Manifesto

Me rehúso a obedecer en todo. A renunciar al derecho de encontrar mis propias respuestas y a permitirme el aburrimiento o la tibieza de alma. Me rehúso a conformarme con cualquier aspecto de mi vida que no me satisfaga y me rehúso a tener que dar siempre una explicación lógica a mis decisiones. Me rehúso a quedarme a vivir en la tristeza, en el dolor o en la apatía; a abandonar lo que me haga sentir amor. Me rehúso a no escuchar a mi cuerpo y a ir en contra de mi intuición. Me rehúso a permanecer callada ante lo que no me parece y, me rehúso también, a cocinar opiniones al vapor y a fabricar juicios instantáneos sobre cualquiera -hasta de mí misma-. Me rehúso a los absolutos, a olvidar la sorpresa, a dejar de buscarme y a dejar de jugar. Me rehúso a ver los límites como barreras y a desconfiar de todos. Me rehúso a sentir miedo todo el tiempo y a ver sólo el peor escenario posible. Me rehúso a dejar de escribir, a dejar de viajar y a dejar de soñar. Me rehúso a acumular cosas o ideas que ya no me sirven y a guardarlas sólo por tradición o por nostalgia. A sentirme separada de todo lo que me rodea, a dejar de estudiar y a soltar la terquedad. Me rehúso a serle fiel a algo -o alguien- antes que a mí misma. Me rehúso a la violencia. A creer en los accidentes y en la "suerte" como respuesta ante lo inexplicable. Me rehúso a darle toda la razón a la razón.

Diciembre nunca llega solo

Apenas es 2 de diciembre y el mes ya se me filtró por los poros. 

Diciembre merece estas líneas por lo que provoca. Porque es un mes distinto en el que siento cosas distintas y percibo lo que atravieso de forma distinta. Por lo que se lleva y por lo que nos deja. Por lo que sacude y lo que regala.

En diciembre se me enredan las reflexiones obsesivas con los foquitos de navidad que ya no prenden... y con maletas llenas de cosas pendientes en aeropuertos ajenos y lejanos. En diciembre se me aprietan los nudos en la garganta cuando voy al desierto y queremos hablar del futuro. En diciembre siempre te extraño. En diciembre me siento satisfecha y orgullosa. Contenta y triste.

Se me revuelve el jolgorio a colores de los moños de regalos y el aguinaldo y las hermanas y el optimismo de la eterna esperanza; con la ilusión y la burbuja del "borrón y cuenta nueva", porque ya aprendí que el borrón nunca es total y la cuenta nunca es nueva. Uno siempre es lo que es, pero en diciembre estamos ocupados.

Y ahí estamos: hablando en plural, haciendo balances, posadas, propósitos; cantando villancicos; rompiendo piñatas y promesas, cuando quizá queremos romper en llanto y decir "gracias", "perdóname" o "no te extrañé". Refugiados debajo de abrigos y detrás de ventanas cerradas. Con la nariz fría y la nostalgia hirviendo en la cocina. Y algunos de nosotros, volvemos consistentemente al lugar que insiste en traernos lo que ya no somos. Y algunos de nosotros, dejamos consistentemente el lugar que llamamos casa. Y vamos con nuestros padres, abuelos y amigos a saludar a aquél que solíamos ser y a preguntarle qué ha sido de su vida. Y añoramos quién sabe qué. Y brindamos por quién sabe cuál. Comemos, abrazamos. Todo huele a recién hecho, a nuevo o a canela.

Diciembre nunca llega solo, siempre llega con otros diciembres. Siempre trae ayeres y mañanas. Y no se puede brincar en el tiempo -durante treinta y un días que siempre han sabido volar y hacernos sentir desnudos- y resultar ilesos. Uno se vuelve loco de nostalgia, de ansiedad o de las dos cosas. Por eso es tan confuso, tan caprichoso y tan especial. Diciembre invita los tragos y enero los paga. 

Entre recuentos, palabras y cicatrices que no se cubren con bufandas. Entre reencuentros, pereza y sueños que no se mueren con los años. Ay, diciembre. Felices fiestas.


Es mentira

Es mentira que el amor es una flor delicada que hay que cuidar y regar y podar para que no se muera y sobreviva el paso del tiempo. Lo que es delicado y por eso las cuidamos y las regamos y las podamos; -y entonces no se mueren y sobreviven el paso del tiempo- son nuestras expectativas sobre ese amor. Sobre lo que debería ser y sobre lo que deberíamos sentir al respecto. 

Para mí, el amor es una fuerza más grande que una flor delicada: es una energía absolutamente devastadora, fértil y abundante a la que no te puedes resistir y a la que te entregas como se entrega todo cuando se funde. Más como una enredadera que no pide permiso, que sólo crece y desborda el jardín.


#yamecansé


Señor Murillo:

Yo también #yamecansé. Sólo que a excepción de usted, ayer yo no estaba dando una conferencia de prensa, ni estaba poniendo mi cara frente a México con una corbata atando mi garganta y yo no estaba siendo absolutamente inconsciente e irrespetuosa de todos los contextos sociales, emocionales y psicológicos que me rodeaban, o de sus consecuencias. Afortunadamente, yo no soy usted y yo no tengo sobre mis hombros la carga tan fuerte que debe ser buscar la justicia -que parece que no existe- en este país.

Y le digo que yo también #yamecansé, así con hashtag para recordarle que hay una parte de la población -que si bien no es la mayoría- porque la mayoría de nosotros está absolutamente jodida, enferma, enajenada y asustada como para usar un hashtag y acceder a una computadora, luz eléctrica y todo eso; pero hay otra parte de nosotros que sí está conectada, que sí está educada, que sí está enterada y que está harta.

Usted no se ha dado cuenta que México está hirviendo. Usted debe vivir rodeado de seguridad, con un techo firme sobre su cabeza, servicio a su disposición, agua caliente por las mañanas y tres comidas diarias. Usted probablemente tenga un jardín hermoso que no se preocupa por cuidar y casi no maneje efectivo ni ande en metro; pero verá, hay gente en las calles que está muy enojada. Hay gente que anda en transporte público y que trabaja todos los días, se esfuerza, lee noticias, estudia maestrías. Y va al súper y al teatro y al mercado y que, así como usted dijo ayer, también ya se cansó. 

Yo ya me cansé de pagar impuestos al aparato burocrático obsoleto e inútil al que usted pertenece. Yo ya me cansé de su cinismo y de su falta de sensibilidad. Yo ya me cansé de caminar con miedo por las noches o de darle "vueltas" a mi carro a ver si todavía sigue ahí o si ya se lo volaron. Ya me cansé de los gasolinazos, de los baches, de las banquetas sin rampas para discapacitados, de que en cada esquina alguien me pida una moneda y ya me cansé de no traer monedas por echárselas al parquímetro... para pagarte por el espacio que (no) hay entre nosotros, porque ustedes no lo previeron. Y corrieron tras los billetes, como siempre corren tras los billetes. Ya me cansé de las reformas, de esta democracia, de ir a votar, de la inflación, de la basura, de las devaluaciones históricas y desgarradoras que hemos vivido. Ya me cansé de que ir al museo sea un lujo y subirse a un taxi sea un peligro. Ya me cansé de la corrupción, de la impunidad y de la ineficiencia en todos los niveles.

Yo ya me cansé de que mi hermana que está embarazada y tiene la fortuna de vivir en España, tenga increíbles prestaciones laborales, económicas y legales porque va a ser mamá; y que mis amigas que han tenido a sus hijos en México, tengan demasiadas historias de terror que contar de los hospitales, de los médicos. de los seguros de este país. Y de los bancos. Y mi papá también. Y mis abuelos. Y mis vecinos. Y mis tías. Yo ya me cansé de que moverse en esta Ciudad de México sea un problema tan grande, tan cotidiano y generador de tantas frustraciones en 25 millones de nosotros; y de que a ustedes les valga madre y suban las tarifas con la mano en la cintura y nos den atole con el dedo, mientras le escupen la cara a la transparencia y se pasean por los lugares más íntimos de su anatomía, todas nuestras demandas, necesidades y urgencias; porque están muy preocupados por el avioncito que se compraron, o por la gira que se pagaron y por cómo van a calmar y a distraer a los ciudadanos que cada vez están más contestones, más unidos y más encabronados. 

Ya me cansé de comer crisis desde que nací, ya me cansé de soñar con una hipoteca a viente años, ya me cansé de tener que dar tanto para que tú te lleves tanto y a mí no me alcance para hacer las cosas que quiero y merezco y tengo que hacer. O de irme a Acapulco, a Culiacán, a Morelia o a Monterrey en paz. Ya me cansé de que estudiar sea un problema; y trabajar, jubilarse, casarse, divorciarse, poner un negocio, no ponerlo, vivir tranquilo, dar vuelta en U, enfermarse, accidentarse, tomar vacaciones, morirse y nacer... sean problemas en este país. Ya me cansé de las moridas y de las mentiras y de las mentadas. Ya me cansé de la prepotencia asquerosa con la que se dirigen a todos nosotros. 

Yo digo que México está hirviendo porque así lo siento. Cuando voy a las marchas o a las comunidades más pobres en las que usted nunca estará; cuando trabajo tanto y el dinero se me acaba tan rápido, o se me corta una llamada o se me va la luz o me detiene un tránsito o veo un federal en la carretera o a un soldado o a un diputado. Digo que México está hirviendo porque cuando veo tu cara en la televisión, en los periódicos y hasta en mi teléfono, así lo siento en la panza y en la sangre, siento que hierven como hierve México con los estudiantes y los maestros y los pilotos y los periodistas y los migrantes y los campesinos y los niños del incendio y los indígenas y las mujeres y los gay y los narcos y los ancianos y los vagabundos y los secuestrados y los desaparecidos y los asesinados. Y sus familias. Y todos. Todos menos ustedes.

Usted se cansó ayer un ratito en una conferencia de prensa y nosotros ya nos cansamos de todo lo que usted representa. ¿Cómo le hacemos, señor?

Para mí

Es delicioso. Es como tomar el primer sorbo de café recién hecho un sábado lluvioso por la mañana entre las montañas. Es como meter el cuerpo en aguas termales que acarician y limpian la piel y sus silencios desde adentro. Como un chocolate artesanal y un traguito de mezcal. Es como tumbarse en la hierba húmeda y meterse entre unos brazos suaves y mirar a la noche fría que se llena de estrellas, aviones y galaxias imaginarias. Es como respirar aire virgen en el polo sur.

Es peligroso. Es como jugar a la ruleta rusa con un revólver oxidado de la primera guerra mundial con soldados perturbados y borrachos. Es como mirarse al espejo sólo para descubrir que detrás hay otro y abajo otro y arriba otro, y que entonces estamos metidos en un laberinto eterno de reflejos, rebotes matemáticos y energéticos pero nada más que eso. Es como provocarse una sobredosis con ganas de sobrevivir. Es una droga estimulante del lenguaje, por lo tanto el pensamiento y la imaginación, por lo tanto, provocadora del caos y el arte. ¿Cuándo nos ha servido pensar demasiado? 

Es terapéutico. Es como un masaje doloroso pero sanador para la espalda, las piernas, el alma y la mirada. Es como la primera lágrima que abre el surco inevitable en la mejilla de la persona que más amamos. Es como el río que se desborda tras un largo tiempo de sequía y se mete entre las grietas de la tierra quebrada y marchita... y desbordándola la revive. Es como la lluvia que lo cambia todo.

Es aterrador. Es como entrar a ciegas a una cueva negra llena de murciélagos y de moho, sin saber por qué y sin poder parar. Es como tejer una red y ver cómo se expande hacia lugares que ni siquiera sabías que existían muy dentro de tu pecho, entre sus sienes y detrás de tu ombligo. Es como revelar una fotografía y poder ver debajo de los químicos, la historia que se va dibujando en ese cuarto encerrado y pintado de rojo. Es como parir.

Es espiritual. Inexplicable, vertiginoso, enigmático. Se me ocurren puros adjetivos maravillosos. Es perder el control, dejarse llevar, volar sin saber dónde está cielo, meterse al mar en una noche sin luna. Atractivo, sensual, profundamente seductor. Es tratar de explicarle al ave qué cosa es el viento. Es la ola de una nube agitada pegándote en la cara. Es sentirse parte de otra cosa. Es aventurarse a terminar entre los hilos de una nostalgia o entre las llamas de un enojo enterrado o un amor más profundo de lo que creías. Es desconectarse del tiempo y del espacio y ser, sólo ser. 

Para mí, así se siente escribir.

Nuestros antepasados fueron nómadas

Vivo aquí porque esta es la ciudad para hacer lo que quiero hacer ahora. Punto. He vivido en otras porque quería hacer otras cosas. Y las hice. No es tan difícil de entender, considerando que nuestros antepasados fueron nómadas. Si en la ciudad en la que naciste cabían todos los deseos que ibas a tener en tu vida, bien por ti. A mí no me pasó eso. Yo me tuve que ir porque me quise ir. Porque sabía que había más cosas: lo soñaba, lo leía, lo veía en la televisión, en las caricaturas. Te conviertes para siempre en la del acento extraño y las explicaciones largas. La de los antojos de otro lado. No importa dónde vivas. Un día, las cosas dan un giro que no esperabas y tardas algunos años en comprender si ése giro fue a tu favor o en tu contra. Pero finalmente tomas perspectiva, acumulas experiencia, contratiempos, contracciones... y lo entiendes. No sabes si crees en la suerte, en el destino o en dios. O en todo. O en nada. Sigues. Y te preguntas si vale la pena sabiendo que no es la primera vez. Evitas las multitudes. Te encuentras en ellas, exploras el anonimato. Te vuelves muy bueno en lo que haces. Observas con cuidado las vidas de tus amigos más cercanos, sabes que la tuya pudo ser así. No descartas nada. Vuelves a donde naciste un par de veces al año y el resto de la vida te la juegas en tierra ajena. Porque ya todo es tierra ajena. Las ganas de buscar no se apagan nunca. Tratar de ahogarlas es como echarle gasolina al fuego. Te vas volviendo cínico, desconfiado, duro. Sospechas y te conviertes en sospechoso. Piensas en ti. A veces en tu futuro, a veces en tu pasado. Se te escurre el ahora. Piensas en tu salud, en tus finanzas, en tu seguridad. Te importan menos personas pero te importan más. Te aterra perderles, jamás lo habías sentido así. También te vas volviendo simple: aprendes a mirar, a escuchar, a esperar, a mentir, a disimular, a aguantarte las ganas, a callar, a explotar para adentro. Aprendes a estar contigo, a ponerte anestesia local, entiendes que no hay garantías. Imaginas conversaciones con gente que ya no existe. Todavía recuerdas qué se sentía creer en Santa Claus y ahora escribes cheques, tienes agenda y te urgen unas vacaciones. Te convertiste en adulto y no te diste cuenta. Todavía crees en combatir el hambre, en la paz del mundo y en conectar con alguien. En decir la verdad. No puedes vivir sin tu café de las mañanas. Te gusta caminar. Quisieras hablar con un desconocido, el que sea, y contarle todo lo que no te atreves a decirle a nadie más. Hablarle de amor y de desesperanza. De ambiciones con freno de mano y confesiones de madrugada. Después, dejar que se vaya como todo lo demás. Tu decepción es del tamaño exacto de tu coraje. Aprendes a tener insomnio, a luchar por lo que quieres, a sentirte solo y a que te digan que no. A que te digan que sí con condiciones. A que te digan que sí cuando no lo esperabas. Te enamoras. Te emborrachas. Te rompes el alma. La vuelves a pegar. Despiertas temprano. Tienes paciencia forzada... porque no te queda de otra. Imaginas millones de soluciones para el mundo. Estudias más, entiendes menos. Te aterra la policía. Tienes demasiados vicios para tener uno preferido. Cuestionas tu religión, tu gobierno y tu genética. Te sientes atado. Te encanta la playa. Necesitas algo y no sabes qué. Estás inquieto. Tienes prisa. Te preocupa, como a todos, el qué dirán. Porque sabes que puede lastimarte. Piensas en tus abuelos. Te imaginas qué hubiera sido de ti si hubieras elegido tal o cual cosa. Si hubieras dicho que sí o que no. Y amueblas los escenarios. Sueñas con ir a ese país. Llevas años queriendo, pero también aprendiste que el dinero y el tiempo no suelen llegar a la misma hora. Compras libros, ves noticiarios. Ya no sabes qué pensar. Nada te representa, si acaso, un tatuaje. Extrañas a tu madre, recuerdas a tu padre. Te sientes culpable. Quisieras un balcón. Te gustan los días nublados y andar en bicicleta. Amas la música. Las cosas no han sido fáciles pero tampoco eres un monumento a la tragedia. Has visto lo mejor y lo peor de tu país. Y tú eres un resultado. Has visitado lugares que jamás imaginaste. Has hecho tonterías de las cuales no sabes cómo sobreviviste. Las sigues haciendo. Te diste cuenta que todos se sienten especiales. Encontraste refugios, coartadas, abrazos. Amigos, traidores. Pronunciaste silencios. Dijiste teamos que no sentías. Hiciste maletas. Renunciaste a algo. Volviste a empezar. Te miras las manos. Se te antoja un chocolate, un paseo. Te tiemblan las rodillas y las certezas. Brincaste de alegría, lloraste en la regadera, te paralizó el miedo. Cuéntame algo tuyo. Necesito entenderme para entenderte a ti. Y valoras el tiempo y escuchas la lluvia y caminas despacio cuando puedes. Cocinas, tienes plantas, vino tinto y fotografías maravillosas. Quieres creer en la diferencia que haces porque si no, te volverías loco. Recuerdas cumpleaños, mandas mensajes, regalas flores, pides deseos, te carcajeas. Fantaseas, hablas solo, cambias de tema. Porque eso es. Experimentas cosas que nunca pensaste, te sorprendes, te encabronas, ¡qué bueno, carajo! Es sano. Para todos. Si sigues llorando es porque todavía te importa y eso para mí significa una cosa: que sigues aquí. Tuviste que elegir entre alas y raíces. Te perdiste las comidas de los domingos o tu propio aniversario. Pediste favores, mudanzas, taxis. Perdiste papeles, aviones, anillos. Sabes el precio exacto de la libertad porque has pagado cada centavo de lo que te cobraron. Aunque no la tengas todavía. Desconfías de los líderes, y cómo no, si comes crisis desde que naciste y sabrías perfectamente cómo elaborar la trampa. Necesitarías días para hablar de la relación de tus padres y sabes cómo hacer y deshacer un nudo de corbata. Tienes pesadillas. Tienes amuletos, pasaporte, credenciales y secretos que ojalá nadie descubra. Lavas tus platos. Sabes que ganas menos de lo que mereces. Te gusta andar descalzo, comes frutas y verduras, amas los sábados por la mañana. Quisieras tumbarte de espaldas a ver las estrellas. Tienes más ropa de la que necesitas. El tiempo vuela. Lo sabes. Piensas en ti hace diez años, tienes recuerdos vívidos de hace veinte. Usas lentes, tenis, el transporte público. Quieres una hamburguesa, pides una ensalada. Cargas cosas que no te pertenecen. Te rindes, te levantas, limpias tus cajones. Conoces el dolor, la alegría, su espalda, el frío, el sudor. Aprendiste que hay muchas formas de violencia. Odias ir al médico, pero vas. Tienes miedo y tienes confianza. Frunces el ceño y abres el pecho. Cuentas con alguien. Afinas tu intuición, desempolvas intenciones, te muerdes los labios. Sueños, angustia, paisajes, caminos, palabras, viento, etcéteras. La nostalgia llega sin avisar y andas por el mundo como siempre lo has andado: con más preguntas que respuestas. Y sigues.

()

(Tengo mucho qué decir, quizá por eso no he escrito nada).

Hoy voy a dormir con reloj

Hoy voy a dormir con reloj,
con lentes en mis ojos,
con calcetines en mis pies,
con ropa interior nueva y negra,
y con una flor en la mano...
por si en los sueños se me ocurre
querer perder el tiempo,
o dejarme tocar por el sol,
sentir frío o estar sola,
enamorarme,
o volverte a ver.

Para eso y nada más

No te pierdas un chapuzón en mar abierto. No te pierdas los temazcales ni los mezcales. No te pierdas un atardecer en la playa. No te pierdas un amanecer sin dormir. No te pierdas los abrazos que duran galaxias ni el chocolate caliente de fogata en el bosque. No te pierdas una plática entre mujeres con tu madre, con tu hermana, con tu abuela, con tu diosa. No te pierdas las almendras tostadas y la piel quemada por el sol, ni la neblina. El coco, el tabaco, el hielo. El amor. Temblar de miedo. Llorar de alegría. No te pierdas reír hasta que duela la vida ni correr hasta que muera la noche. No te pierdas las preguntas sin respuesta ni las sopas de letras o los palillos chinos. La comida casera, el olor de un libro viejo, un viaje solo, un vino, un "fue". Respirar profundo, el amigo de la infancia, aprender a nadar. No te pierdas.

Piérdete entre sus brazos y un buen día en la gran ciudad. Piérdete la pista de vez en cuando y las tradiciones que no respetas. Pierde los caminos para que encuentres la aventura. Piérdete la envidia y los amores a distancia. Piérdete de en el encuentro más fortuito de tu vida. Piérdete la soberbia, la superficialidad, la estupidez, los periódicos, las cárceles. Piérdete el lujo de que te digan que sí y vuelve cuando menos lo quieras al lugar de tus cicatrices. Piérdete la mentira y el beso de Judas, piérdete los sermones del sacerdote en domingo y la violencia de alguien que no sabe golpear. Piérdete de los polícias y de los políticos. Piérdete la importancia y el asco. Piérdete perder de vista que todos somos uno.

No te pierdas. Piérdete. Como si algo tuviera sentido. Como si algo no lo tuviera. Como si hubieras de llegar a un lugar distinto a la muerte. Como si fueras único, como si fueras esclavo, como si fueras dios, como si fueras otro. Haz lo que quieras, entrégate: para nada más (y no te confundas en esto), para eso y nada más estás aquí.

Emocionalmente

Aquí el refrigerador hace un ruido extraño que es como si una zarigüeya viviera debajo de él y estuviera planeando cómo acabar con el mundo. En una esquina llena de cables y de sol, al lado de una ventana que da a un jardín encerrado, hay una planta consentida y despeinada que se siente dueña del lugar que a veces baila y a veces se pone triste. La banca -que ya ha visitado al carpintero por un primer contratiempo- no tarda en ceder de nuevo y desparramarse a nuestros pies. Hay doce botellas de cerveza vacías sobre la mesa y hay juguetes por todos lados: trompos, baleros, avioncitos, muñequitos y libros. Aunque hay quien considera que los avioncitos no son juguetes. Se acumula el polvo en rincones a plena vista y nadie ha movido la cajonera desde el día uno. Hay cinco toallas en el baño, seis, de hecho; seis... y cuatro almohadas en la cama, sin contar los tres cojines del sofá naranja de las grandes historias. Las sábanas también son naranjas, hay demasiadas maletas pero nunca suficientes vasos. Hay libros que todavía conservan su envoltura, libros que han sido leídos una vez y libros de los cuales se citan pedazos. Hay libros a la mitad y libros ajenos. También hay fotografías viejas y fotografías más viejas. Un cajón completo para los calcetines de los cuales muchos ya son viudos. La tubería de la llave del agua caliente en la regadera, a pesar de todos los intentos de reparación y de explicación del plomero de aquí a la vuelta- a veces jala una bocanada de aire de ciudad, lo que significa que no hay manera posible de bañarse si el personaje no viene a arreglarla. Las puertas del clóset del cuarto principal se caen todos los días y ya no sé si esconden algo o sólo están cansadas. Hay muchos papeles guardados en cajas y una impresora lista, programada y conectada para hacer todavía más. El de los sillones blancos es un bonito recuerdo: hoy hay tinta por toda la tela y unas manchas que me invitan a pensar que nuestros invitados se sientan en las banquetas del mundo. El bote de basura es muy pequeño y en el fondo tiene un agujerito de cuando se derritió porque alguien decidió desechar ahí un carbón al rojo vivo. Hay suficiente comida para no salir para nada en tres o cuatro días completos. Hay unas bocinas y un sahumerio. Una buena televisión, computadoras y múltiples aparatos de todos tipos. Un destapador de refrescos taladrado en la pared y un montón de zapatos que nadie pasea. Hilo y aguja, aspirinas, bufandas, abrigos y dos o tres momentos sobre el sofá que ni queriendo olvido. Muchas de estas cosas vienen de otras ciudades, la mayoría de esas ciudades de este país. Se escucha por la ventana el calentador de agua de las vecinas y sus pasos en el techo a veces son insoportables, sobretodo cuando quisiera dormir siesta. Se ve cuando entra y cuando sale el globero del terreno de al lado. Al mecánico que debe ser amigo del globero le gusta una estación de radio que transmite música regional mexicana y en la que trabaja una locutora de muy poca complejidad intelectual. Alrededor de aquí hay tres tiendas, una tortillera, una frutería, un sastre, una estación de bicicletas, otra de metro, dos más de metrobús, una farmacia, tres puestos de tacos, uno de películas pirata, dos puestos de pollos y una panadería en la que venden unos polvorones de canela espectaculares. La llave principal a veces se traba pero nunca se atora. No hay más vecinos y los que están nunca hacen fiesta. El silencio es mágico. Las lluvias también. Las corrientes de aire y la luz solar, una bendición del cielo. La puerta de arriba de la estufa se está cayendo, las paredes tienen una textura extraña y el color del baño no es el más lindo. Pero sí da el sol en la ropa tendida. A veces se va la luz pero el agua nunca. Jamás hay estacionamiento. 

De lo legal, lo económico y lo emocional, esta casa es solo mía emocionalmente. Pero qué importa, si aquí suceden las mejores conversaciones y los momentos de mi vida. Esta casa es mía también.

P.D. ¡La banca ya se rompió!

Qué lindo sería

Qué lindo sería saberlo, sentirlo, jurarlo así: que estamos aquí por algo, que tenemos una tarea especial qué hacer, que sí existe el rumbo y que inevitablemente lo seguimos. Que hay una misión -como un trofeo dorado con polvo de estrellas- y que alguien nos eligió para estar aquí.

Qué lindo sería entender a los músicos como artistas matemáticos; a los políticos como protectores de las tribus; a los maestros como maratonistas de la sabiduría; a los arquitectos como constructores de refugios; a los ancianos como oráculos blancos; a los médicos como sanadores de pieles tristes; a los escritores como hacedores de universos; a los agricultores como alumnos del tiempo y del suelo; a los sacerdotes como orejas para el alma; a los filósofos como creadores del destino.

Qué lindo sería no haber visto nunca policías robando, soldados matando, estudiantes llorando y madres solas. Qué lindo sería no haber visto nunca sacerdotes juzgando sin ley, médicos vendiendo veneno, escritores sintiéndose vacíos o campesinos muriendo de hambre. Qué lindo sería no haber visto nunca niños pidiendo limosna, genios construyendo bombas, guerras de ventas, hombres prohibiendo amores, poetas pintándose un tiro entre las cejas o ingenieros dinamitando montañas en paraísos perdidos. Qué lindo sería que, algunas cosas, no las aprendiéramos nunca. Qué lindo sería, también, jamás haber mirado al mundo sin poesía.

1999

¿Qué opinarías de mí, 1999, si te dijera la verdad?

Exactamente

Tomamos, fumamos, no hacemos ejercicio. Comemos en la calle: mariscos crudos y tacos de todo. Cantamos gritando y bailamos en la sala. Nos salen el sol y la luna. Comemos carne, lácteos, comida envasada y congelada, ¡picante a morir! Usamos el microondas y sin anillos. No vamos a misa ni vemos las noticias. Nos asoleamos en la playa, nos regalamos libros y panes. Nos besamos, nos tocamos los pies y las bocas. Prácticamente no masticamos y andamos en transporte público. Hacemos música todos los días. Vamos a las marchas, vemos demasiadas películas, bebo demasiado café. Trabajamos en lo que nos gusta. Sentimos pasión, lloramos por el mundo y por los vagabundos. Nos gusta el teatro y la azotea. Nos amamos. Es decir, según entiendo: llevamos exactamente la vida que nos va a matar.

Sólo domesticar

A Paola

Creo que no voy a ir, no tengo ganas de nada. Físicamente estoy bien, es sólo que me estrellé contra los muros de este día. Me recuerdo antes, leyendo, escribiendo, investigando, sacándole murmullos a las heridas más añejas de mi pasado y tratando de entender de qué polvo están hechas las estrellas. Es campo minado mi pecho: por un lado, quiero acostarme al borde del abismo de mi cama y despertar en una vida que doliera menos; por otro, los cuadros del calendario empiezan a ser tan pequeños que he de buscarlos con microscopio, son tan diminutos que no alcanzan para nada, como una moneda falsa de 1 centavo en plena revolución armada. Respiro y siento a borbotones entrar las dudas en mi garganta. El sentido de la gravedad ya no es hacia abajo, las cosas tienen otro color. Tengo un hijo, un perro, un libro qué escribir y un espejo que no para de anunciarme que una nueva arruga se desgarró las vestiduras. Es como si la pólvora de la muerte hubiera hecho volar su cañón de tiempo directo hasta mi pecho. Me ha hecho un hueco del tamaño de su ausencia. Aunque lo sienta, aunque a ratos me parezca olerlo a mi lado, no puedo correr a abrazarlo ni a decirle gracias, amor. No sé quién hace a quién, si trabajo a mí o yo él, pero distrae, como jugar dominó en una alberca olímpica distrae. Sé que hoy no es para siempre y que no siempre será así, pero hoy, hoy 14 de febrero, viernes, y no otro día, precisamente hoy que tengo esta ropa puesta... fue terrible. El día diluía mis fuerzas como se diluye con mezcal un plato de nostalgias. Y no se acaba de ir, está sin estar y da sin ofrecer. No pude despedirme de él como yo hubiera querido pero sí nos dijimos adiós como quiso él. Y me arden las ganas. Ojalá supiera cómo o cuándo se cierra esta corriente de dolor pero para esto nadie te pone un salvavidas. Qué lindo escribes, leerte me reconforta. He regado con agua de sal el desierto del desconsuelo, lágrimas rojas, moradas, grises, pintadas de hubieras. Yo no sé en qué dios creas, pero ojalá te bendiga y te cuide. Vamos a comer el próximo sábado para que me cuentes, ¿que te ha sucedido a ti?

¿Vas a ir a clase mañana? ¿Cómo crees? ¿Te sientes bien? ¿Estás enferma? ¿Puedo ayudarte en algo? ¡Ay! Creo que te entiendo bien. No puedo más pero tampoco menos que tratar de imaginar por lo que estás pasando. Así como imagino si fuera yo y no tú, la que está atravesando por este proceso de deshidratación del alma. Ve cómo te sientes mañana y si te puedo ayudar en algo, sólo échame un grito. Lo bueno es que mañana no entramos tan temprano, alcanzas a dormir un poquito más o descafeinar los recuerdos tantito más tarde. El reloj, maldito inquisidor, te ha perseguido sin tregua y quiere la pena máxima: que notes su paso. Inexorable, inconmovible. La prisa siempre tiene prisa, abandónala, acompáñate. No sé si festejar o hincarme a rezar: tienes tanto trabajo. Por una parte, lo bueno es que te distrae; por otra parte, lo malo es que te distrae. No sé si uno pueda distraerse cuando tiene el agua de sal a la altura del cuello. No sé cómo lo haces, el hijo, el perro, el libro qué escribir y el espejo que a mí tampoco deja de anunciarme que un día seré yo en tu lugar. No sé qué decirte excepto que tienes que saber que no siempre será así. Que nunca vas a dejar de sentir este dolor pero que vas a aprender a vivir con él, a domesticarlo, sólo a domesticarlo porque aunque ahora sea todo, van a pasar nuevas cosas en tu vida, fechas importantes, recuerdos deliciosos. La historia no acaba aquí, ahora te cuesta creerlo, pero este no es el fin de cuento. No se van a prender las luces del cine aún. Claro que te sientes diferente, absolutamente nadie queda intacto después de un temblor como el que estás pasando. Se te han derrumbado los muros de una historia hermosa. ¿Y que eso qué significa? Que si eso te cimbró, es que tú sí estás viva. Yo también tengo cosas qué contarte. Me han sucedido cosas lindas, muchas de ellas desconcertantes. Gracias a ti. Próximo sábado es comida. Seguro. Será como ir a clase pero más divertido, ¡y con mezcal! Un abrazo. No quiero verte mañana en la escuela, quiero saberte tranquila. Otra vez, gracias a ti.