Tengo tanto qué decirte

Miércoles por la tarde, principios de mayo, Ciudad de México. 

Hay una mujer sentada en la terraza de un café en la colonia Roma. Los pisos del lugar son de madera, los techos también. Una música tranquila se escucha desde la acera. Huele a harina cocinándose. Ella: pantalones grises, botas negras, uñas sin pintar y mirada encendida. Tiene las piernas cruzadas y escribe en un pequeño cuaderno que sacó de su bolsa. Al centro de la mesa, un florero de cristal azul con una sola flor amarilla y un cenicero que humea delatándola. Bebe algo de una taza blanca. La tarde está nublada y no da señales de tener prisa.

Pasados unos quince minutos, llega una segunda mujer y tras echar una rápida ojeada por el lugar, lentamente camina hacia la terraza y se pone de pie frente a la mesa donde, al parecer, la están esperando. La primera mujer desde su silla levanta la mirada y le regala la sonrisa más espontánea que vi en mi vida. Se levanta como impulsada por tres millones de resortes y se le cuelga del cuello en un abrazo hermoso. La invita a sentarse mientras con el brazo derecho le pide discretamente un menú al mesero. Toma asiento y finge inútilmente que acomoda sus cosas: cierra su cuaderno y pone la pluma sobre él, guarda sus cigarros, toma una cucharita, revuelve su bebida y respira profunda y disimuladamente sin beber ni una gota del contenido de la taza.

La segunda mujer se inclina hacia adelante, toma sus manos entre las suyas y le dice "tengo tanto qué decirte". La primera mujer se lleva las manos a la cara y se limpia el agua que ha comenzado a caer de sus ojos, luego la mira directamente y susurra "soy toda tuya".

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Hoy me hubiera gustado hablar con la que seré en diez años y que estas dos mujeres -con la década que las separa- se sentaran en la terraza de un café en la colonia Roma a decirse tanto. La escena inicial, estoy segura, hubiera sido así. 

Lo demás, no lo sé. 

Si lo supiera, ya me lo hubiera dicho.

1 comentario:

Licuc dijo...

¡Qué hermoso!

A eso de los 18, creo, me escribí una carta para leer cuando cumpliera 30 y otra para cuando pisara tierra Argentina.

Leerlas fue hermoso y terrorífico a partes iguales, pero me sirvió para darme cuenta de que estoy honrando mis sueños más bellos.

Esto ni siquiera ha comenzado a ponerse bueno. ;)