Casi igual

Detecté en mí
la urgencia de hablar
largo, tendido y delicioso
con algún viejo amigo.

A falta del viejo amigo
vine corriendo a escribir sin parar,
que no es lo mismo
pero es casi igual.

Te ciero mucho

Soy la mayor de tres hermanas. Cuando Marisol, la menor, tenía 5 años y estaba aprendiendo a escribir, yo ya tenía 11 y estaba terminando la educación primaria. Es decir, ya sabía multiplicar, dividir, ya me habían enseñado qué cosa era la fotosíntesis, quién era Porfirio Díaz y los nombres de los que en aquél entonces eran todavía 9 planetas. También ya sabía cómo se hacen los bebés pero no podía platicarles a mis hermanas los misterios de la reproducción humana, tampoco podía decirles lo de Santa Claus ni uno que otro detalle cotidiano que yo ya había terminado por resolver como que era imposible hacer perfume metiendo flores y alcohol etílico en frasquitos de cristal.

Marisol era una niña delgadita, obediente y tierna que se tardaba horas y horas comiendo y que por órdenes directas de mi madre, no podía levantarse de la mesa hasta que la misión se declaraba cabal y satisfactoriamente cumplida. En otras palabras, hasta que limpiaba el plato. Lamentablemente para ella, cuando escribo "horas y horas" no estoy exagerando.

Un 10 de mayo, Marisol llegó a casa con un cartoncito lleno de sopa de coditos seca pegada a los contornos con resistol blanco y unos rayones a color hechos con crayola que durante aquella mañana en el kínder consideró altamente decorativos. Unas cuantas calcomanías de estrellas doradas salpicadas por aquí y por allá y al centro de dicha obra de arte, su fotografía frontal -muy sonriente ella- y una leyenda  en amarillo pollo que decía "te ciero mucho mama". Era su regalo por el día de las madres.

Yo jamás hubiera recordado esto por el resto de mis días ni estuviera ahora mismo escribiendo al respecto, si mamá no se hubiera encargado de atesorar el dichoso cartoncito por los siglos de los siglos, amén. Cada vez que vuelvo a casa de mis padres, ahí está, en el lugar de siempre en la cocina, cerca del fregadero y de la tabla de cortar; como si no hubieran pasado ya casi 20 años desde ese día.

Más cerca de las estrellas y más allá de las palabras. Más cerca de los colores y las chispas brillantes y lejos de las reglas y las restricciones. Sencillo, fuerte y eterno. Ceriendo con todo el corazón como si tuviera 5 años y jamás me hubiera dolido nada. Decir te ciero y ser entendida, decir te ciero sin miedo, decir te ciero y que esté bien. Es perfecto porque no lo es, es maravilloso porque es de verdad. El resistol es mágico y puede ponerse en todos los bordes, la sopa llena los vacíos y siempre la sonrisa va al centro y mirando al frente. Cerer así, como una niña feliz.