Agosto es una carretera

Ambas cosas surten en mí el mismo efecto: agosto y las carreteras. Me pongo reflexiva y neutral. Me acomodo, evalúo y mi perspectiva cambia. Me tomo el tiempo. O el tiempo me toma a mí. Disfruto el camino y paso divirtiéndome por donde sea que esté pasando. Y aunque no sepa con exactitud cuánto falte, sé que he de llegar a algún lugar. Debe ser el cumpleaños que me está renovando la madurez y que me hace mirar por las ventanas. Que me hace sonreír a escondidas, hablar de lo que nunca hablo y cantar más fuerte de lo normal. Y disfrutar la velocidad. Debe ser agosto que, para mí, siempre es una carretera.

Sexo, (drogas) y roncanrol

Hoy es el lunes después de la sobredosis. Hoy hubo que pagar la cuenta, la factura pendiente. Malditas drogas. Acabo ansiosa, destruída, con las ojeras en las manos y siempre con ganas de más. Poseída y hecha pedazos. Incapaz de responder por mí. Con el sistema nervioso colapsado y síntomas evidentes de una intoxicación de la que apenas me estoy recuperando cuando ya quiero más.

No se puede dejar de consumir consumiendo, eso me queda claro; pero desde el miércoles, esto es el colmo. No he dormido, he comido mal, se me olvida tomar agua y apenas puedo cargarme el cuerpo. Y aquí estoy, haciéndolo de nuevo: inyectándome las letras que escribo, aspirando películas y vino tinto, fumando largas pláticas y tomándome pastillas de cerveza, ron y fútbol. Poniéndome música nueva debajo de la lengua, bebiendo nicotina, enrollando café y vomitando conciertos en vivo.

Benditas drogas que alivianan la existencia. Las mías son ésas. Todas legales, afortunadamente... pero drogas, al fin. Y yo aquí, con sobredosis y sin saber dónde se rehabilita uno de esta asquerosa adicción a la vida, de estas ganas de más. Perennes e insaciables.

Un fin de semana memorable que se llenó de excesos desde el miércoles. Pinche junkie de mierda que soy. Y dicho esto, sólo resta decir lo siguiente: que vivan el sexo, (las drogas) y el rocanrol.

Fue domingo

El 22 de agosto del año pasado fue domingo y yo amanecí en Playa del Carmen. Decidí que iba a pasar mi cumpleaños en la Riviera Maya y, como todo lo que se me mete en la cabeza y está bajo mi control, así fue. Ese día, fue el primero de 8 que estuvimos por allá.

Una semana completa -de sábado a sábado- con el mar tratando de salarme la sangre y el color del agua imprimiéndoseme indeleblemente en la mirada. Fueron días de agua, sonrisas, vino blanco y pirámides prehispánicas. De barreras de coral, viento húmedo, talco de arena en las sandalias y bronceador entre los dedos. Días de estar, durante horas, despeinadas y tumbadas sobre nuestras espaldas buscándole forma a las nubes mientras nos pasábamos innumerables tragos de cerveza fría entre los labios. Días de contarnos historias insospechadas en azoteas con hamacas rojas y carcajadas que seguramente se escucharon en altamar. De parapentes de colores, salvavidas, albercas, pecas nuevas y ceviche fresco. Así fue. Hermoso. Fue como deben ser los viajes de despedida, los puntos de partida, los abrazos simbólicos y "finales". Fue como tienen que ser los cierres... que acaban siendo inicios. Hermoso.

El 24, el día de mi cumpleaños, cayó en martes pero yo celebré toda la semana. Recuerdo que aquél día el sol brillaba con toda su fuerza y rebotaba en mi espalda que, a propósito, estaba puesta, dispuesta y desnuda para recibirlo. En bikini, de panza y con las nalgas al aire. Recuerdo que en cuestión de minutos, el cielo se cerró y sin previo aviso, comenzó a llover como sólo puede llover en El Caribe: como si tuviera que caer todo de una. También recuerdo que minutos después volvió a salir el sol. Como si nada, le creímos como la primera vez. Recuerdo mirar el azul, abierto e inofensivo, y recuerdo caer, por segunda vez, en la trampa de la luz. Niñitas ingenuas y citadinas que no aprenden nada. Nos mojó otra lluvia y cuando por fin paró, nos vestimos, tomamos nuestra dignidad -que escurría- y nos fuimos caminando sobre una callesita empedrada. Yo, en algún punto de ese caminito, volteé hacia atrás y vi el arcoiris más hermoso que haya visto en mi vida. Enorme, brillante... y mío. Estaba vivo y yo también. Fuimos nuestro regalo mutuo de cumplaños. Y la fotografía que le tomé fue mental y eterna.

Se terminó la semana el día 28. Nos sacudimos las vacaciones y nos subimos a otro avión que nos dejó reanudándonos la vida en Guadalajara. Ya sin bronceador entre los dedos, sin hamacas en azoteas y sin ningún arcoiris cuidándonos los pasos.

Vivía en otra ciudad, en otro departamento. Ocupaba otro escritorio en otra oficina en otra empresa en otra industria. Mis ganas de levantarme de la cama, muchas veces se quedaban dormidas. Mis días eran otros y la gente que los llenaba, también era otra. Las cosas que me flotaban en el pensamiento, hoy me resultan ajenas, lejanas y hasta deformes. Como de otra vida, como de otro mundo, como de otra yo. Traía la incertidumbre enredada con la decisión en los bolsillos de mis jeans llenos de agujeros y de historias. Había tocado fondo y lo único que quería era moverme. Y me estaba enamorando de ti. Por aquellos días, apenas empezabas a llegarme. Ayer despertaste en mi cama. Largos caminos que se recorren en un año.

Hoy no he visto el mar y del Caribe... nada. Pero ante esta vista, no puedo más que asombrarme de lo que la fuerza del cambio y un poquito de confianza pueden hacer. El 22 de agosto de este año es lunes y yo amanecí -con otra vida- en la Ciudad de México:


Una de tantas

Ahora estoy pensando que una de tantas diferencias entre la gente normal y la gente que escribe, es que a los primeros se les atoran las historias en la punta de la lengua y a los segundos en la punta de los dedos.

... Y me tiemblan las manos.

105 pesos y 7 minutos

Caminaba el domingo mirando los dedos de sus pies que se asomaban a través de sus sandalias. La ciudad se le estaba colando por los poros y ninguna de las dos tenía prisa. Era una de aquellas tardes en las que hasta el sol tenía ganas de meterse en la cama. Soplaba el viento fresco y se escurrían los últimos rayos perezosos por entre el algodón con que el cielo se viste algunas veces.

Se acercó al mostrador de la farmacia de la esquina y pidió lo que necesitaba. La encargada que la atendió puso, una arriba de la otra, las dos cajitas de cartón sobre el mostrador de cristal y le preguntó si quería bolsa, a lo que ella respondió que no. Pagó, agradeció y salió. Esperó que el semáforo cambiara a rojo y -no sin echar un rápido vistazo hacia la izquierda- cruzó la calle hasta llegar al camellón. Saludó brevemente al hombrecillo y dejó que sus ojos encontraran lo que buscaban. El silencio en aquél lugar no era más que una lejana utopía... como la soledad. Volvió a pagar, volvió a agradecer y cruzó la calle de regreso. Desanduvo el camino hasta llegar a la puerta de cristal donde tocó el timbre. Volteó por encima de su hombro y cruzó su mirada con un joven, sentado en la acera de enfrente, que la veía fijamente. Ella, frente a la puerta de cristal, miró sus manos y repentinamente se volvió conciente de lo que sostenía.

Unos segundos más tarde, él apareció del otro lado del cristal y le sonrió. Sacó su llave, abrió la puerta y la besó, abrazándola por la cintura. Ella recargó su mejilla en el pecho de él, mientras él le besaba la frente. Cuando se separaron, se volvió a mirar los dedos de los pies.

Él la tomó de la mano y la jaló delicadamente hacia adentro del edificio. Ella, discretamente, se volvió buscando con su mirada al joven del otro lado de la acera pero ya no estaba.

- "¿Qué traes ahí?", le preguntó.
- "Sólo esto", respondió ella levantando su mano.

Él mostró media sonrisa. Cómplice condescendiente.

Entraron al elevador y después al departamento.

De las tres cosas que compró, sólo necesitaba dos. De la otra, prescindía... si es que puede ser posible prescindir de un deseo.

Compró cigarros, condones y flores. Y justo antes de que llegara él a abrirle la puerta, ella escondió lo primero, guardó lo segundo y apretó con su mano lo tercero.

Pero no en ese orden.

O sí.

Contigo, de ti, a ti

Contigo no voy a tener cuidado.
[...] si tengo cuidado es que tengo miedo.
Y si tengo miedo jamás podré amarte.

Página 180

"Aprendió a vivir con la verdad. No a aceptarla, sino a vivir con ella."

La historia del amor
Nicole Krauss
Página 180

Actas

Al nacer, alguien va al registro y nos da de alta.
Al morir, alguien va al registro y nos da de baja.
Ni una ni otra podemos hacer por nosotros mismos.

Vivimos en un mundo
en el que existimos y dejamos de existir
sólo si hay alguien que esté ahí para constatarlo...
y conseguir(nos) un acta.
14 de agosto, 2011

(Arrepentirse)

Arrepentirse es jugar a dios
y desear poder alterarlo todo.
Quirúrgica y tramposamente.
Es quedarse colgado en los renglones
de lo que nunca se escribió.
Volverse loco por una fantasía
y escupirle en la cara a lo real.

14 de agosto, 2011

Far beyond

No soy una persona de las mañanas y jamás lo he sido. "Not a morning person", diría cualquier anglosajón. Eso de abrir las ventanas y saludar con una enorme sonrisa al señor sol para recibir sus primeros rayos de luz y escuchar los pajarillos trinar... nomás no es lo mío. Yo, todo lo contrario. El esfuerzo más grande que hago cada día es salir de la cama y arrastrar el alma hacia el chorro de agua tibia que sale de la regadera. Es hasta después de las diez -y con la correspondiente dosis de cafeína paseando por mi sangre- que me siento completamente activa, despierta y lista para enfrentar al mundo. Nunca antes.

Mientras, ando por ahí, limitando el número de palabras que pronuncio, la expresión de mi rostro se vuelve toda neutralidad y las demostraciones de afecto o cortesía son prácticamente nulas hasta pasada dicha hora. Si dormir fuera negro y estar despierta fuera blanco, yo me paso dos o tres horas grises cada día. En fin, culpo a mi madre -y que conste aquí- por heredarme su neurosis matutina. Por poner en mis genes esta cosa de necesitar el silencio, de que el cerebro no arranque, de que la piel no despierte, de valorar hasta niveles incomprensibles el espacio vital y además de todo lo anterior, defender este derecho humano de amanecer nefasta.

Ese jueves, como todos los demás días de mi existencia, amanecí con resaca vital. Pero era un jueves especial, uno testarudo y mucho más fuerte que yo. Pasaban las horas pero no pasaba la sensación. Ya tenía toda la mañana lejos de las tibias sábanas de mi cama y seguía igual... o peor. Ya había desayunado y bebido café. Estaba en el trabajo, sonaban teléfonos, llegaban correos, había que ir a junta y mucho qué hacer. El mundo demandaba de mí y yo con la vida entumida. Sin reaccionar, sin sonreír, hablando lo menos posible y sin establecer ningún contacto aceptable con ser alguno que rondara mi existencia.

Lo que quería era llorar. Lo que quería encontrar una canción y quedarme a vivir en ella todo el día. Lo que quería era un abrazo y después quedarme sola. Meter mi cara entre mis manos y que nadie me viera a los ojos. Postergar todos mis quehaceres ejecutivoficinescos y dedicarme a deshacer el nudo que cerraba mi garganta. Y a pesar de que todo estaba "bien", yo tenía ganas de que alguien me dijera que todo iba a estar bien. Y tenía ganas de creerle.

This goes beyond not being a morning person...
Far beyond.

Agua fría

A veces quisiera que todo saliera mal, generar una mala noticia y que fuera verdadera y la recibieras tú. Y que el día que te enteraras, yo estuviera ahí -como testigo invisible- para ver la expresión de tus ojos; tu sorpresa, tu shock.

Tal vez y sólo tal vez, pensarías: "me hubiera gustado estar, compartir, acompañar... sólo para que el final del camino no hubiera sido un baldazo de agua fría".

Yo asumo, tú asumes. Yo supongo, tú supones. Y pensamos que nada cambia... aunque bien sepamos que no es así. Y vamos construyendo la ilusión de que lo que es, seguirá siendo. Y no: de este lado, cada vez más parece que no.

Y es de las dos partes. Para acercarse, se necesita uno; para estar lejos, se necesitan dos. La diferencia es que a mí sí me duele, a mí sí me gustaría que fuera distinto y que no hubiera, al final de ningún camino, ni una complicidad oxidada ni una gota de agua fría sobre nuestras cabezas.

Estas cosas

Esta cosa de no querer. Esta cosa de no ver por dónde o para qué. Estos dedos que no saben qué teclear y este tiempo que se va haciendo menos. Este agujero lleno de nada. Esta falta de... Este dudar hasta de las dudas. Estos nudos, este aire denso, este lodazal, este "no". Aquellas pequeñas grietas que se hicieron rupturas y hoy son imponentes abismos. Éstos abismos para encarar el vértigo. Estas ganas que se fueron de vacaciones y no se molestaron en regresar ni para renunciar. Esta culpa que no es culpa, pero parece. Este olvido colmado de recuerdos. No es que no sepa qué decir, es que no sé si quiero decirlo. Pero así son estas cosas.