Las luchas frustradas

Ayer me puse muy borracha. Llegué a mi departamento a las 4:10 de la mañana sólo para ver el reloj y no poder creerlo. De verdad, pensé que era mucho más temprano. Comenzamos a beber alrededor de las 8 de la noche. 8 horas: toda una jornada. Íbamos, según esto, a darnos un baño de pueblo: ver un folclórico espéctaculo de lucha libre (yo iba a perder mi virginidad -en ese aspecto-). Estaba lista para mi primera vez en las luchas pero las intenciones se frustraron cuando encontramos la arena cerrada, apagada y vacía.

Entonces decidimos ir a un bar cercano para ahogar nuestra tristeza y no desperdiciar la oportunidad de estar. Todo iba bien con la cerveza, aprovechábamos felices el 2x1 hasta que apareció el tequila. Creo que eran dobles, estaban muy grandes esos caballitos. Y tequila blanco, como si se me fuera a olvidar que vivo en Guadalajara, carajo. Agradezco a Dios internamente que no tuvieron mezcal.

Jugamos dominó porque no tenían baraja. No gané ni perdí porque al final del juego yo sólo tenía esa fichita graciosa a la que más le valdría no existir: la mula de nada. No cabe duda que más vale pedir perdón que pedir permiso: cuando preguntamos al mesero si se podía fumar en la mesa, nos dijo que no. Que si volver a empezar, que si no... que si eres la misma, que si no... que si no lo haces ahora, ya no lo hiciste nunca. Guacamole con chipotle, cosa rara pero rica. Después de tener que ir al baño y a la calle para poder fumar, decidí que era momento de una pequeña apuesta: el cubilete. Si ganaba, el mesero nos dejaba fumar en una mesa cerca de la ventana. Si perdía, no podía fumar ni en el baño, ni en la calle, ni en ningún lugar. Y una borrachera de ese tamaño sin fumar era en definitiva un coitus interruptus insoportable. Todo o nada. Lo valía. 5 dados, full de reinas con ochos. Dije la verdad, no me creyó, gané, trato cerrado con mano y fumamos.

Disfruté mi borrachera. Creí que me la merecía y entonces me la puse y bien puesta. Disfruté la plática, la noticia, la decisión, la confesión, las carcajadas y las "coincidencias". Hacer a un lado al par de hombres que nos acompañaban y buscar el espacio, aunque fuera, para mi diversión personal, en el baño de mujeres. Irremediable plática femenina. Disfruté hasta lo incómodo de morder naranjas con chile piquín y tener que vivir con la paranoia de tener algo entre los dientes. Los temas espinosos que hablamos. La confianza. La apertura. Qué mas daba, ahí estábamos. La idea sobre la mesa de trabajar juntas alguna vez. Somos bastante parecidas en realidad. En algún momento, llegué a preguntarme qué tanto podrían tener en común un veterinario de 21 años y un publicista de 36 que en su vida se habían visto. Pues para mi sorpresa nunca se les terminó la conversación. Apuesto a que hablaron desde perros hasta... perras. Cada quien lo suyo.

Las niñas invitamos y nos regresamos a una mesa los 4. Dejó de ser tan divertido cuando se me entumeció la sonrisa, señal inequívoca de que estoy francamente mal. Además, había comido muy poco en el día y el tequila se fue por la libre sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Flojita y cooperando, eso sí lo cumplí. Todavía no sé si nos despedimos ahí o después. En tierra de ciegos el tuerto es rey: cambio de conductor. Tengo borroso el recuerdo de la mitad del camino, quizá me dormí. De la otra mitad me acuerdo bien: cuando me subí al carro, me tardé en cerrar la puerta porque por un momento, pensé que iba a vomitar y me dio mucha risa. Gracias al cielo, no vomité: odio vomitar. Un buen martes 5 de enero en la madrugada, borrachísimos, muriendo de frío y de sueño afuera de mi departamento, hablábamos del gran año que estaba comenzando. Entré a casa, fui tirando la ropa en mi recorrido y me dormí.

Obviamente y como era de esperarse, desperté terriblemente cruda, o bueno: creo que aún borracha. "Voy tarde, no me siento muy bien" fueron las palabras a mi jefe. Cinismo sí, mentira no. Dormí otro rato. Cuando volví a despertar, encontré en mi bolsa el voucher firmado por más de 500 pesos que tenía que haberse quedado el mesero, no yo. Todavía no sé si me hicieron el cargo en la tarjeta o si me regalaron la experiencia. Dudo lo segundo, ya me enteraré. Un par de aspirinas, casi un litro de agua y un buen baño con agua calientísima. Llegué tarde a trabajar con un pretexto muy barato pero bastaba con verme la cara para creer que sí estaba enferma.

A pesar del dolor de cabeza, el asco, la temblorina de manos y la sed, ha sido un buen miércoles y ayer indudablemente fue un buen martes, en el que las luchas frustradas nos llevaron a una cantina donde la perdición nos acorraló entre 4 vicios: el juego, el alcohol, el humo de tabaco y las palabras honestas. ¡Salud... por las que faltan! Las 2 de 3 caídas, pueden seguir esperando.

2 comentarios:

Abril dijo...

Te faltó la parte del hot dog y mi aferre por ponerles una canción de PULP que nunca apareció en mi IPOD, o más bien la borrachera no me dejó encontrar la ¨P¨ en la lista...
Admirable oiga su capacidad de síntesis y la cronología exacta del evento... claro con la lagunilla después de que le da a uno ¨el aire¨pues...
Ah! cabe mencionar de nuevo a cuenta a Cristian, el preocupado mesero que hasta al mismísimo baño de mujeres nos fue a buscar...
No sabía que justo ahí se estaban conociendo 2 grandes personalidades... de esta vida... y de una radio.
ka.

G dijo...

Ka, por más que forcé a mi memoria, no encontré en ella ningún hot dog. Es más, no sé si hablas de comida o de música... pa' acabar pronto (espero que de comida). Pero con todo y todo, no tengo idea, por eso no escribí de él. Al final, la lagunilla fue lagunón. Pero sí recuerdo bien la parte del ipod y casi todo lo demás, lo cual, ya es ganancia.

Qué buena estuvo y qué gusto. Cristian no sabía pero nosotras sí. Sos grande. Abrazo.