Un pequeño malentendido

No caben dentro y salen por los ojos. Explotan, escapan, huyen de algún lugar peor. Tampoco caben fuera y las secamos con las manos apenas aparecen. Parpadeamos de más con tal de que regresen a ese sitio de donde están escurriendo. Nunca deseadas, nunca, nunca. Las escondemos de nuestro rostro cual cicatrices de accidente fatal. Bajamos la cara, nos aclaramos la garganta, tomamos agua y fingimos que no está pasando nada... o que lo que pasa, pasará. No nos caben, no sabemos cómo caber con ellas, somos tantos. Tragamos saliva, volteamos la cabeza y nos tapamos los ojos. Nos convulsionan e incomodan; enrojecemos. Nos evidencian, ¡somos frágiles, maldita sea, lloramos! Nos encogemos de hombros, de cuerpo y vida. Empequeñecemos. Nos deshidratan el alma, por la razón que sea. Nos avergüenzan, nos vulneran y revelan. ¿Por qué preferimos llorar solos? Porque si algo ha de caber, entre menos seamos, mejor; porque una lágrima nunca viene sola. Para llorar, yo me escondo de ti y tú de mí porque las lágrimas no caben entre nosotros, somos demasiados. Y todos hacemos como si no lloráramos... como si no hubiéramos llorado nunca. Porque pasa algo: simplemente somos nosotros los que no cabemos en este mundo al llorar. Somos nosotros. No ellas. Lo hemos malentendido.

No hay comentarios: