105 pesos y 7 minutos

Caminaba el domingo mirando los dedos de sus pies que se asomaban a través de sus sandalias. La ciudad se le estaba colando por los poros y ninguna de las dos tenía prisa. Era una de aquellas tardes en las que hasta el sol tenía ganas de meterse en la cama. Soplaba el viento fresco y se escurrían los últimos rayos perezosos por entre el algodón con que el cielo se viste algunas veces.

Se acercó al mostrador de la farmacia de la esquina y pidió lo que necesitaba. La encargada que la atendió puso, una arriba de la otra, las dos cajitas de cartón sobre el mostrador de cristal y le preguntó si quería bolsa, a lo que ella respondió que no. Pagó, agradeció y salió. Esperó que el semáforo cambiara a rojo y -no sin echar un rápido vistazo hacia la izquierda- cruzó la calle hasta llegar al camellón. Saludó brevemente al hombrecillo y dejó que sus ojos encontraran lo que buscaban. El silencio en aquél lugar no era más que una lejana utopía... como la soledad. Volvió a pagar, volvió a agradecer y cruzó la calle de regreso. Desanduvo el camino hasta llegar a la puerta de cristal donde tocó el timbre. Volteó por encima de su hombro y cruzó su mirada con un joven, sentado en la acera de enfrente, que la veía fijamente. Ella, frente a la puerta de cristal, miró sus manos y repentinamente se volvió conciente de lo que sostenía.

Unos segundos más tarde, él apareció del otro lado del cristal y le sonrió. Sacó su llave, abrió la puerta y la besó, abrazándola por la cintura. Ella recargó su mejilla en el pecho de él, mientras él le besaba la frente. Cuando se separaron, se volvió a mirar los dedos de los pies.

Él la tomó de la mano y la jaló delicadamente hacia adentro del edificio. Ella, discretamente, se volvió buscando con su mirada al joven del otro lado de la acera pero ya no estaba.

- "¿Qué traes ahí?", le preguntó.
- "Sólo esto", respondió ella levantando su mano.

Él mostró media sonrisa. Cómplice condescendiente.

Entraron al elevador y después al departamento.

De las tres cosas que compró, sólo necesitaba dos. De la otra, prescindía... si es que puede ser posible prescindir de un deseo.

Compró cigarros, condones y flores. Y justo antes de que llegara él a abrirle la puerta, ella escondió lo primero, guardó lo segundo y apretó con su mano lo tercero.

Pero no en ese orden.

O sí.

1 comentario:

el ticher dijo...

simple y sencillamente wow!!!

think positive!!!