Otro adiós

Yo no sé dónde viven los adioses pero sé que los que me salen de dentro nunca llegan por sorpresa. Antes de que uno se me salga por la boca ya se había instalado en mi pecho, en mi vientre, en las puntas de mis manos y en las plantas de mis pies que ya se van a caminar otros caminos. Ya habitaba esta sangre y se salía por estos poros. Adioses mala hierba, adioses otoño, adioses polvo que se acumulan de a poco hasta que revientan y se escurren. Antes de que uno me salga por la boca, ya olía -yo toda- a puro adiós.

Sé este adiós porque ya no soporto la voz de esta mujer, ya no soporto el color de la alfombra ni los números rojos de ese reloj que nomás no quiere despertar, ¿y para qué iba a hacerlo? Ya no soporto las corbatas, los portafolios gastados y las pláticas de elevador. La tristeza del edificio, la oscuridad del sótano, el olor del jabón del baño. Ya no la voz del policía ni al sol mudándose al siguiente adoquín cuando son las cinco y media de la tarde. No soporto los reflejos en los pisos, las ventanas y las pantallas. El olor del café y el sabor del agua.

Me tengo que ir de aquí cuanto antes porque tengo un adiós escurrido y una mirada que ya no le quiere mirar los ojos. Adiós.

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