Mía

El sábado en la noche lloré y no entendí porqué hasta hace unos 10 minutos... y ya es miércoles en la tarde.

Estaba allá, en casa de mis papás, y como era el último día que estaríamos los 5 juntos, mi mamá propuso una plática familiar, de ésas que le gustan tanto. De poner en común que esperamos, que queremos, que estamos haciendo y cómo. En general, compartir dónde está cada quién en su camino de vida y de ser iguales los 5, sin los roles de papá, mamá, hermana mayor, hermana del medio y hermana menor.

Hablaron todos y yo fui la última. En cuanto empecé a hablar, la voz se me cortaba. No entendía porqué, no estaba triste, no había razón aparente. Me hice la fuerte porque lo sé hacer muy bien y más o menos dije lo siguiente: que había sido un año incómodo, de grandes lecciones, de un difícil cambio de rumbo. Que no creo que la gente crezca sólo porque pasa el tiempo, la gente envejece, eso sí, pero sólo unos pocos logran crecer, evolucionar. Que quiero ser de esos pocos, que no puedo evitar vivir tan intensamente, que ésa soy yo y que no lo quiero hacer de otra manera. Que tengo un gran proyecto de trabajo en puerta y que lo estoy esperando con toda el alma. Que me encanta estudiar y nimodo, lo haré de por vida, que cada cosa que aprendo me hace querer saber más. Que había disfrutado muchísimo el tiempo de vacaciones con ellos, que había fluído, que había descansado y que me sentía renovada.

Volteé a ver a mis papás, que estaban sentados juntos en el sillón y les dije de frente y como si lo hubiera tenido preparado: gracias por haberme educado en la libertad, por haberme dicho siempre que mi vida es mía y por dejarme vivirla, hasta el día de hoy, como yo he creído. Creo que ese es el regalo más grande que me podían dar y gracias por dármelo. Es la mejor herencia que jamás tendré. Me he construído una forma de ser, de vivir y un sistema de creencias que yo inventé para mí. Me enseñaron a no comprar automáticamente lo pre-establecido y a cuestionar... aunque terminara cuestionándolos a ustedes. El día en que me di cuenta que era cierto que yo tenía mi vida en mis manos y que podía hacer lo que quisiera con ella tuve mucho, mucho miedo. El día que entendí que absolutamente nadie en este planeta había transitado por mi mismo camino tuve mucho, mucho miedo. Tuve ganas de no equivocarme nunca y de conocerlo todo antes de hacer una elección. Y ninguna de las dos cosas se puede. No quiero desperdiciar nada. Ser una mujer más grande a cada respiro. Tengo mucho trabajo porque continuamente tengo que crear mi vida, hacerla mía, mía... No pude decir un tercer "mía" porque el llanto me ganó... y a todos. No entendía porqué lloraba, pero lloraba(mos) y mucho.

Cuando mi hermana pudo hablar, me preguntó porqué lloraba y lo único que pude decirle fue: "porque estoy exhausta"... y seguí llorando. Empezaron como en cascada a caerme palabras hermosas y me di cuenta que esas personas jamás han permitido ni van a permitir que se me olvide quién soy.

Hace unos minutos y sin buscarlo, acabo de comprender que lloraba de miedo. Lloraba porque tengo mucho miedo de que lo que estoy creyendo y creando no sea verdad y todo se me derrumbe. Supongo que es parte de ser un ser humano que se muere por vivir y por sacarle hasta la última gota de jugo a esta vida deliciosa.

Hoy me da más miedo y me parece mucho más vacío no tener nada que creer. Y afortunadamente, no es mi caso. Lo que sí, es que ya no quiero tener miedo. No sirve tanto miedo: pesa demasiado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por tus palabras nunca como hoy me sentí tan identificada, en el alma, en el genero,en la compañia, en el sentimiento y por supuesto en el miedo
no se como llegue hasta este tu espacio y espero poder encontrar mas concordancias

G dijo...

Gracias a ti por leer. Bienvenida.