Hubiera también

Una vieja construcción. Hermosa y seductora casa de fachada exterior y puerta de entrada que no saben hacerle ni tantita justicia. Un ligero pero presente aire clandestino que se respira por todo el lugar y un personaje parecido a un mayordomo que te permite entrar sólo si recibe petición explícita. Unos pasos más allá de la entrada, angostas y rectas escaleras que hicieron retumbar el eco de mis pasos. Fue por las tablas huecas, por la altura de mis zapatos negros o por la firmeza de mis pasos. Después, una especie de recibidor. Al centro, un patio interior. No volteé para arriba para corroborar la existencia de un gran tragaluz -naturalmente, la noche no me invitó a buscar el sol- pero firmaría con mi sangre ahora mismo que ahí está. Ventanas, recovecos, cuartos, tapices, barandales. Robustas columnas sosteniéndolo todo. Piso de cuadros como el tablero de un ajedrez que nunca nos dimos el tiempo de jugar. Sillas y sillones de todos colores, tamaños y texturas. Mesas de cristal a la altura de las rodillas, al menos de las mías. Cargadas ligeramente a la izquierda, las que un día fueron unas elegantes escaleras enrolladas que descienden perezosas desde el segundo piso. Como una gordísima serpiente que no puede moverse... pero que sabe que sabes que quiere matarte.

En la planta alta, sobre el pasillo de la izquierda y en la primera puerta también de la izquierda. Antes del baño. La recámara con persianas horizontales, vista a la calle y olor a madera. Los muebles parecían haber estado esperándonos: brillaron y se desempolvaron por magia apenas entramos. La chimenea, vieja como la guerra, te pasó desapercibida. La manija de esa puerta se me imprimió en los parasiempres, pero tampoco la pudiste ver.

De haber sido otras las circunstancias*, hubiera prendido tres velas. Hubiera pretendido que no había gente del otro lado del muro ni mundo al cual regresar. Hubiera hecho de la música un cómplice refugio y nos hubiera abrigado con ella a ambos. Hubiera llevado tus manos a mi cintura y las mías a tu cuello y te hubiera exigido silencio con un beso intempestivo y casi violento que hubiera dejado mi boca irritada por tu barba sin rasurar. Hubiera también...

Ahí. De pie. Los dos. Diciendo estupideces que hoy en mi cabeza suenan como lo que dice quien mete la boca dentro de un vaso de plástico y comienza a tartamudear en hebreo. No decido si es mejor o peor que no pueda recordar qué tanto decíamos. En fin. Nos fuimos. Bajamos por la espalda del reptil abandonando el lugar sin siquiera mirar atrás, sin siquiera volver jamás.

Tú con todas tus malditas prisas y yo con todas mis benditas ideas.

Orizaba 76,
entre Colima y Durango.
Colonia Roma Norte,
Delegación Cuauhtémoc.
Código Postal 06700
México, Distrito Federal.
¿Dónde carajos más?

Notas al pie:
*Por circunstancias me refiero a compañía.
**El ala Sur del recinto permanece hasta la fecha inexplorada.

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