Media hora

El sábado en la noche pasó algo que, aunque lo había imaginado durante meses, jamás pensé que sucedería. Me senté en la puerta principal de la casa mis padres y lo dije. Descalza y con las uñas de los pies pintadas de naranja, como la culpa que sentía en el centro de mi pecho retorciéndome el esófago y algo más. Las uñas de las manos pintadas de rosa como las que vivieron hace poco en la mesa de mi casa. 

Preguntaste cosas, yo te las respondí. Esta sensación de robarle la inocencia a quien me la dio. Y supe que la vida no se trata de pedir perdón ni pedir permiso, ni mucho menos: se trata de estar y de compartir, mientras se pueda estar y mientras se pueda compartir. Debajo de la piel estamos todos desnudos. Porque la muerte nunca llega a tiempo y menos si ya está amenazando. Nada más. Si yo me voy mañana... o tú, habremos sabido que hubo amor y nos vamos a ir de este mundo sabiendo que una mujer fue valiente. 

Te pusiste las manos en la cara, yo supe que no había palabras, que no había abrazo, que no había tierra que llenara ese abismo que se abría. Y nos interrumpieron como siempre se interrumpe la vida cuando está pasando. Quise ser la hija que nunca tendré. Quise ser la madre que nunca seré. Y honré nuestra fragilidad, honré nuestra humanidad porque no pude hacer otra cosa.

Fue en día de muertos y, para respetar el día, mucho de nosotras murió. Y me sentí tan sabia y tan pequeña. Tan fuerte y tan desnuda. Quise plantar un árbol en tu cama y regarlo con mi llanto descosido. Quise salir corriendo y quebrarme para siempre. Quise amarte y reclamarte. Te dije que todo estaba bien aunque yo misma no sabía quién era. No es lo que nadie esperaba pero es lo que es, tan real como la piel quemada. Con ganas de gritar pero morir ahogada de silencio. Con ganas de no entender pero respondiendo preguntas para que entendieras. Supe que la verdad es sólo eso: un fragmento. Me temblaron la voz, las manos y el alma. Y te miré a los ojos mientras tú -ojalá dios sepa- qué pensabas. Hablaste de la importancia de las cosas y de la distracción de la vida. Abracé en mi pecho tu fragilidad en silencio. Ofrecí al cielo disculpas por tu soledad. Me pediste que dejara de fumar y te prometí que lo haría. Y hablamos de mi padre. Hablamos del mundo en el que nací y el mundo en el que vivo. Qué distintos son. Te dije que soy feliz. Sonreíste resignada.

Se me cayó el mundo mientras a ti se te reventaba el universo. Pero ya sabías, al menos eso dijiste. Nunca le agradeceré al escenario que no ayudó, pero sí agradezco a la vida y a la verdad, que aunque no entienda, pude, quise y se dio. Porque así tenía que ser. Porque eso me enseñaste, no a mentir, no a esconderme... menos de ti. Me sudaban las manos pero me abrazaste y abrasaste. Me quieres, lo dijiste. Y yo te creí porque también te quiero.

Estoy rodeada de reinas. Es todo lo que sé. Después de esa media hora, lloré dos noches y un día completo y aunque no pueda saber más, hoy sé eso.

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