Amanecer despacio

Despertar.
Ser conciente de las sábanas que me abrazan.
Las temperaturas.
Las sensaciones.
Abrir los ojos... tranquila.
Reloj.
Reacomodar la almohada y la cabeza.
Regresar a ese lugar donde estoy y no.
Dejarme llevar y unos momentos después,
volver a volver...

Reloj.
¿Cuánto me fui?
Recibir el azul que se mete por la ventana.
Jugar a adivinar el clima: ¿frío, humedad, calor?
Intentar descifrar ese sonido a lo lejos.
¿Será un pájaro?

De pronto, recuerdo quién soy y que día es.
¿Qué hay que hacer hoy?
"Ah, sí... levantarme."
Una honda inspiración.
Reloj.
Si no quiero correr, tengo unos minutos más.

Cambio de postura.
Me cubro los ojos, la frente, la boca...
sólo para confirmar que siguen ahí.
Todo en orden.
"No te dejes vencer por la confianza,
por la flojera,
por la comodidad,
por el cansancio,
ya no duermas... no cierres los ojos".
¡Qué ojos tan pesados tengo!

Estiro las piernas, la espalda, los brazos.
Algo tronó, creo que fue un tobillo.
Lanzo un suspiro, un quejido,
un "¡aaah!" que nadie escucha.
Reúno valor y, de un golpe, estoy sentada.
Rasco mi cabeza, termino de alborotar mi cabello.
Un pie descalzo, el otro no.
Perdí un calcetín.
Soy inquieta hasta para dormir.
Reloj.
¡De pie, de pie, de pie!
¡Vamos, tú puedes!

Arrastrando los pies y el alma
hasta ponerlos debajo del chorro de agua caliente.
Ojos cerrados, se moja el cabello
y llevo las manos a la cabeza.

Buenos días.

(Odio perderme esto.
Quedarme dormida y tener que brincar,
asustada, desconcertada, acelerada.
¡Es violencia!
Es ser abofeteada por un día que no ha llegado para mí.
Debería despertar 5 minutos antes para vivirlo diario...
¡debería! pero
¿a quién quiero engañar?)

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