Pero nada

Habría que aprender a quedarnos sin temor de cansarnos. Habría que aprender a irnos sin temor de ausentarnos. Habría que aprender a estar aún cuando la puerta esté abierta de par en par. Habría que aprender a ser aunque no sepamos por qués. Habría que aprender a hablar de lo que sentimos sin arrebatarnos el amor al primer error. Habría que aprender a equivocarnos sin la sensación de caminar sobre un campo minado. Habría que aprender a callar sin sentir que el silencio nos pertenece. Habría que aprender a gritar sin adueñarnos de la voz. Habría que aprender a acompañarnos en las subidas, en las bajadas, en las entradas y en las salidas... de emergencia. Habría que aprender a vivir en paz sin estar esperando la próxima declaración de guerra. Habría que aprender a hacer fiestas en las trincheras. Habría que aprender a dolernos sin herirnos. Habría que aprender a bailar sin temor a resbalar. Habría que aprender a reírnos sin dejar de abrazarnos. Habría que aprender a creer en el futuro aunque siempre esté llegando y nunca acabe de estar completamente  aquí.

Habría que aprender a amar como el mar: que no toma vacaciones, que va y viene, que cambia de color, de profundidad, de olor y de rostro. Que se nubla, que se estrella y que se sana, que refleja el cielo, se sostiene en la arena y no se va. Y no se va. Para quien amanece cada día junto a la playa, el mar deja de ser un milagro. Y qué pena.

- ¿Pero?
- Pero nada, carajo. ¡Pero NADA!

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