Increíble

24 años de vida. Licenciatura y especialidad en una de las mejores universidades del país y aceptado recientemente para hacer su maestría en una de las mejores del mundo. Habla español, inglés, alemán, polaco, ruso y francés. Ha vivido en 7 países y visitado más de 20. Laboró durante 7 meses en el área financiera de Coca-Cola y ahora trabaja en un corporativo multinacional con más de 11,000 empleados alrededor del mundo y desempeña una importante labor operativa en el área de telecomunicaciones internacionales.

Y nunca, ¡jamás!, ha visto un hormiguero.

Es una lástima.

Un instinto incontrolable

Un capricho fisiológico que encarna monstruos amorfos de varias cabezas y hermosas mariposas que flotan en el aire sin tocarlo. Las compuertas de una presa llena que tiene que ser desbordada o reventará en un estallido desastroso. Las preguntas sin respuestas sembradas en una maceta entre tierra fértil y húmeda para que resucite la curiosidad. Lágrimas que contienen la concentrada pócima mágica que nos vuelve humanos a todos. Las infinitas bifurcaciones de una historia que ha esperado por toda la eternidad para ser contada. Las pieles de innumerables seres míticos que atraviesan paredes y existen sólo porque tienen voz. Una carcajada imprudente, la fuerza de atracción que genera una turbina bajo el agua, un parto, el negro vacío de mis pupilas, un grillo cantando, un mareo, un silencio y un par de manos temblando. Un instinto incontrolable que simplemente me rebasa. Eso es escribir, eso me significa.

Mejor dormir

La ociosidad huele a muerte, tiene cara de añoranza y pesa como toda la arena del mar cayendo en el reloj gigante del tiempo perdido. Horas pantanosas e inútiles flotando en el lodo viscoso de la duda y la anticipación. Soledades compartidas de miradas vacías y distantes. Pieles que no se tocan, sonrisas añejas y resecas que fotografían un pasado lejanamente pasado. Palabras que no saben salir de las gargantas para volverse aire o vibración. Cuerpos aletargados y entumidos que van doliéndose en los hombros, los pies y el aliento. Un vistazo al oscuro abismo y darse cuenta que está tan vivo como se pueda estar.

A quien...

Agradezco profundamente a quien haya, alguna vez, sido honesto conmigo. A quien no le haya costado trabajo compartir sus alegrías cuando yo no era tan feliz, sin culpa o sin miedo de hacerme sentir de ninguna manera. A quién a un "¿cómo estás?" me respondió "de la chingada" cuando era un real y genuino de-la-chingada. A quien me abrazó queriendo abrazarme. A quien confió en mí, alguna vez, para lo que fuera. A quien lloró, hizo berrinche, se carcajeó, se enfureció, se emborrachó, se desnudó frente a mí. A quien no necesitó más explicación que una mirada. A quien no me pidió ninguna. A quien supo ver en mí lo que soy antes de que yo misma me diera cuenta. A quien me dijo cosas que jamás había dicho. A quien me recibió en su casa, a quien me invitó una cena, un trago, una sonrisa. A quien me regaló 5 minutos cuando no podía más, a quien fue por mí a algún aeropuerto, a quien escuchó, a quien esperó que terminara de llorar, a quien aguantó mis necedades racionalistas y miedos infundados. A cualquiera de quien haya aprendido algo. Gracias. Desde aquí, de verdad, gracias totales.

¿?

¿Pero qué le cuentas de nostalgias lacrimosas a alguien que dice no saber de apegos?

Ojos llorosos

De andar en bicicleta rompiendo charcos enormes a mi paso. De cuando me corté la pierna con un pedal. De jugar basket hasta que llegaran por mí. De bailar ballet. De beber ron contigo hasta las 8 de la mañana. De pensar en ti sin saber quién eras. De estar al aire. De los pisos blancos de aquél departamento. De carcajearme sin pudor. Del invierno en Boston y la nieve hasta las rodillas. Del verano en Milán y el sin-tiempo hasta la garganta. Del otoño en la base de tu espalda. De no tener prisa ni miedo al caminar por la calle. De cruzar la ciudad todos los días sólo para darte un beso. De meditar la tierra mojada. De los buenos días de mi mamá y la fruta en el refrigerador. De escribir a mano y esconder los cuadernos bajo el colchón. De estar rodeada de amigos, compañeros de vida. De fingir una migraña y no ir a trabajar. De circular la ciudad cantando. De andar por el mundo con una mochila a cuestas. De no dejar de estudiar. De saludar al sol bajo la luna. De dejarme conocer. De amanecer en la universidad. De hacer lo que me daba mi chingada gana todo el chingado tiempo. De estar con mis hermanas. De que 2000 pesos bastara y sobrara para todo el mes. De fumar toda la tarde hablando de los "problemas". De no tener nada que demostrar. De llorar sin esconderme. De sentirme en casa.

La nostalgia se refugia en los rincones más insospechados para hacer a los ojos llorar.

No se puede ser sin ser lo que se fue. Se sigue siendo. También lo que aún no se es. Y así es.

Saudade

A mi familia ya aprendí a extrañarla.
A mis amigos no.

Esta semana aprendí...

Que una historia no se escribe de manera lineal y que se va enriqueciendo a medida que se desdoblan las letras. Que es imposible escribir sin vaciarse. Que los detalles autobiográficos son difíciles de evitar y que vuelven a la historia mi cómplice más cercana. Que se necesita muy poca imaginación para darle a vida a los personajes; basta, muchas veces, con recordar y observar a los reales. Y que las mejores partes de mis días son cuando estoy tecleando.