Cuarenta y cinco minutos tarde

Hoy decidí caminar. Tenía una junta a las tres de la tarde y salí de mi departamento unos minutos antes de las dos y media. Caminé como veinte cuadras. Las calles tranquilas. El día soleado. La señora a la que sus zapatos le quedaban grandes. El tipo de mirada horrible que me puso la piel de gallina. El que me miraba insistentemente los zapatos. El señor vendiendo mango. La peluquería. El olor a incienso. Avenida Insurgentes de sur a norte. El del camión del agua que me tiró un beso. La mujer con sus groserías por el teléfono. El de la gasolinera que me silbó. Tantos hombres con corbata, ¿cómo pueden? Una botella con agua. Un extranjero. Un fulano con los pelos naranjas. La mujercita con los shorts más cortos que mi memoria. Los semáforos, los camiones, los peatones. La fotografía que tomé y no me gustó. La vecina que vocalizaba. El niño haciendo preguntas.

Llegaste apenadísima cuarenta y cinco minutos tarde. 

Caminé también de regreso y se me hizo mucho más corto.

No importa cuánto tiempo tenga viviendo aquí, sigo sintiendo, a tres cuadras de mi casa, que voy caminando en otro país.

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