía feliz; el mundo, supongo, menos. Estuve calentando una silla negra y rota en la zona de Llegadas nacionales; será que en el fondo, tal vez yo también quería sentir que llegaba, que mi alma me alcanzaba. Después de un rato, salí a fumar por la puerta 4. Policía Federal, sirenas, luces intermitentes. Cielo nublado. Regresé al interior de los pasillos largos y suelos brillantes. Curioso, a ciertas horas, los aeropuertos y los hospitales se parecen tanto... ¿será la impermanencia? (Las cosas que pienso cuando solamente dormí 3 horas). Rueditas deslizándose, pantallas de colores, gente murmurando y cosas anudadas en los cuellos de las personas. Salió el sol.  O mejor dicho, noté que salió el sol. Punto de seguridad. "La computadora en una canasta aparte". Monedas, cinturón, llaves. Puerta 6. Vuelo 2210. Hora de abordar: 8:50. Origen: Distrito Federal. Destino: Guadalajara. Esperé una foto que jamás pude tomar porque estaba ocupada recibiendo mensajes que me informaban que mi viaje sería inútil: la reunión a la que iba, estaba siendo cancelada en el mismo instante en que todos los pasajeros del vuelo abordábamos el avión. Una pena porque mi cama, todavía tibia, me extrañaba. Un par de llamadas después y yo casi pierdo el vuelo. Fui la última en subir y cerraron la puerta tras de mí. Me correspondía el asiento 7B pero al ver que no había pasajero en el 7A, naturalmente, me moví. Siempre es mejor la ventana y un espacio de por medio con la mujer que, yo no sabía, iba a roncar. Una azafata con la sonrisa de plástico. Jugo de tomate con hielo y una servilleta con publicidad. 


Tan ordenada y pacífica que se ve la ciudad desde arriba. Otra vez al libro. Sin darme cuenta, a 32,000 pies de altura. Pasando por una turbulencia pensé que si los extremos están lo suficientemente lejos, en algún punto se tocarán. No entiendo en realidad cómo funciona mi mente ni sé por qué llegó eso a mi cabeza. Un misterio nunca le sobra al mundo. El vuelo, que fue como un brinco, me dejó en el lugar en el que un día fui feliz. Prendo mi teléfono y resulta que la junta siempre sí. Una plática de media hora con un hombre que me apagó la sonrisa y me dejó con la mirada incierta puesta en un futuro también siempre incierto. Small talk en una oficina que nunca ha sido mía y una junta excesivamente larga a la que a poco -por no decir a nada- llegamos. Voy a comer sola, cosa que en estas circunstancias, recibo con agrado. Buen provecho para mí. Ya quiero que pase la tarde y llegar al hotel. Me faltan todavía algunos capítulos de Un mundo feliz y a ver si se compone el mío. Ojalá. No creo. Pero mañana seguro sí.

Formas de rompernos

Haciendo agua de tonterías, sirviendo un vaso y ahogándonos en él.
Dejando que los nudos en la garganta nos corten la respiración.
Durmiendo en sueños separados.
Diciendo que no tenemos nada qué decir.
Tirando piedritas al abismo que nos separa.
Amanecer habitando silencios.
Desviándonos la mirada.
Cerrando la puerta sin decir adiós.

Cuarenta y cinco minutos tarde

Hoy decidí caminar. Tenía una junta a las tres de la tarde y salí de mi departamento unos minutos antes de las dos y media. Caminé como veinte cuadras. Las calles tranquilas. El día soleado. La señora a la que sus zapatos le quedaban grandes. El tipo de mirada horrible que me puso la piel de gallina. El que me miraba insistentemente los zapatos. El señor vendiendo mango. La peluquería. El olor a incienso. Avenida Insurgentes de sur a norte. El del camión del agua que me tiró un beso. La mujer con sus groserías por el teléfono. El de la gasolinera que me silbó. Tantos hombres con corbata, ¿cómo pueden? Una botella con agua. Un extranjero. Un fulano con los pelos naranjas. La mujercita con los shorts más cortos que mi memoria. Los semáforos, los camiones, los peatones. La fotografía que tomé y no me gustó. La vecina que vocalizaba. El niño haciendo preguntas.

Llegaste apenadísima cuarenta y cinco minutos tarde. 

Caminé también de regreso y se me hizo mucho más corto.

No importa cuánto tiempo tenga viviendo aquí, sigo sintiendo, a tres cuadras de mi casa, que voy caminando en otro país.

Tengo tanto qué decirte

Miércoles por la tarde, principios de mayo, Ciudad de México. 

Hay una mujer sentada en la terraza de un café en la colonia Roma. Los pisos del lugar son de madera, los techos también. Una música tranquila se escucha desde la acera. Huele a harina cocinándose. Ella: pantalones grises, botas negras, uñas sin pintar y mirada encendida. Tiene las piernas cruzadas y escribe en un pequeño cuaderno que sacó de su bolsa. Al centro de la mesa, un florero de cristal azul con una sola flor amarilla y un cenicero que humea delatándola. Bebe algo de una taza blanca. La tarde está nublada y no da señales de tener prisa.

Pasados unos quince minutos, llega una segunda mujer y tras echar una rápida ojeada por el lugar, lentamente camina hacia la terraza y se pone de pie frente a la mesa donde, al parecer, la están esperando. La primera mujer desde su silla levanta la mirada y le regala la sonrisa más espontánea que vi en mi vida. Se levanta como impulsada por tres millones de resortes y se le cuelga del cuello en un abrazo hermoso. La invita a sentarse mientras con el brazo derecho le pide discretamente un menú al mesero. Toma asiento y finge inútilmente que acomoda sus cosas: cierra su cuaderno y pone la pluma sobre él, guarda sus cigarros, toma una cucharita, revuelve su bebida y respira profunda y disimuladamente sin beber ni una gota del contenido de la taza.

La segunda mujer se inclina hacia adelante, toma sus manos entre las suyas y le dice "tengo tanto qué decirte". La primera mujer se lleva las manos a la cara y se limpia el agua que ha comenzado a caer de sus ojos, luego la mira directamente y susurra "soy toda tuya".

..........

Hoy me hubiera gustado hablar con la que seré en diez años y que estas dos mujeres -con la década que las separa- se sentaran en la terraza de un café en la colonia Roma a decirse tanto. La escena inicial, estoy segura, hubiera sido así. 

Lo demás, no lo sé. 

Si lo supiera, ya me lo hubiera dicho.

No puedo creer que sigo

Tumbada boca arriba en la cama con los pies sobre una playera negra y la computadora en el regazo apachurrándome el ombligo. Dentro de la recámara; las persianas abiertas, la ventana cerrada, el closet a medio acomodar. Dentro del departamento; ordenado, nuevo, limpio y amplio. La puerta de entrada casi a la mitad de la cuadra. La cuadra, casi en el centro de la ciudad. La ciudad, casi en el centro del alma. Y yo, sin poder creer este silencio, sin poder creer este jardín, sin poder creer los pájaros y los pasillos. No puedo creer que haya encontrado este lugar y que haya sido para mí. No puedo creer que sigo en la Ciudad de México y que todo mi alrededor sea tan aterradora y deliciosamente pacífico.

Pero perdóname

Porque el polvo no deja de crecer por los rincones. El polvo es como la nostalgia. Si me distraigo, me ahogan en un sinaire que sólo me recuerda lo que ya no es. Porque los volcanes no están tan dormidos como creemos. Porque las máquinas se han vuelto lentas y desobedientes. Porque las moscas muertas. Porque se enfrió el café que preparé anoche. Porque se me han acumulado las mismas palabras que hoy se me desbordan por los dedos. Porque no tengo casa, porque el piso es una ficción, porque floto y porque soy hija postiza y vagabunda de la gran ciudad: la de los edificios, la de las banderas, las mañanas grises y los ríos de gente a toda prisa y contra corriente. Porque las bifurcaciones tocan a mi puerta y dejan en el buzón invisible, sobres de papel llenos de preguntas escritas a mano que nadie hará jamás. ¿Cómo fue que estoy sentada bajo este techo de mentira escribiendo estas palabras de verdad? No lo sabemos. Porque mis amigos son todos adultos y El Principito a nadie le importa. Porque si ahora salgo a la calle y pregunto si el borrego se comió o no se comió la flor, me lleva la policía.  Porque desde las tres comenzaré a ser feliz. Porque a unos nos urge irnos y a otros les urge llegar; de cómplices están los aviones que no dejan de cruzar el cielo. Porque ser cómplice es más que ser testigo. Porque ya quiero que pase abril, porque ya quiero abrazar mayo y ya quiero que llueva todas las tardes. Porque no me sirve el oído izquierdo y mis cervicales insisten en chocar. Porque eres una esponja seca que se expande en la humedad de mi garganta y porque se rompió la tubería que me conduce la confianza. "Fuga", le llaman los plomeros. Los no plomeros también. Porque estoy cansada de sentir que podrías hacerme pedazos y que, de hecho, a veces lo haces. Porque exploto en silencio y junto los pedazos antes de que te des cuenta. Porque no me doy cuenta. Porque tuve calor todo el día. Porque lastima que el silencio sea una respuesta. Porque guardé un secreto y perdí la llave. Porque he estado mirando por una ventana que no me pertenece e imaginándome entre tus brazos que mucho menos. Porque mis padres. Porque los celos. Porque estuve todo el día acariciándole la espalda a un hubiera y empiezo a creer que ya no se quiere ir a casa. Porque tal vez he muerto y nadie tuvo la decencia de avisarme. Porque me preguntas por qué ya no he escrito. Porque el amor se nota cuando sí y cuando no. Porque el desamor siempre es tema. Porque pareciera que competimos con nuestras heridas. Porque sigues queriendo saber. Porque estoy lejos de donde estoy. Porque el camino acumuló tanta bruma que ya no me puedo ver los pies. Porque hay ropa en el suelo y basura en el pasillo y en las lenguas. Porque se prenden más luces y más historias de las que puedo contar. Porque no sé lo que digo ni quiero saber. Porque sigo sin saber qué hace el mar cuando quiere ir a la playa. Por todo esto y sobretodo, porque no estás. Pero perdóname. No sé si fue el polvo o la nostalgia. Ya sólo estoy pensando en lo que ya no es.

Ya lo dijo Julio

Más allá de tu nombre que son dos y más allá de mi lucha que apenas empieza y me ha dejado desarmada. Más allá del espejo hecho polvo y la mudanza que está por venir. Más allá de un millón de octubres. Más allá de las palabras que no me atrevo a pronunciar porque ni las entiendo ni me alcanzan. Más allá del elefante invisible que se me ha instalado a vivir dentro del pecho y se come todo mi aire. A ti y a mí no se nos hizo tarde; pero mucho menos temprano. He viajado en el tiempo mirándote la mirada. Tu cara mojada, mis ojos abiertos. Que el vino que tomamos ayer, a ti te dio sueño y a mí migraña. Desperté como niña que soñó pesadillas porque así fue. Me creces por dentro con perfecto descaro: como bola de nieve, como tormenta de arena, como lluvia de sal. Nunca se rompió un paradigma sin ensuciar el suelo. ¿Cuándo acordamos esto? No lo recuerdo. Recuerdo reconocerte, eso sí. Muy claramente. Tu norte y el mío son distintos: tú no sabes leer mapas y yo nunca he tenido una brújula. Pero cuando hablamos, dejamos que la verdad nos diga. Y cuando callamos, aún más. Me haces falta de la falta que hace lo que siempre se extrañó. Dudo de mí porque no de ti. Quiero sostenerte los huecos y que me creas cuando te digo que aquí estoy. Necesito que entiendas la paz, lo hermoso, lo gratuito, lo increíble de un porque sí. Lanzando granadas ante banderas blancas, nos vamos a matar. Deja de sembrar peros en la tierra que quiere darte flores. Haciendo el mayor de los verbos, rasgándonos los adjetivos y cerrándole a la historia el paréntesis más grande del mundo. Un abrazo que despierta con el sol. Hay que ser estúpido. Hay que volverse loco que los cuerdos nunca hicieron nada mágico. Y cuando los locos seamos más, los locos serán ellos. Felices. Suena la alarma porque es real, si fuera un juego nadie se asustaría. Se va la tarde y pienso en tus manos. Corre el viento y pienso en tu voz. Cierro los ojos y veo tu boca. No cabe duda porque en su lugar pusimos una ventana que se abre desde dentro y en el balcón un montón de macetas llenas de aves heridas y fértiles. No hay nada más caro que una consecuencia pero afortunadamente, no todo se paga con dinero. Tengo tiempo. No todo el del mundo, como las montañas, pero algo me comprará. Lo voy a poner ahí donde lo veas. Tratamos de poner un punto, acabaste poniendo el segundo y yo el tercero. Y así continuó el continuará que nos sigue siguiendo... Perdóname dos veces, la segunda por si se nos quedó algo en el camino. Ya lo dijo Julio y lo dijo bien. Lo del andar, la búsqueda y el encuentro. Yo no voy a repetir nada, ¿para qué? Si ya nos sabemos.

Pero nada

Habría que aprender a quedarnos sin temor de cansarnos. Habría que aprender a irnos sin temor de ausentarnos. Habría que aprender a estar aún cuando la puerta esté abierta de par en par. Habría que aprender a ser aunque no sepamos por qués. Habría que aprender a hablar de lo que sentimos sin arrebatarnos el amor al primer error. Habría que aprender a equivocarnos sin la sensación de caminar sobre un campo minado. Habría que aprender a callar sin sentir que el silencio nos pertenece. Habría que aprender a gritar sin adueñarnos de la voz. Habría que aprender a acompañarnos en las subidas, en las bajadas, en las entradas y en las salidas... de emergencia. Habría que aprender a vivir en paz sin estar esperando la próxima declaración de guerra. Habría que aprender a hacer fiestas en las trincheras. Habría que aprender a dolernos sin herirnos. Habría que aprender a bailar sin temor a resbalar. Habría que aprender a reírnos sin dejar de abrazarnos. Habría que aprender a creer en el futuro aunque siempre esté llegando y nunca acabe de estar completamente  aquí.

Habría que aprender a amar como el mar: que no toma vacaciones, que va y viene, que cambia de color, de profundidad, de olor y de rostro. Que se nubla, que se estrella y que se sana, que refleja el cielo, se sostiene en la arena y no se va. Y no se va. Para quien amanece cada día junto a la playa, el mar deja de ser un milagro. Y qué pena.

- ¿Pero?
- Pero nada, carajo. ¡Pero NADA!

Estalactitas y estalagmitas

Sentí frío. Descolgué una chamarra, me la puse y la abroché hasta el cuello. Cubrí mis pies con un par de zapatos y bebí café tan caliente que me quemé la lengua. Cerré las ventanas, lavé mis manos con agua tibia y anudé alrededor de mi cuello una bufanda roja... roja como quería estar yo.

Sentí frío. No otra vez sino todavía. No cedía. Era frío, era por dentro y era mucho. Piel de gallina, dedos helados y mirada perdida. Frío por debajo de las pecas, entre las costillas y detrás del esternón. Frío el ombligo, fría la punta de la nariz, temblores, el pecho entumido y dificultad para respirar. Cosa rarísima. Día soleado. Yo diría que no menos de 20 grados afuera. No me siento enferma y no tengo alergias. 

Ojalá pudiera uno ponerse de pie bajo el sol y fundirse los hielos. Ojalá pudiera uno amanecer soleado como el cielo. Ojalá las estalactitas y las estalagmitas fueran recuerdos añejos de una adolescencia sentada en un pupitre frente a un pizarrón estudiando ciencias naturales y no sensaciones actuales de lo que podría estarme sucediendo por dentro de las venas. Ojalá pudiera uno medirse la temperatura anímica con termómetros emocionales de exactitud matemática y ponerse paños calientes para entibiarse la sonrisa... aunque, ¿para qué? Por más que me queme la lengua con café ardiendo, hay escarcha que no se derrite. 


Tendría que venir aquí

Tendría que venir aquí a decir que yo no estaba buscando nada. Tendría que venir aquí a explicar que todo me tomó por sorpresa y que sucedió sin planearlo. Tendría que venir aquí a exculparme explicando que mi vida estaba en orden y que las cosas salieron de control. Tendría que venir aquí a hablar de las sonrisas cuando nadie me vio. Tendría que venir a lavarme las manos y eximirme de toda responsabilidad. Tendría que venir aquí a demostrar que no sé cómo pasó. Tendría que venir aquí a declarar que el sol salió sin previo aviso y me encontró allá, en una cama muy lejos de la mía. Tendría que venir aquí a argumentar que nada fue fácil desde aquél día. Tendría que venir aquí a decir que no me arrepiento de nada y que de haber sabido lo vuelvo a hacer. Tendría que venir aquí a confesar la tremenda felicidad en la que vivo. Tendría que venir aquí a hablar de amor. Tendría que venir aquí a decir toda la verdad. Pero no lo haré. Hoy no.

Todo tan simple


La profundidad de una mirada limpia que brilla y refleja. Un espejo que no quiere pelear y tira besos. Un amor que desespera de tan grande. Una voz que puede decirlo más alto pero no más claro. Agua y comida calientes todos los días a cualquier hora. Cierta cantidad de monedas en la bolsa. Un camino que abrasa y abraza. La piel más sensible que nunca. El olor del café recién hecho en las mañanas. Una recámara llena de vida y luz. Una cama llena de paz y sueños. El viernes sin despertador. El sábado con ganas hasta el domingo. Los zapatos gastados de tanto andar. Los motivos de los días. La sonrisa de dientes para adentro. El corazón que sabe saltar. La razón para levantarse de la cama. Una gran ciudad que me abraza a diario.  Desfiles de rostros de gente que no puedo ni explicar. Un departamento bonito y mío. La ropa limpia. La conciencia también. Los cuadernos llenos. El alma también. Un abrazo en el que cabemos todos. Un librero lleno de hojas en el pecho. Tantos benditos cabos sueltos. Tantos textos sin terminar. La historia por contar. La música en el aire. La mirada en el cielo. La luna en la ventana. Todo tan fácil. Todo tan simple. A mí, todo esto, sólo me tomó 30 años.

Lléname

Lléname de besos la punta de la nariz. Lléname los hombros de saliva y ganas. Lléname el piso de polvos mágicos y las ventanas de historias sin fin. Lléname la casa de tus cosas. Lléname de preguntas las respuestas. Lléname de sueños largos los cuentos cortos. Lléname de canciones los rincones. Lléname el aire de jadeos y de vueltas el reloj. Lléname los días de lunas y los lunes de sol. Lléname de palabras las dudas. Lléname la almohada de ti. Lléname los huecos de amor; que el vacío es grande, amor, y si quepo yo, cabes tú conmigo.

El mensaje inconexo del día

A veces, todo me urge. Me inunda la ansiedad insoportable de querer cambiarlo todo y salgo corriendo en cualquier dirección que, por lo general, es hacia ningún lado. Me gana el deseo de aventarlo todo por un gran ventanal rompiendo cristales y rompiendo en llanto. Tengo tanta prisa que da risa. Me muevo compulsivamente, nada me dura. He cambiado de vida tantas veces que hay tardes en las que ya no sé quién soy. No es queja. Mis recuerdos son como de otras vidas; creo que escogí las alas en vez de las raíces. Evito los espejos porque no sé dar explicaciones que nadie pide. Bebo demasiado café y aún no repongo lo último que me robaron. Tengo un grito atorado en el nudo de la garganta que me corta la voz y sangro por dentro. Si todo esto tuviera una alarma de emergencia; éste, en definitiva, no sería el momento de hacerla sonar, pero sin duda, le pondría la mano encima... por si acaso. Las pulseras de colores se enredan en mi muñeca y ahora que todo da vueltas, el único lugar del que se me ocurre sostenerme es de tu abrazo. Lo delicioso de fumar es que de un lado del cigarro me pongo yo y del otro, pongo al mundo entero. Se queda todo en suspenso mientras, otra vez, a la distancia, no resuelvo gran cosa. Y me quedo con la sensación flotante de haber contribuido con unos cuantos minutos y un poco de humo a la gran cuestión. El problema con pensar es que pensamos que pensando lo entederemos todo. Y no, ¡vaya que no! Globos de colores reventando en mi cabeza porque no sé qué palabras usar para ordenar todo lo que estoy sintiendo. Siento gracias, siento amor, siento urgencia; y a ratos, también, siento que exploto. Soy la consentida de alguien a quien no le veo el rostro. Me siento protegida a la intemperie. No creo en los errores ni en los accidentes. Ni siquiera sé qué significa perder porque siento que nada me pertenece. Cruzo mis fronteras tres veces diarias y el único idioma que quisiera dominar es el del silencio. Para entender que mi tiempo es mío, primero lo puse en renta y después aprendí a deshojar la culpa de hacer con él lo que me dé mi gana. Me tiemblan las manos cuando voy a empezar a escribir. Me tiemblan los labios cuando termino. Constantemente, cuando estoy sola, me siento observada. Tal vez, cargo secretamente con todas las miradas del mundo. No sé cocinar para dos y no soporto la sensación de la piel seca. Me gusta la comida crujiente y bañarme con agua muy caliente. No te extraño y quisiera que no volvieras a leerme jamás. Sigo preguntándome qué hace el mar cuando quiere ir a la playa. Nunca supe qué tan lejos estaba hasta que volví y el que dijo que el amor es ciego, jamás amó. Quiero vivir en la copa de un árbol en altamar y flotar sin rumbo fijo hasta un desierto derretido. Ya no sé si el mundo me espera o yo a él. Otra vez se me fue el día en no sé qué. Y pensar que lo único que yo venía a escribir aquí, era que no podía escribir. Tal vez sólo tenía que comenzar diciendo "a veces, todo me urge".

Pienso en ti

En lo valiente que eres. En tus ojos, en tu boca, en tus manos, en tantos años atrás. Imagino la seguridad que debiste sentir. Y el desamparo. Pienso en la puerta que cerraste tras de ti y en la gente que se te fue. En las palabras afiladas y huecas que se pronunciaron y que nunca escuchaste. ¿Jamás dudaste? ¿Jamás pensaste que sería mejor guardarlo todo? 

Pienso que me hubiera encantado estar ahí para besarte la frente. 

Pienso en ti.