En el parabrisas

El lunes por la mañana, después de haber pasado 45 minutos rondando la zona en busca de un lugar para estacionarme, por fin encontré un pequeño -y bendito- espacio debajo de una jacaranda. Me bajé, caminé 20 minutos hacia mi lugar de trabajo y salí después de 10 horas a caminar los 20 minutos correspondientes de regreso y reecontrarme con mi camioneta. Estaba completamente bañada de flores moradas desde la llanta de refacción en la parte de atrás, hasta el techo, los estribos y principalmente, en el parabrisas. Todas estaban ahí acumuladas como testigos de que, efectivamente, todo el tiempo que les tomó caer, yo estuve encerrada en un edificio "inteligente" a 19 pisos de altura y respirando aire acondicionado. En fin.

Regresé a casa esa noche. El martes por la mañana tuve una reunión en un hotel, después fui a la oficina, luego a casa de Miguel y finalmente de vuelta a mi departamento a refugiarme en el sofá. Ayer miércoles estuve una 1 hora con 20 minutos en el catastrófico periférico de las mañanas capitalinas, recorriéndolo de sur a norte para llegar al edificio donde trabajo, después fui un ratito en la noche -otra vez y de pasada- a ver a Miguel y luego regresé a mi casa a dormir. Hoy fue un día excepcional: encontré estacionamiento al primer intento, fui a trabajar, luego crucé todo Polanco y luego me pasé no menos de 1 hora tratando de llegar a casa.

He recorrido no menos de 100 kilómetros de esta ciudad en lo que va de la semana y las jacarandas siguen en el parabrisas. He estado no menos de 12 horas arriba del carro y no se han podido volar. No han alcanzado la velocidad suficiente como para despedirse del cristal y acabar tiradas y aplastadas en el asfalto. No he pasado de 40 kms/hr. Meter tercera velocidad es un logro, extraño la cuarta y ya no recuerdo qué se siente meter quinta. Llego a donde voy entre primera y segunda, la mayor parte del frenada en neutral. Temo por el clutch, no tarda en ceder. Y el plástico protector del tapete del conductor, ya se rompió de tanto rozar mi pie que pisa y pisa el freno. Y las jacarandas ahí, intactas. Si no las quito, estoy segura que un día sale un árbol del cofre. Sin duda.

El tráfico en esta ciudad es verdaderamente una pesadilla -con la que no vale la pena pelear-... y las jacarandas aquí no pueden volar.

No hay comentarios: