La casa del árbol

Llegué en taxi a las 9 de la mañana en punto y al primer intento; como si quien me llevaba supiera perfectamente a dónde iba, como si yo misma supiera dónde estaba. Me recibió una puerta de madera de una tonelada y un fuerte abrazo de mirada en paz. Fui la tercera en llegar y supe enseguida que estaba en un lugar más allá de lo especial, mucho más allá de lo real. Entré. Y desde el primer momento me sentí en casa.

Una taza de café y sonrisas sentadas alrededor de una mesa africana. Preguntas cortas de quienes no se conocen pero se reencuentran. Hacia donde volteara había objetos y formas que llamaban mi completa atención. Una vieja máquina de coser, una silla, una escultura, las formas de las ventanas, los pisos de madera, los techos bajos, los libros y demás cosas que ni siquiera tienen nombre y si lo tienen, no lo sé. Jamás había estado en un lugar ni remotamente parecido a ése. Parecía un sueño, la imagen salida de una película alucinógena, orgánica, caricaturesca, multidimensional, pacheca... y hermosa y mágica. Tan compleja y tan simple a la vez, tan llena de significados, de rincones, de secretos para ser contados. Y con una energía tan viva que me tenía las manos hechas cosquilla desde que llegué.

Alguien dijo que íbamos a esperar un rato a ver quién más llegaba que porque la casa escoge quién entra en ella. Sonreí, por dentro y por fuera. Escuchaba las voces de quienes me rodeaban mientras Boo -la divertidísima perrita enana- llegaba a saludarme y la gorda -la gata negra de ojos azules- venía a instalarse en mi regazo para hacerme compañía. Se me enfriaban los pies y se me aceleraba el corazón.

No recuerdo cómo ni cuándo llegaron los demás y pasamos al nivel de abajo, al salón de música. Ese lugar que no necesita ventanas porque está dentro de la tierra. Dejé mis cosas en el piso, escogí una silla y me senté frente a la chimenea pero lejos de ella.

Lo que pasó en las siguientes 12 horas no lo puedo explicar. Ni siquiera lo recuerdo todo y apenas fue ayer. Lo que sigue pasando aún hoy tampoco lo puedo explicar.

Todos reunidos en círculo, como 15 personas y Santiago comenzó a hablar. Hablaba de sistemas creencias, del viejo y del nuevo, de la transición, los mayas, México, Don Lauro, Merlín, Dani y Tisa. De su historia, de los niños, los políticos, la luz; de una chispa, de un despertar, del dosmildoce, la publicidad, la película, la montaña y el mundo imaginario. Del amor, del miedo y los actos de creación. De sincronías y para qués. Hablaba de todos y de nadie en particular, hablaba de él y hablaba del planeta entero. Compartía el corazón y acabamos por compartirlo todos. Movía sus manos con una cadencia que trazaba formas en el vacío y las palabras le salían inconexamente conectadas. Como si supiera de memoria lo que decía y con la certeza absoluta de estar fluyendo sin esquemas. Una energía indescriptible abrazaba el aire lleno de copal.

De pronto, se fue la luz pero llegó la vela con su flama alta y bailarina y la atmósfera se volvió todavía más íntima y acogedora. Debió ser medio día y estábamos a la luz del fuego. El único reloj eran los leños enormes que se quemaban en la chimenea y se convertían en cenizas uno tras otro, hora tras hora. La casa comenzó a cambiar con el pasar del día. La luz que entraba por las ventanas era distinta, el frío de la mañana se había suavizado y las hojas de los árboles afuera tenían otro verde.

Me dio hambre y alguien no tardó en decir que ya era hora de comer, que las quesadillas del bosque habían llegado. Nos pusimos de pie, estiré las piernas y los brazos. Busqué mi teléfono: no tenía señal ni batería. Extraño, lo había cargado por completo una noche antes. Extraño también que no busqué la hora.

Salimos todos al jardín a comer maíz azul hecho tortilla y a respirar una tarde limpia y nueva. La montaña invita al silencio. Nudos en la garganta. De emoción, privilegio y alegría. De bendición. De la paz que da no tener que hacer nada más que estar ahí, existiendo. Los perros, el pasto, el agua, el postre. Intercambié unas palabras con Santiago que siguen dando vueltas por aquí. Un para qué esclarecido. Ni más ni menos.

Entramos de vuelta a la casa y seguimos haciendo nada. Un par de canciones, una flor de loto, un mago y un hasta luego. Un recorrido por la casa, por las dos torres y no sé cuántos niveles. La cocina, el baño, el estudio, la recámara, la otra recámara, arriba, más arriba, de vuelta para abajo, el pasillo y aquél pequeño espacio de meditación que me regaló un mareo. Escaleras, puertitas, espejos, recovecos, fotos, adornos. Una vida entera ahí.

Por si todo lo anterior fuera poco, casi al irnos, me regalaron un libro. Me lo dio Tisa y me lo firmó Santiago. Escribió en la primera hoja en blanco: "Gaby, cuando cambias la forma de hacer las cosas, las cosas cambian de forma. Pando. Casa del árbol, 2011." El libro se llama Llamar Hadas. Me despedí, con lágrimas en los ojos, de Tisa adentro de la casa y de Santiago afuera. Fuertes abrazos que no serán los últimos.

Al salir, nos estaban esperando una espectacular luna llena y unas estrellas que podían tocarse con la punta de los dedos. La luz que emitían nos sirvió a todos para meter en nuestras bolsas toda la emoción, gratitud y honor de haber estado en un lugar así, con seres humanos así, viviendo una experiencia así. Ah, y claro: para alumbrarnos el camino de regreso de la casa del árbol.

4 comentarios:

Lolo dijo...

¿No habrá manera de que me renten un cuartito en esa casa del árbol por unos días? Yo quiero ir...

Anónimo dijo...

Que increíble descripción de un espacio en un lugar y tiempo, se me antojaron las quesadillas para alimentar el cuerpo, y la charla para alimentar mi alma. Deseo algún día poder compartir con ustedes un espacio.

Rafa dijo...

Hola Gaby que tal, linda narración del día en "La casa del árbol" mi hiciste revivir ese día tan especial y mágico, sólo que no te ubico muy bien, mi pareja y yo fuimos el día 20 de febrero y para que nos ubiques mejor fuimos los últimos en llegar a la reunión.

Saludos y un abrazo al corazón.

G dijo...

Yo estuve ahí el sábado 19, un día antes que ustedes. No nos tocó conocernos, Rafa. Saludos.