La inmortalidad del pez

Imagino un pez. Del color que sea. Que por alguna razón que ha olvidado o que no importa, ha saltado fuera del mar y ha ido a aterrizar de un encontronazo, en un viejo muelle de madera. A plena luz del aire seco. A la vista de algunas aves que por ahí pasaban, pero a la vista de nadie que pudiera salvarle. Un día precioso, por cierto.
El pez brinca y trata de impulsarse de alguna forma sobre la vieja y sabia superficie de madera. Alerta. Confusión. Todo es distinto de pronto. Rebota como hule de lado a lado, girándose y aprendiendo qué cosa es el dolor. Y sintiéndose vivo como nunca. El juego es ya. El pez se abre como flor tratando de respirar, pero sólo logra aspirar un vacío que si no lo llena, lo mata. Se aturde. Caos.
Antes de entrar en pánico, el pez tiene la certeza de que el mar está ahí. Tan sólo debajo del muelle. Puede escucharlo y olerlo. Y sabe que lo único que tiene que hacer, es intentar regresar al agua.
Después de entrar en pánico y una vez asfixiado por él, el pez desconfía del mar. Ya no sabe nada. Cree que si brinca, se va a ahogar.

Oda al perdón

Te amo. Te respeto. Te perdono. No me debes nada. Te lo juro. Ni yo a ti. No pudo ser de otra manera. Ahora lo sé. Vámonos a la playa. Veamos juntos pasar el tiempo. Lo hiciste todo. O quizá no, pero yo tampoco. Porque no supe cómo. Igual que tú. Y porque el orgullo. Y porque el enojo. Te extraño. Ya no me acuerdo cómo no extrañarte. El hueco que dejaste no dejado de doler ni un día desde que te fuiste. Nunca supe cómo hacer que no me tragara el vacío de lo que no fue. Pero ya. No hay más. No sé si te entiendo pero no debió ser fácil. No debe serlo todavía. Nunca lo fue. Tocaste el fondo del mar de la soledad y la rabia. Y después soltaste todo lo demás. Pero así eres. Tú te vas de a poco. Yo ya lo entendí. Te vi por años apagándote como un incendio bajo la tormenta. No lo pude creer. A veces, todavía no puedo. Y sí, me dolió más que a nadie. Es cierto. Lo sabes. Yo sé que lo sabes. Yo también lo sé. Porque tuviste tres y yo tuve uno. Pero qué mas da si te veo ahora y te quiero abrazar. Gracias por creer en mí. Sé que lo haces. Sé que no entiendes. Yo tampoco. No importa. Si los dos soltamos todo ahora, la deuda estará saldada. Será nuestro trato. Y respiramos paz. Además parece justo a tiempo. Siempre es justo a tiempo. Gracias porque lo que me diste. Me lo diste tan bien, que ni yo misma me lo puedo quitar. Nunca. Ni quiero. Te honro. Gracias. Para siempre. El verde no puede odiar el azul porque sabe que es odiarse a sí mismo.