No cualquier mochila

Tengo una mochila viajera. Una como hay tantas pero para mí es la más bonita de todas, la única que existe. Es azul con gris, de forma alargada y tiene un montón de correas: en los hombros, en la cintura y de cada lado. Cambia de tamaño y se ajusta dependiendo de la situación; sus cierres no tienen problemas para ceder ni para guardarse. Es muy practica: se abre por arriba y por abajo y tiene seguros. Sus elásticos han sostenido desde botellas con agua, hasta pinturas renacentistas y calcetines mojados. Tiene capacidad de aproximadamente 18 kilos. Yo le he puesto hasta 14 ó 15 porque a la que le falta capacidad de cargar más es a mí (aunque esa esponja que tiene para la cintura, es de enorme ayuda para mis hombros). A veces sentí que ella me llevaba a mí y no al revés. El agua no puede entrar en ella y todo lo cuida muy bien. Tiene una pequeña bandera de México cosida en la parte de atrás que me hizo varios amigos. Yo se la cosí. Tiene colgado un candado cuya combinación ya olvidamos las dos. También yo se lo colgué. Es una mochila muy inteligente, todo en ella tiene su razón de ser, es una excelente compañera de viaje y casi no se sabe ensuciar ni maltratar. Protegió la copia de mi pasaporte en los peores momentos y transportó todo lo mío por meses. Es una mochila viajera que ha estado en varios países. Ha viajado por cielo, mar y tierra pero ha estado guardada por un largo tiempo ya. A lo único que le tiene miedo es al abandono. Creo que está un poco triste últimamente. Ayer por la noche la vi y con su mirada pícara, me susurró: "vámonos al sur". Y yo, con una sonrisilla, le guiñé un ojo. Ésta no es cualquier mochila, es la mejor del mundo, la mía.

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