sábado-en-la-tarde

El sábado en la tarde huí de casa tratando de escapar de mis pensamientos. Tantas horas de soledad y aburrimiento terminan por confrontar a cualquiera. Llegué a un parque enorme abarrotado de los personajes de un cuento preciosista que jamás escribiré. Columpios, papalotes, pelotas, bicicletas. Mantas en el pasto. Familias completas. El día hermoso. Todo estaba ahí. Hasta el olor a carbón me hizo voltear y encontrar con mi nariz los restos sobre un asador de lo que un par de horas antes debió ser un festín. Pensé: "malditas vacaciones, váyanse a casa todos. Vean tele, duerman, limpien, critiquen a la vecina; déjenme el parque, yo sí necesito escapar". En fin. Pese a mi hostilidad mental, nadie se inmutó. Contra toda posibilidad, encontré un rincón más o menos solitario debajo de una sólida y fresca sombra. Supe que era mi lugar. Exploré buscando hormigas y me complació no encontrarlas, me senté. Me traté de recargar en el árbol pero su tronco le hizo saber a mi espalda que no era bienvenida. Y me quedé ahí. Escuchaba el bullicio, los juegos, los gritos; y si ponía un poco más de atención y aislaba el sábado-en-la-tarde de esta gente, podía percibir algunos pájaros quién sabe dónde en las alturas. Observé a muchas personas desde mi cómoda distancia. Imaginé sus historias, su cotidianidad y sus cicatrices. Hasta bauticé imaginariamente a sus mascotas. El aire estaba delicioso. Abrí un libro que sólo quería convencerme de que el amor eterno sí existe. El libro tiene un buen título, eso sí es cierto. De pronto, lo supe, mis pensamientos me alcanzaron. No sé cómo me encontraron pero fue inevitable, tuve que dejar de leer. Ni siquiera peleé, me supe descubierta y me resigné. Bajé el libro y decidí escuchar música. Escogí una canción que jamás me había hecho llorar y cuando menos pensé, ya estaba limpiando con mis manos mis rojísimos cachetes y refugiando a los culpables detrás de mis lentes de sol. Por un momento, se desenfocó mi visión a causa del exceso de agua. Decidí que, aunque no estaba en lo absoluto en mis planes, iba a llorar hasta que fuera necesario. Estaba atardeciendo cuando paré. Ni siquiera tuve que hacer grandes esfuerzos, las lágrimas corrían solas. Dejé la música por la paz y saqué de mi bolsa una pluma y una hoja en blanco para escribir lo siguiente:

"Me siento como una guerrera en plena batalla: alerta, asustada, llena de vital adrenalina, enojada, alterada, excitada, provocada, inquieta, confundida, con un grito de guerra en la garganta, desconfiada, sucia, exhausta... Y no me queda claro nada. ¿Qué estoy peleando? ¿por qué, para qué, para quién? ¿vale la pena? ¿qué se gana o se pierde... qué es lo que está en juego? ¿y contra quién? sobretodo eso: contra quién."

Guardé la hoja y la pluma, fumé, tuve un poco de frío y me quedé un rato más... ahí.

El sábado en la tarde huí de casa tratando de escapar de mis pensamientos. Evidentemente fracasé y regresé. Abrí la puerta de mi casa y entramos.

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