Fue domingo

El 22 de agosto del año pasado fue domingo y yo amanecí en Playa del Carmen. Decidí que iba a pasar mi cumpleaños en la Riviera Maya y, como todo lo que se me mete en la cabeza y está bajo mi control, así fue. Ese día, fue el primero de 8 que estuvimos por allá.

Una semana completa -de sábado a sábado- con el mar tratando de salarme la sangre y el color del agua imprimiéndoseme indeleblemente en la mirada. Fueron días de agua, sonrisas, vino blanco y pirámides prehispánicas. De barreras de coral, viento húmedo, talco de arena en las sandalias y bronceador entre los dedos. Días de estar, durante horas, despeinadas y tumbadas sobre nuestras espaldas buscándole forma a las nubes mientras nos pasábamos innumerables tragos de cerveza fría entre los labios. Días de contarnos historias insospechadas en azoteas con hamacas rojas y carcajadas que seguramente se escucharon en altamar. De parapentes de colores, salvavidas, albercas, pecas nuevas y ceviche fresco. Así fue. Hermoso. Fue como deben ser los viajes de despedida, los puntos de partida, los abrazos simbólicos y "finales". Fue como tienen que ser los cierres... que acaban siendo inicios. Hermoso.

El 24, el día de mi cumpleaños, cayó en martes pero yo celebré toda la semana. Recuerdo que aquél día el sol brillaba con toda su fuerza y rebotaba en mi espalda que, a propósito, estaba puesta, dispuesta y desnuda para recibirlo. En bikini, de panza y con las nalgas al aire. Recuerdo que en cuestión de minutos, el cielo se cerró y sin previo aviso, comenzó a llover como sólo puede llover en El Caribe: como si tuviera que caer todo de una. También recuerdo que minutos después volvió a salir el sol. Como si nada, le creímos como la primera vez. Recuerdo mirar el azul, abierto e inofensivo, y recuerdo caer, por segunda vez, en la trampa de la luz. Niñitas ingenuas y citadinas que no aprenden nada. Nos mojó otra lluvia y cuando por fin paró, nos vestimos, tomamos nuestra dignidad -que escurría- y nos fuimos caminando sobre una callesita empedrada. Yo, en algún punto de ese caminito, volteé hacia atrás y vi el arcoiris más hermoso que haya visto en mi vida. Enorme, brillante... y mío. Estaba vivo y yo también. Fuimos nuestro regalo mutuo de cumplaños. Y la fotografía que le tomé fue mental y eterna.

Se terminó la semana el día 28. Nos sacudimos las vacaciones y nos subimos a otro avión que nos dejó reanudándonos la vida en Guadalajara. Ya sin bronceador entre los dedos, sin hamacas en azoteas y sin ningún arcoiris cuidándonos los pasos.

Vivía en otra ciudad, en otro departamento. Ocupaba otro escritorio en otra oficina en otra empresa en otra industria. Mis ganas de levantarme de la cama, muchas veces se quedaban dormidas. Mis días eran otros y la gente que los llenaba, también era otra. Las cosas que me flotaban en el pensamiento, hoy me resultan ajenas, lejanas y hasta deformes. Como de otra vida, como de otro mundo, como de otra yo. Traía la incertidumbre enredada con la decisión en los bolsillos de mis jeans llenos de agujeros y de historias. Había tocado fondo y lo único que quería era moverme. Y me estaba enamorando de ti. Por aquellos días, apenas empezabas a llegarme. Ayer despertaste en mi cama. Largos caminos que se recorren en un año.

Hoy no he visto el mar y del Caribe... nada. Pero ante esta vista, no puedo más que asombrarme de lo que la fuerza del cambio y un poquito de confianza pueden hacer. El 22 de agosto de este año es lunes y yo amanecí -con otra vida- en la Ciudad de México:


1 comentario:

K dijo...

Justo eso pensaba... parece que pasaron muchos cumpleaños desde tu recién pasado. Entonces pienso que a lo mejor eso quiere decir que has vivido mucho para llegar a éste. Sé que todos son especiales, pero no sé por qué sé también que éste lo es más.

Te admiro, por cojonuda, por vividora, por honesta y por muchas cosas más.

Felíz cumpleaños, mi gaviota.