Atajos hermosos

Pareciera que lo que hay que hacer es aferrarse a toda costa. Pareciera que el precio a pagar es y siempre ha sido "cuesteloquecueste" y hay que pagarlo porquesíynolemuevas. Ser feliz no importa. Lo que importa es no perder, no soltar, no rendirse. Porque la paz no es indispensable. Porque las ganas se van y hay que aceptarlo. Porque la rutina, el tiempo y los planes nos ganan la carrera, ¡y ni hablar! Porque hay que dolerse y demostrarlo -a gritos, de ser posible-. Porque si amar no es sufrir entonces quién sabe qué sea. Pareciera que hay que estrellarse contra las paredes, rasgarse la vida, morir en el intento y retorcerse de dolor. Y al final, sentirse muy, muy culpable por no haberse retorcido lo suficiente. Y luego que ya no haya nada que hacer, meterse las manos en los bolsillos, hacerse la vida miserable, ver el suelo indefinidamente y patear botes hasta que ya no queden pies ni para caminar. After all, no pain, no gain. Quién sabe, en una de esas, volvemos.

Si el jarrón se rompe, pues pégalo. Y una vez que el pegamento seque bien, asegúrate de poner el lado resquebrajado contra la pared para no estarle viendo las rupturas cada vez que accidentalmente pases por ahí. Cómprale unas lindas flores de colores y no lo vuelvas a tocar jamás. No sea que ahora sí se rompa definitivamente.

Hay que compartirlo todo, fundirse con el otro y ser uno sólo. Hasta que no haya más terreno que el que tenemos en común. Hasta que no seamos otros que los que somos juntos. Menos que eso, no vale, no es suficiente.

Imprímete tanto en mí que acabes por cambiarme. Y al final de los días, cuando decidas que no te gustó tu creación y que me prefieras como era antes de ti, dime que algo cambió, que ya no soy la misma y que ya no te quiero como antes. Dime que algo se rompió e invítame a la tienda a comprar pegamento para el dichoso jarrón. ¿Quién lo paga?

Y es que hay que ver lo lindo. La historia, lo construido, el futuro -hipotético, nublado y feliz a partes iguales-. Eso es en lo que hay que fijarse... ¿y lo demás? Bueno, con lo demás aprendemos a vivir porque a fin de cuentas nadie es perfecto y dios nos libre de estar solos. Más vale pájaro en mano, lo sabemos bien. Además, el amor se transforma y tiene muchas etapas... de las cuales en muchas, pareciera ser cualquier otra cosa menos él mismo. Pero eso es lo de menos, hay que hacer como que no nos damos cuenta.

El conflicto es normal. La comunicación es difícil. Hay que ceder y hacerle creer al otro que él tiene el control, que lo necesitamos hasta para respirar, que sin él la vida no tiene sentido. Hay que hacernos indispensables para que no se vaya, porque al menos, ya lo conocemos y podría ser mucho peor. Y terminar agradeciendo que esto no es una tragedia.

La tranquilidad es desinterés. La incertidumbre es falta de compromiso. La honestidad ha de ser suavizada. "Dile la verdad pero que no se de cuenta", "pídele su opinión pero has lo que quieras" y "hay que poner mucho de nuestra parte todos los días".

Hay opciones que jamás deben ser consideradas, aunque existan y sean. (Como la de no estar). Y, claro, siempre vendrán tiempos mejores. Porque las mejores relaciones se construyen en la adversidad. Y es que si no es así no hay manera de que las cosas funcionen... y pues no, God forbid us.

Me retuerzo como ostión vivo y crudo bajo un chorro de jugo de limón cada vez que todo esto se me vuelve propio. Cada vez que me hablan mis mujeres y me dicen estas -que para mí- son barbaridades medievales, es como si me hablaran en chino mandarín, como si me quisieran meter en un cajoncito en el que para caber, hay que descuartizarme.

Y es que para mí, la valentía y la fuerza no están en quedarse ahí a romperse la vida cuesteloquecueste. Y es que para mí, la felicidad sí es indispensable y el amor debería ser lo más fácil de hacer. Y es que para mí, hay paz en cualquiera de las opciones... ¡porqué sí hay opciones chingadamadre! Y es que para mí, el mundo no se acaba. Perdón pero no se acaba. De verdad que no.

Algo entendí mal. Estoy segura. En algún lugar del camino me perdí. (Y este atajo que encontré, ¡está hermoso y desierto como ninguno que hubiera transitado antes! Me asusta pero me gusta).

Maybe I am the fucking problem, after all...

Un arte lejos de ser dominado

Yo con un paraguas soy solamente un estúpida con un paraguas. Con él, debajo de él, dentro de él... una estúpida. Me declaro perfecta y absolutamente inútil e incompetente cuando de estos artilugios de la vida moderna se trata.

He aprendido en esta ciudad capital que es importante tenerlos y no sólo eso (if only!); sino que hay que cargarlos y no ir olvidándolos por ahí; y tampoco sólo eso, sino que hay que saber usarlos, hay que saberse con un paraguas. Apenas caen las primeras gotas de lluvia y lo mío se vuelve un lamentable intento de consecuencias funestas y sin vuelta atrás. En otras palabras, una pena.

Uno ha de aprovechar sus trayectos a pie como mejor le plazca comprometiéndose a cabalidad en nobles actividades como fumar, hablar por teléfono o escuchar música. Cuando empieza a llover y uno tiene que sacar su paraguas y el dilema comienza más temprano que tarde. ¿Con qué mano se sostiene? En mi caso, mi mano derecha es por naturaleza más fuerte y hábil que la pobre zurda, pero si lo sostengo con la diestra -que no diestramente- quedo prácticamente invalidada para todo lo demás. Ahora bien, si lo sostengo con la izquierda, mi mano derecha quedará libre para sostener un cigarro, buscar las llaves o ir resguardando mi bolsa, pero el paraguas irá tambaleándose a la menor provocación de los vientos y de mis vaivenes entre los charcos, coladeras, banquetas y demás trampas mortales que voy encontrando por el camino. Amén del cansancio de la bendita floja mano.

Hace unos días creí que había descubierto el tan buscado hilo negro cuando después de una larga caminata bajo la lluvia, iba yo grácilmente sujetando mi paraguas con la mano izquierda y apoyando su estructura tubular ligeramente contra mi clavícula, mientras que con la mano derecha sostenía de manera delicada y elegante un cigarro. Casi como francesa del siglo XVIII en su enorme vestido pomposo, a excepción de la nacionalidad, la época, la vestimenta y claro, la habilidad. En fin, hasta traía puestos mis audífonos y todo en su lugar. Y justo cuando creí dominar el arte (¡porque lo es!), la vida me sometió sin clemencia alguna. Fue patético.

La inclinación del paraguas sobre mi cabeza y la gravedad haciendo su trabajo, llevaron chorros de agua hacia la parte de atrás de mis piernas: toda el área de las rodillas para abajo quedó empapada en un santiamén. El cigarro terminó siendo un angustioso rollito de tabaco empapado y mi bolsa, que cuelgo siempre del lado derecho, acabó siendo el contenedor de la sopa de mis objetos más indispensables. Rectifiqué la marcha, me deshice de los componentes electrónicos en mis orejas y cambié de mano. Sostuve el tubo con la mano derecha y llovía de tal forma que el instinto me invitó a bajar la sombrilla y ponerla lo más cercana posible a mi cabeza. Otro error. Esta mecánica es ideal en una isla desierta, no en la Ciudad de México. La sombrilla estaba tan abajo que limitó mi visión y me estrellé de frente con otro incauto que seguramente, también vendría malabareando su propio artilugio. Bajo un paraguas, hasta los corazones más grandes se vuelven egoístas y olvidan la existencia del mundo entero. Lo digo yo.

Si pasaba el paraguas un poco al frente, me mojaba las nalgas. Si lo pasaba para atrás, los zapatos empapados. Si lo ponía de un lado, protegía mi bolsa pero no mi hombro, mi brazo y mi otra mano. Si lo subía, se volaba. Si lo bajaba, chocaba con alguien más.

Finalmente y como pude, llegué a mi auto. Abrí la puerta trasera, cerré el paraguas y lo aventé con desdén sobre el suelo de la parte trasera. Mojando en este momento la única parte que quedaba seca de mi cuerpo, mi cabello. Me subo al asiento del conductor y hago velozmente el recuento de los daños: completamente empadada.

Amo la lluvia con toda la fuerza que me da haber nacido en el desierto y lo único que vale la pena de abrir un paraguas bajo una torrencial, es el sonido que hacen las gotas al reventar, como kamikazes, una a una contra la
tensa e impermeable tela. Y dada la forma convexa (¿o cóncava?) del mecanismo, la privilegiada acústica que se genera dentro de él, es estar en primera fila en el hermoso concierto del agua y mojarse los pies, la ropa y el alma, es sólo un pequeño, pequeñito precio que pagar.


25 tips para joderse la vida

  1. No se crea merecedor de nada "bueno". Por contrario, siéntase culpable. El pretexto que elija no es importante, la clave aquí es la culpa. Siéntala, hágala suya, créasela. Pero si le pasa algo "malo", eso sí se lo merecía. Autosabotéese.
  2. Piense de más y sea fatalista. Evalúe mentalmente todos los ángulos de cada situación y engánchese siempre con el escenario menos favorable. Después, exagérelo y pretenda que está sucediendo ahora mismo. No se desgaste contemplando soluciones, no existen.
  3. No se permita sentir. Bloquee, niegue, embotelle, minimice y/o invalide cualquier sentimiento. Éstos sólo lo distraerán y volverán débil, vulnerable y patético.
  4. Jamás se pregunte qué quiere o necesita y, si por accidente lo descubre, ignórelo. Haga siempre lo que deba, nunca lo que quiera.
  5. Complíquelo todo, la practicidad no es deseable. Hasta la situación más sencilla, con un poco de su talento, puede resultar tremendamente compleja. Hágalo.
  6. Sea creativo: si no hay problemas reales, invéntelos.
  7. Postergue, lleve las cosas al límite; asegurando así el incremento en la tensión y las posibilidades de que todo salga mal, es decir, bien. Sentir que ya no puede más es una buena señal.
  8. Evite a toda costa las cosas que le gusten, le alimenten y le provoquen cualquier tipo de sentimiento agradable y/o gusto por la vida. Si encontrara una de estas cosas, corra inmediatamente en dirección opuesta, no mire atrás y no se detenga.
  9. No se cuestione. Acepte como única verdad todo aquello que ya sabe y que ya es.
  10. Tómelo todo personal. Sienta que todas y cada una de las personas que le rodean la están persiguiendo, criticando y/o atacando constantemente. Vuélvase loco con esto.
  11. Resienta y reviva sus recuerdos dolorosos cada vez que le sea posible. De preferencia, hágalo en soledad y en silencio.
  12. Tenga miedo, mucho miedo. Encuentre razones para estresarse, angustiarse, desconfiar, temer... y después, obsesiónese con esto y siga temiendo.
  13. Hágase expectativas altas e irreales. De esta manera, su frustración estará garantizada y no podrá valorar lo que sí reciba.
  14. No perdone. Por el contrario, cargue y sufra. Sea visionario: envenénese a largo plazo.
  15. Elija un punto en la línea del tiempo -que no sea ahora- y quédese atorado ahí indefinidamente.
  16. Si se equivoca, culpe a alguien más. Jamás admita que fue su error, jamás.
  17. Bajo ninguna circunstancia pida ayuda y mucho menos la de.
  18. Busque alternativas para descuidar su cuerpo, hay muchas maneras de lograrlo. Elija, de preferencia, las que hagan daño irreversible.
  19. Sea negativo, alimente sus envidias y quéjese lo más que pueda, encontrará motivos por todos lados.
  20. Paralícese. No se mueva, apéguese, estánquese. Si siente que le urge un cambio, regrese inmediatamente a los puntos 3 y 12.
  21. Haga dramas, magnifique, invéntese historias y viva acorde a ellas.
  22. Critique despiadadamente a los demás. Si le es posible, también búrlese.
  23. Lo nuevo es malo y raro. No viaje, no pruebe, no intente, no intime.
  24. Entienda lo siguiente: el universo es un ente inferior que todo el tiempo está girando a su alrededor. Usted es el centro, siempre lo ha sido, siempre lo será. Haga de esto último un mantra y repítalo cada vez que se sienta desorientado.
  25. Rodéese de personas que intenten lograr lo mismo que usted y pase el mensaje. No se conforme con joder su vida, joda también las vidas de los demás.

Seres extraños

Seres extraños que todo lo saben pero nada se preguntan. Que no se carcajean, ni se atreven, ni se sorprenden y viven atrapados en el qué dirán. Que van por la vida palomeando un checklist limitantemente moralino. Que lo tienen todo siempre bajo control y bajo sospecha. Seres extraños que de todo tienen una opinión memorizada, un contraataque preformulado, precocido y pre-de-hueva. Que piensan que ésa, la suya, es la única, auténtica y genuina verdad verdadera. ¡Son tan raros! Juzgan antes de entender, intrigan cada que pueden, flotan por sobre el suelo y se suben a un pedestal para hablar de "los demás". Apenas tienen tiempo libre, se ponen a joder. Nunca se han equivocado y jamás lo harán. Seres superiores que no se sonrojan ni cambian de opinión. Les brillan los ojos con la crítica despiadada. Una ceja levantada, la boca torcida y un palo atorado en el mismísimo culo.

Seres extraños, merecedores de toda mi desconfianza, de la manera más atenta les pido: manténganse lo más alejados que puedan de mí. De verdad, así estaremos mejor todos.

Mu(danzas)

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo mete en cajas y se lo lleva.

Mudarse es valorar qué se sigue queriendo y qué no se necesita más. Ser honesto, ser valiente y atreverse a desprenderse. Es limpiar detalles, desempolvar rincones, recuperar memorias. Es ponerse a la vista, dejarse balancear. Es abrir la ventana e invitar al viento a que baile con nosotros. Es dejarse habitar por un espacio que en principio fue ajeno y vacío... y verlo transformarse a nuestra par. Es llenarlo de color, calidez y complicidad. Es regalarse otra vista, otros olores y otros sonidos. Es siempre una aventura. Es reinventarse los caminos, reacomodarse las formas. Mudarse es reciclar. Reacomodar la energía. Permitirse. Estrenar. Abrir otra etapa, construir recuerdos nuevos. Es contar la historia desde otro lugar.

Y como leí alguna vez por ahí... "las mudanzas se miden en saltos que, a veces, son cuánticos."

De lo que hablo cuando hablo

Hablo de la pelusa blanca pegada en la ropa negra, de las manchas que no se quitan y de las bolitas que se le hacen a los calcetines con el pasar del tiempo. Del pleito eterno con el polvo de siempre, del escándalo de esta ciudad, del cabello que se nos cae, del olor de nuestro aire. Últimamente estoy perdiendo cosas: una revista, una tarjeta y un par de estupideces. Hablo de la manía de tocarme la cara y verme el trasero en los espejos. De las personas que son lugares y los abrazos que son mundos completos. Espero un sí que tiene fecha y hora. De intuiciones que resultaron ciertas y de las otras que resultaron miedos. Hablo de jitomates podridos, recuerdos añejos y escupitajos en las aceras. Necesitas que te necesite, ¡cuánto ruido me hace eso! Hablo de palabras escritas en código, de mensajes que no eran para nadie, de lenguajes de miradas. Hablo de los lugares en los que nunca estaré y de las personas que jamás conoceré. Hablo de humedad, de pereza, de frío, de voltear a ver al cielo de vez en cuando. Hablo de que mi guitarra me toca a mí, nunca al revés. De relojes que se descomponen, de zapatos que se rompen y de objetos que se olvidan. Hablo de silencios incómodos y de todo lo que dicen sin querer ni evitar. De cruzar la mirada con un extraño y voltearla de inmediato, de torcerse el tobillo en plena calle, de gente que nunca volveré a ver pidiéndome un peso pa' un taco. De que hay veces que el cuello no es lo suficientemente fuerte para sostener la cabeza y qué ganas de pararme de manos para que el corazón quede por encima. De la gente que me quiere decir qué hacer. De la gente en la que me da la gana confiar. De la gente que quiero tanto. De ausencias, de incertidumbres absolutas y ganas de lanzar algo por la ventana. De cómo vamos chocando y hacemos de cuenta que no pasa nada. Del camino a la oficina y del peligro mortal en cada costumbre. Hablo de las rutinas en las que nos acomodamos y la gente que vamos olvidando. De lo que tiro a la basura, de lo que doy por sentado, de esas voces que revientan recuerdos. De esclavitudes disfrazadas de putas y maquilladas de normalidad. De lo pronto, de lo tarde, de lo nunca. Del desperdicio de la comodidad. De abrir las puertas, las piernas, la garganta. De que a veces, dormir me da miedo y lucho contra el sueño como si fuera la última cosa que voy a hacer. De dolor de sienes y las ganas de vomitar, de volverse loco. De focos fundidos, de pasta de dientes y saliva, de grillos a media noche. De paredes frías, resacas insoportables y escalofríos que no paran. De lo que no hace falta, de lo que no se extraña, de lo que nunca se debió comprar porque nunca se necesitó, de lo que es como si no hubiera sucedido porque jamás lo recordaré. Y de la prisa instalada en el pecho. La tierra prometida es la tumba. De eso hablo.

Tormentitas no

A mí no me caben tormentas en vasos de agua.
Yo desgarro el cielo hasta que se rompa y se llueva.
Luego meto la cabeza a un charco.
Y dejo de respirar.

Ésa

Ésa que sabe contenerse pero no fingir.
La que te daría la razón pero no la encuentra...
porque no la quiere buscar.
A la que una sola vida le parece poco.
La que se lo jugó todo por una comezón.
Ésa que lava sus pantuflas para andar descalza por la casa
y cierra las ventanas para que los vecinos no la vean.
A la que todos le cuentan un secreto y sigue sin saber porqué.
A la que no le interesa saber qué esta bien o qué está mal
sino qué quiere.
La que sigue creyendo que un día las cosas han de ser distintas.
Ésa que se acostumbró al agua al cuello.
La que no sabe qué va a pasar y no se rompe la vida en ello,
aunque te la rompas tú.
A la que no le gusta hablar de los demás sino con ellos.
La que ha de estar sola al menos un rato cada día.
A la que le gusta pensar que lo que busca, le busca.
Ésa que cree que la confusión no puede ser mala señal,
la que desconfía de los que todo lo saben
y a la que no le puedes decir que no llore.

Yo soy ésa, la que no cabe en sí misma.
¿Y cómo voy a caber?
Si soy todo lo que he sido.

[Still]

A Héctor

¿Te acuerdas cuando nos quedamos como estúpidos viendo la luna toda una noche hasta que desapareció? Yo me quedé con tu chamarra un año a partir de esa noche. ¿Te acuerdas cuando fuimos a ver a Joaquín... y a Silvio? ¿Te acuerdas lo flaca que estaba en tu graduación? ¿Te acuerdas en Cuba cuando nos metieron clandestinamente a la ceremonia en El Morro? ¿Te acuerdas que te dije que no me iba a ir sin ti? ¿Te acuerdas cuando cuando te enamoraste? ¿Te acuerdas cuando vivías en Mozart? ¿Te acuerdas del misil de Bacardí y de lo que hiciste afuera de la fábrica en La Habana? ¿Te acuerdas cuando dormimos juntos y Ricardo intentó despertarnos porque no podía prender mi camioneta? ¿Te acuerdas de la balacera? ¿Te acuerdas de lo que grité en casa de Clau Madrigal... y qué estaba haciendo cuando me escondí de Arthur? ¿Te acuerdas de lo que dije cuando Argentina metió el segundo gol a México en el mundial y de la cara que puso el tipo detrás de mí? Estando en Morelia contigo, hablé a la oficina ese mismo día para avisar que no iba a trabajar, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas que me llamaste "mujerzuela"? ¿Te acuerdas cuando me diste 15 minutos para estar lista... y estuve? ¿Te acuerdas que, por mi culpa, no vimos a Fito Páez? ¿Te acuerdas cuando te dije que en mi carro ya no se fumaba? ¿Cuántas veces me habrás dicho "pinche flaca cabrona"? ¿Te acuerdas que abracé a un mariachi en mi graduación? ¿Te acuerdas que le pregunté al mueble de cuál de todos los estados era? ¿Te acuerdas de esa legendaria en tu depa frente a La Biblioteca? Qué grande fue. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? ¿Te acuerdas de la cancioncita que cantábamos cuando alguien llegaba tarde a las reuniones de los lunes? ¿Te acuerdas cuando me contaste de tu virus y cuando te dije que no me convencía Catarsis? No teníamos respeto alguno por la maldición gitana. ¿Te acuerdas de la cascada y del video que sigue en mi poder? ¿Del cintureo y la prueba de la costilla? ¿Cuántas veces me dijiste que era hora de partir? ¿La promesa del te lo dije y cuando decidí que me iba al D.F.?

Cristóbal, "más no te asustes, flaca, siempre se me pasa...", Troker en tu cumpleaños, "Gilberto, el valiente", un 2 de julio cualquiera, mis 25 y tu blackberry, el nobiliario título, Análisis de Decisiones II, el Rock band, "tierra de la maceta, ruega por nosotros", Claus, "chíngate un bacanora", más de 100 palabras...

¡Un sólo post es muy poco para vaciarlo todo!
Necesitamos nuevos recuerdos.
Éstos, de tanto usarlos, ya los traigo muy gastados.
Me haces falta, (cabrón).
[Still]

Como las lentejas

Las llamadas telefónicas que sostengo con mi abuela son como las lentejas. Hay que ser muy observador para encontrar las sutiles diferencias entre la última y la anterior. A simple vista, son todas idénticas.

Es así: lo primero que hace es confirmar que soy yo. "¿Gabriela?". Así no le queda la menor duda que sí ha marcado de manera correcta la serie de números -que imagino tiene apuntados en un papelito y guardados cuidadosamente en un cajón- y que efectivamente sí es su nieta con la que habla. Le contesto en nuestra clave: "Hola, corazón santo". Sonríe y prosigue. Pregunta porqué contesto el teléfono diciendo "hola" y no "bueno" como la gente normal. Cada vez le surge la duda. Yo le digo lo primero que se me ocurre y antes de preguntarme cómo estoy, de manera obligatoria me hace la atenta observación de cuán milagroso es que yo esté en casa y haya, entonces, contestado su llamada.

- "¿Y ese milagro que estás en tu casa?"
- "Acabo de llegar."
- "Ya sé."

No sé cómo sabe pero ella sabe. No le interesa saber dónde estaba, sólo le interesa que ya llegué. Después, me informa el número de intentos fallidos que había hecho previamente a ésta, la llamada exitosa. "Ya te había marcado dos veces hace rato" o "ayer te hablé y nadie me contestó". Me parece muy gracioso que diga "nadie me contestó". Si no estoy yo, nadie va a contestar, vivo sola. Ahora, si ha pasado mucho tiempo desde nuestra última conversación -que la mayoría de las veces es así-, hace un sutil reclamo hacia mi falta de atención del tipo "¡ya no me acordaba de tu voz!".

Luego me pregunta si tengo gripa. (Ella siempre me escucha mormada.) Le contesto que no. Me pregunta si estoy comiendo bien. Le contesto que sí. Me dice que alguien le enseñó unas fotos mías y que me vio muy delgada. Mi sospecha es que siempre le enseñan las mismas fotos. Luego, por fin, me pregunta cómo estoy. Le cuento. Le pregunto cómo está ella y luego, cómo está mi tía. Invariablemente me contesta: "igualita". Después, hablamos del clima y de lo rápido que se está yendo el año. Pasando mi cumpleaños, el año ya se fue. (Cumplo en agosto.) Me pregunta por mi trabajo y algunos otros random facts de los que tenga curiosidad como cuánto pagué de luz el último bimestre o cuántos años tiene mi jefe.

Luego, viene la fase de actualización familiar. Me comunica algunas noticias familiares breves; dónde está de viaje mi tío esta vez, qué tan alto está mi primo, quién es el siguiente en cumplir años y cómo va a celebrarlo. Después, me pregunta si ya me habló mi papá; luego, por las novedades de mis hermanas y finalmente, el comentario de ley hacia mi mamá... "está muy delgada". Dice que no come, yo le digo que sí come y me dice; "pues sí, pero como pajarito". Le acabo recordando que ella tampoco come demasiado que digamos. Termina riendo y diciendo que yo tampoco puedo decir nada al respecto. A continuación, vienen la fase de las risas. Alguna de las dos dice algo que hace a la otra carcajearse.

Después, los libros. Siempre inquieta con mis hábitos de lectura y sin comprender que lo mío es de por vida, me pregunta con sus esperanzas puestas en que le diga que no, si sigo leyendo. Le acabo rompiendo las ilusiones y diciendo que sí.

- "Te vas a acabar los ojos."
- "Pues para eso son."
- "Bueno, pero prende la lámpara porque lees de noche, ¿verdad?"
- "Sí."
- "Pero qué cosa la tuya con los libros, ¡es vicio eso!"
- "Así es."
- "¿Para qué, hombre?"
- "Tú rezas, yo leo."

Se vuelve a reír. Esta es la parte de la plática en donde me quería decir algo pero ya olvidó qué. "Úpale, algo te iba a decir..." Trata sin éxito de recordarlo, dando un par de vueltas alrededor del agujero en la memoria y entonces entro en acción haciendo una pregunta de otra cosa para que olvide lo que olvidó.

Las dos variantes que se han integrado en últimas fechas a esta hermosa ecuación son "¿cómo está Miguelito?" y "¿no te da miedo manejar en México?". Está muy bien y no, no me da.

La despedida: es aquí donde me hace prometerle que cada mañana antes de salir de mi casa, voy a rezar un padre nuestro y donde le pide a la santísima virgen que me proteja.

- "Nos vemos pronto, si Dios quiere..."
- "Sí va a querer."

Me manda un beso y me dice que me quiere mucho.

-"Yo también te quiero mucho, corazón."

A simple vista, son todas idénticas pero para mí, cada vez es única.

La edad aquella

Esta mágica edad en la que se me dispara la histeria si me llaman "señora" y me da risa que me digan "señorita".

"Tenía la edad aquella
en que la certeza caduca..."

Es como la pipí

¿Cuándo hacemos pipí? No cuando hemos determinado que bebimos demasiado líquido y que nuestro cuerpo ya no puede retenerlo más. No cuando decidimos: "han llegado las 5:22 de la tarde, es mi hora de ir a hacer pipí, con permiso, ahora vuelvo".

No. No es racional, no lo establecemos concientemente. Puede que una que otra vez cuando vamos a hacer un viaje largo o anticipamos un imprevisto... pero en lo general, not really.

Sabemos que tenemos que hacer pipí porque se sienten las ganas, porque no aguantamos y no podemos dejar de pensar que tenemos que hacer pipí hasta que hacemos pipí. Punto y se acabó. No hay de otra. No es nuestra decisión. Porque no podemos más, porque un impulso nos lleva, porque es hora. No programamos ni determinamos un carajo. No bebemos un litro de agua, esperamos 37.6 minutos y entonces vamos por mero calendario.

Por más que sea hora, por más que bebimos o no bebimos, por más que todos ya hayan hecho pipí y te pregunten cuándo vas a hacer pipí tú, por más que se suponga que hacer pipí debe hacerte feliz, por más que todos a tu alrededor hagan pipí y te expongan una a una las ventajas de hacerlo... por más que el tiempo, los riñones, el clima, los diuréticos y el carajo... ¡no!

Se siente o no se siente. Uno se hace o no se hace. Quieres o no quieres.

Y como la pipí, hay tantas cosas más.

Toda la sabiduría de la pipí.

Un desayuno, dos omelettes

Puse despertador en domingo. ¡Así de grandes eran mis ganas de verte! Nueve de la mañana, en nombre sea del santito piadoso de los perezosos desmañanados.

Y te encontré en la Condesa un poco más tarde de lo acordado y desayunamos... no solos pero juntos. No nos bastó un abrazo de reencuentro, tuvieron que ser tres sólo para comenzar a recuperar el tiempo vacío. Apenas nos separábamos y ya nos volvíamos a abrazar. Me agarrabas los cachetes y yo sobaba tu séptimo chakra ya sin pelo y otro abrazo, ¿por qué no?

Hablando contigo durante esas horas me di cuenta de todo lo que he soltado, de todo lo que han cambiado los escenarios y de todo lo que hemos limpiado las superficies... los dos. Me dijiste viente veces que me veías muy bien. Había un dejo de sorpresa en tu voz (y otro de nostalgia y otro de genuino cariño y otro más de una paternidad-adoptiva-amistosa). ¡Y es que sí estoy bien, de verdad! ¿Por qué todos se sorprenden? Estoy contenta, sin mayor pedo que eso. Esta ciudad no es tan mala como la pintan. Lo que pasa es que esta ciudad es la materialización de los miedos de muchos, nada más. Pero yo aquí, ahora... y re bien. Sin tener una mínima idea de lo que pasará después, como todos los presentes.

Me sirvió verte. Me reflejaste, como espejo, todo lo que ha pasado en tan poco tiempo. Apenas seis meses y yo tan así y tan aquí. Llegaste y me invitaste sin querer a ver todo el camino que he recorrido. Recordé quiénes éramos cuando nos conocimos y me hiciste sonreír por dentro y por fuera. Toqué la ligereza con la que he venido viviendo. Los rompecabezas que ya no son más, las cargas que ya no son mías porque nunca fueron, la valentía de hacer lo que hice y estar donde estoy. Romper la barrera del debería es mucho más duro de lo que parece y no se puede cantar victoria pero yo voy cantando. Lo duro que fue y sigue siendo. Y la paz pseudo-valemadrista que últimamente me inunda la existencia. Tantos lazos, tantas coincidencias, tanto "pues" cariño. Tanta bronca tirada al mar.

Hoy puedo decirlo: esta próxima mudanza, que no lejana, será por mucho, la más ligera de todas. Ligera en pertenencias físicas, en muros mentales y en trabas de corazón. Y qué alegría y qué mas da.

Yo pedí un americano, el omelette con flor de calabaza y robé tu rol de manzana. Tú, otro café americano, el omelette con huitlacoche y todos los panes dulces que te pudiste comer. Después, me puse a caminar tomando fotos alrededor del Parque México, leí un ratito una gran novela y me regresé caminando al depa muchas horas después. Tú, te fuiste con tus budistas a Polanco más temprano que tarde. Y nos volvimos a abrazar muchas veces.

Qué lindo desayuno dominical.

Gracias por avisarme que venías.

Un tuit

"¿Y qué saben los hombres de libertad si nunca se han quitado un bra?"

So fucking true!

Ojalá me acordara quién lo tuiteó... o cuándo.

Mary and Max

Mary and Max. De mis películas favoritas. La vi por primera vez hace 1 año en un escenario completamente distinto a éste en el que la volví a ver hoy. Ambas veces me dejó sin palabras.

Australiana y universal. Del 2009 y de todos los días. Tan oscura que ilumina las grietas de todos, tan rica que apunta a nuestras propias carencias, tan real que es fantástica.

Oscuros personajitos de plastilina animados en stop-motion que se van acercando a distancia mientras cobran vida, sentido y letras. 90 minutos en los que se funden la inocencia, la soledad, las dudas y la humanidad de cualquiera.

Y por si fuera poco, basada en una historia real.

[I find humans interesting but I have trouble understanding them. I think, however, I will understand and trust you. You appear very happy...]

Gracias, Adam Elliot.

Un secretito

Las heridas se curan con saliva.
Los animales lo saben.
Nosotros no nos lamemos pero nos hablamos.
Para el caso, es igual.
Ahí está el secreto: parece que la saliva sana.
Úsala.

Joaquín se burla de mí

Siento lo que traiciono cada vez que canto Contigo con él. Ya casi no me atrevo a decir que yo no quiero un amor civilizado. Me come la vergüenza. Hasta lo escucho aguantarse una sonrisa burlona cuando me atrevo a acompañarlo en sus versos. (Porque ésos sí son poemas; ahogados en realidad, poemas al fin.)

Las escenas en el sofá son inevitables, hay que entenderlo ya. Ni qué decir de los viajes al pasado, son aún peores. Yo tampoco quiero domingos por la tarde ni columpio en el jardín. Sí sé llegar a fin de mes pero no quiero calor de invernadero. No encuentro ni los besos ni las cicatrices. Que nadie me diga que volvamos a empezar... jamás. Y esas manzanas dos veces por semana creo pueden llegar a ser negociables. Sí quiero que carguen mis maletas, no quiero que elijan mi shampoo. De planeta ya me mudé. Me corté el cabello y brindé. Ya estuve en París y en Venecia también. Y tengo todo, menos los ojos tristes.

Que sólo queremos que mueran por nosotros, menudos cabrones.

Yo tampoco quería, Joaquín, un amor civilizado. De verdad que no.

Pero me siento domesticada. Y ni cuenta me di.

Por favor, ya no te rías de mí.

Un perro sabueso policía

Tengo un olfato tan incómodo que a veces me desespera. Me entero de cosas que no debería. Y sin querer y sin poder evitarlo. Quién suda, qué perfume o desodorante trae quién, quién se acaba de lavar los dientes, quién comió gengibre y quién venía en un taxi aromatizado artificial y nefastamente a coco.

Tan sólo en mi camino del estacionamiento a la puerta de mi departamento, me enteré que en el primer piso, alguien se acaba de bañar; olía a shampoo por todo el pasillo. Subo las escaleras y en el segundo alguien cenó pescado con mantequilla, cebolla y ajo. Sigo subiendo y en el tercero, prendieron un incienso; estoy casi segura que es el Nag Champa, el del paquetito azul. Mi vecina en el cuarto piso, fuma más que yo y no precisamente tabaco. Y a ese perro le urge un baño.

Ir caminando por la calle en la Ciudad de México. Que Dios me bendiga.

Aquí donde no conocen el espacio vital. Aquí me vine a vivir.

Es sólo por esto que aún no dejo de fumar.

Se agudizará y no lo soportaré.

Haciendo cuentas

Nos sobraron planes, nos faltaron sueños.
Nos sobraron posturas, nos faltó bailar.
Nos sobraron límites, nos faltaron saltos.
Nos sobraron horas y escudos.
Nos faltaron momentos y grietas.
Nos sobraron alas, cauces, raíces.
Nos faltó viento, agua, tierra.
Del fuego ni hablar.
Nos sobraron aventuras, nos faltó complicidad.
Nos sobraron todas las palabras, nos faltó entendernos.
Nos sobró enero, nos faltó mayo.
Nos sobró mañana, nos faltó hoy.
Nos sobramos de estar, nos faltó acompañarnos.

Sobramos tú y yo, faltamos nosotros.

Ni qué decir de ceder, ni de la claridad, ni del respeto. Y todo el terreno en común. ¿Pero dónde quedó tanto? ¿Dónde estuvo la amenaza? Olvidamos de qué trataba el juego. Nos pusimos a competir. Y nos perdimos. Y nos peleamos. Y nos quedamos solos. Juntos pero solos. Tú crees que sí. Yo no sé qué creer. ¿Por qué nos protegimos tanto si ya habíamos chocado? ¿De qué valió tanto miedo? ¿Cómo seremos que la emocional entre los dos soy yo? Me dolías antes de dolerme y después me doliste más. Tú tan allá, yo tan acá y nosotros tan quién sabe dónde. Tan así que ya no sabemos cuánto hay que pagar o si alguien nos quedó debiendo.

100 minutos

15 centímetros de ventana abierta, media mano izquierda de fuera, dedos húmedos de lluvia y un Camel casi completo.

Primera. Neutral. Primera. Neutral. Primera. Neutral. Primera. Neutral. Freno de mano. Ya qué mas da.

Norah Jones diciéndome al oído que no sabe porqué. Ah, y claro. Más de hora y media esperando pasar por ahí. Tampoco es tan malo. Al menos a mí, hoy no me lo pareció.

"When I saw the break of day, I wished that I could fly away instead of kneeling in the sand: catching teardrops in my hand..."