Como las lentejas

Las llamadas telefónicas que sostengo con mi abuela son como las lentejas. Hay que ser muy observador para encontrar las sutiles diferencias entre la última y la anterior. A simple vista, son todas idénticas.

Es así: lo primero que hace es confirmar que soy yo. "¿Gabriela?". Así no le queda la menor duda que sí ha marcado de manera correcta la serie de números -que imagino tiene apuntados en un papelito y guardados cuidadosamente en un cajón- y que efectivamente sí es su nieta con la que habla. Le contesto en nuestra clave: "Hola, corazón santo". Sonríe y prosigue. Pregunta porqué contesto el teléfono diciendo "hola" y no "bueno" como la gente normal. Cada vez le surge la duda. Yo le digo lo primero que se me ocurre y antes de preguntarme cómo estoy, de manera obligatoria me hace la atenta observación de cuán milagroso es que yo esté en casa y haya, entonces, contestado su llamada.

- "¿Y ese milagro que estás en tu casa?"
- "Acabo de llegar."
- "Ya sé."

No sé cómo sabe pero ella sabe. No le interesa saber dónde estaba, sólo le interesa que ya llegué. Después, me informa el número de intentos fallidos que había hecho previamente a ésta, la llamada exitosa. "Ya te había marcado dos veces hace rato" o "ayer te hablé y nadie me contestó". Me parece muy gracioso que diga "nadie me contestó". Si no estoy yo, nadie va a contestar, vivo sola. Ahora, si ha pasado mucho tiempo desde nuestra última conversación -que la mayoría de las veces es así-, hace un sutil reclamo hacia mi falta de atención del tipo "¡ya no me acordaba de tu voz!".

Luego me pregunta si tengo gripa. (Ella siempre me escucha mormada.) Le contesto que no. Me pregunta si estoy comiendo bien. Le contesto que sí. Me dice que alguien le enseñó unas fotos mías y que me vio muy delgada. Mi sospecha es que siempre le enseñan las mismas fotos. Luego, por fin, me pregunta cómo estoy. Le cuento. Le pregunto cómo está ella y luego, cómo está mi tía. Invariablemente me contesta: "igualita". Después, hablamos del clima y de lo rápido que se está yendo el año. Pasando mi cumpleaños, el año ya se fue. (Cumplo en agosto.) Me pregunta por mi trabajo y algunos otros random facts de los que tenga curiosidad como cuánto pagué de luz el último bimestre o cuántos años tiene mi jefe.

Luego, viene la fase de actualización familiar. Me comunica algunas noticias familiares breves; dónde está de viaje mi tío esta vez, qué tan alto está mi primo, quién es el siguiente en cumplir años y cómo va a celebrarlo. Después, me pregunta si ya me habló mi papá; luego, por las novedades de mis hermanas y finalmente, el comentario de ley hacia mi mamá... "está muy delgada". Dice que no come, yo le digo que sí come y me dice; "pues sí, pero como pajarito". Le acabo recordando que ella tampoco come demasiado que digamos. Termina riendo y diciendo que yo tampoco puedo decir nada al respecto. A continuación, vienen la fase de las risas. Alguna de las dos dice algo que hace a la otra carcajearse.

Después, los libros. Siempre inquieta con mis hábitos de lectura y sin comprender que lo mío es de por vida, me pregunta con sus esperanzas puestas en que le diga que no, si sigo leyendo. Le acabo rompiendo las ilusiones y diciendo que sí.

- "Te vas a acabar los ojos."
- "Pues para eso son."
- "Bueno, pero prende la lámpara porque lees de noche, ¿verdad?"
- "Sí."
- "Pero qué cosa la tuya con los libros, ¡es vicio eso!"
- "Así es."
- "¿Para qué, hombre?"
- "Tú rezas, yo leo."

Se vuelve a reír. Esta es la parte de la plática en donde me quería decir algo pero ya olvidó qué. "Úpale, algo te iba a decir..." Trata sin éxito de recordarlo, dando un par de vueltas alrededor del agujero en la memoria y entonces entro en acción haciendo una pregunta de otra cosa para que olvide lo que olvidó.

Las dos variantes que se han integrado en últimas fechas a esta hermosa ecuación son "¿cómo está Miguelito?" y "¿no te da miedo manejar en México?". Está muy bien y no, no me da.

La despedida: es aquí donde me hace prometerle que cada mañana antes de salir de mi casa, voy a rezar un padre nuestro y donde le pide a la santísima virgen que me proteja.

- "Nos vemos pronto, si Dios quiere..."
- "Sí va a querer."

Me manda un beso y me dice que me quiere mucho.

-"Yo también te quiero mucho, corazón."

A simple vista, son todas idénticas pero para mí, cada vez es única.

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