El mensaje inconexo del día

A veces, todo me urge. Me inunda la ansiedad insoportable de querer cambiarlo todo y salgo corriendo en cualquier dirección que, por lo general, es hacia ningún lado. Me gana el deseo de aventarlo todo por un gran ventanal rompiendo cristales y rompiendo en llanto. Tengo tanta prisa que da risa. Me muevo compulsivamente, nada me dura. He cambiado de vida tantas veces que hay tardes en las que ya no sé quién soy. No es queja. Mis recuerdos son como de otras vidas; creo que escogí las alas en vez de las raíces. Evito los espejos porque no sé dar explicaciones que nadie pide. Bebo demasiado café y aún no repongo lo último que me robaron. Tengo un grito atorado en el nudo de la garganta que me corta la voz y sangro por dentro. Si todo esto tuviera una alarma de emergencia; éste, en definitiva, no sería el momento de hacerla sonar, pero sin duda, le pondría la mano encima... por si acaso. Las pulseras de colores se enredan en mi muñeca y ahora que todo da vueltas, el único lugar del que se me ocurre sostenerme es de tu abrazo. Lo delicioso de fumar es que de un lado del cigarro me pongo yo y del otro, pongo al mundo entero. Se queda todo en suspenso mientras, otra vez, a la distancia, no resuelvo gran cosa. Y me quedo con la sensación flotante de haber contribuido con unos cuantos minutos y un poco de humo a la gran cuestión. El problema con pensar es que pensamos que pensando lo entederemos todo. Y no, ¡vaya que no! Globos de colores reventando en mi cabeza porque no sé qué palabras usar para ordenar todo lo que estoy sintiendo. Siento gracias, siento amor, siento urgencia; y a ratos, también, siento que exploto. Soy la consentida de alguien a quien no le veo el rostro. Me siento protegida a la intemperie. No creo en los errores ni en los accidentes. Ni siquiera sé qué significa perder porque siento que nada me pertenece. Cruzo mis fronteras tres veces diarias y el único idioma que quisiera dominar es el del silencio. Para entender que mi tiempo es mío, primero lo puse en renta y después aprendí a deshojar la culpa de hacer con él lo que me dé mi gana. Me tiemblan las manos cuando voy a empezar a escribir. Me tiemblan los labios cuando termino. Constantemente, cuando estoy sola, me siento observada. Tal vez, cargo secretamente con todas las miradas del mundo. No sé cocinar para dos y no soporto la sensación de la piel seca. Me gusta la comida crujiente y bañarme con agua muy caliente. No te extraño y quisiera que no volvieras a leerme jamás. Sigo preguntándome qué hace el mar cuando quiere ir a la playa. Nunca supe qué tan lejos estaba hasta que volví y el que dijo que el amor es ciego, jamás amó. Quiero vivir en la copa de un árbol en altamar y flotar sin rumbo fijo hasta un desierto derretido. Ya no sé si el mundo me espera o yo a él. Otra vez se me fue el día en no sé qué. Y pensar que lo único que yo venía a escribir aquí, era que no podía escribir. Tal vez sólo tenía que comenzar diciendo "a veces, todo me urge".

2 comentarios:

Johanna Perez Vasquez dijo...

Que te urja todo con mucha frecuencia, porque cuando escribes así nos sanas un poco a todos, por ejemplo con frases como esta: El problema con pensar es que pensamos que pensando lo entederemos todo.

Lolo dijo...

Totalmente de acuerdo contigo, Johanna, con esa misma frase me quedé yo, genial G, como tú! Sds!