Esta tarde de domingo

Este no es un momento de esos que marcan la vida. No acabo de recibir una gran noticia que cambiará mi camino. No es el día en el que intuí mi destino. No abrí un gran recuerdo. Nadie me llamó por teléfono para decirme para qué diablos estoy aquí. No encontré al "amor-de-mi-vida" hoy ni me enamoré perdidamente en su mirada. Nadie se casa, nadie nació, nadie murió... nadie mío al menos. Ninguna epifanía, ninguna revelación del gran sentido y misión, si los hay; ningún nuevo sueño, sólo los mismos de siempre: los míos.

Estoy en calcetines sentada en el piso de mi departamento, sola. Llevando nada más que una piyama que ya ni siquiera me pide que la lave. Una hermosa tarde de domingo en la que un tibio sol entra por la ventana y no encuentra la barrera de las cortinas porque no hay tales. Entra desde allá y aterriza en mi rostro acariciándolo con esa ternura que sólo él puede regalar. Me pregunto cómo puede viajar tan rápido y encontrarme sin lastimarme. Me encandila un poco pero no me voy a mover. Mis manos están frías y tiemblan un poco por ayer. Después de tres tazas de café y un memorable desayuno, no tengo absolutamente nada que hacer. Juego con mi cabello y subo los pies. La televisión está apagada y las pantuflas fueron desdeñadas por ahí. Ni siquiera estoy escuchando música, cosa rara. Pero tampoco hay silencio porque las palabras que me están brotando me inundan, vienen todas de visita y hacen una fiesta aquí. Me encantan. Y celebramos juntas: ellas y yo. Con el lugar lleno de humo de tabaco, el tapete lleno de ceniza y de ayer. El pecho lleno de vida y una pequeña sonrisa, de esas cómplices: casi imperceptible, genuina, profunda. Es apenas la comisura izquierda de mis labios la que insiste en sonreír, yo no me resisto y no hay nadie aquí para constatarlo.

Esta tarde de domingo se presta para la paz. Esta tarde de domingo se presta para, una vez más, hacer lo que me de mi gana. Esta tarde de domingo se presta para sentirme -¿cuál será la palabra exacta?- profundamente, estúpidamente, absurdamente, deliciosamente, desesperadamente, insoportablemente, intensamente viva. V-i-v-a. Si la felicidad existe y podemos alcanzarla, creo que se parece bastante a esto. A estas pequeñas tonterías no anunciadas que de pronto nos golpean y nos avisan que sí... que tal vez sí ¿y por qué demonios no? somos felices... aunque sea por un ratito.

Pensándolo bien, quizá éste sí sea un momento de esos que marcan la vida. Después de todo, sólo pocas veces sabemos qué es lo que nos va marcando y aún menos veces, nosotros lo escogemos. Ahora yo escojo este momento para que me marque. Porque es un gran momento.

De pronto, me dieron unas ganas terribles de bañarme y salir a caminar. Vuelvo.

No hay comentarios: