No puedo creer que sigo

Tumbada boca arriba en la cama con los pies sobre una playera negra y la computadora en el regazo apachurrándome el ombligo. Dentro de la recámara; las persianas abiertas, la ventana cerrada, el closet a medio acomodar. Dentro del departamento; ordenado, nuevo, limpio y amplio. La puerta de entrada casi a la mitad de la cuadra. La cuadra, casi en el centro de la ciudad. La ciudad, casi en el centro del alma. Y yo, sin poder creer este silencio, sin poder creer este jardín, sin poder creer los pájaros y los pasillos. No puedo creer que haya encontrado este lugar y que haya sido para mí. No puedo creer que sigo en la Ciudad de México y que todo mi alrededor sea tan aterradora y deliciosamente pacífico.

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