De otra naturaleza

No podemos ver el sol. No sin llenarnos la mirada de lágrimas y los ojos de ceguera y dolor. No sin saber que no estamos hechos para eso y recordar sin remedio que somos frágiles y mortales. ¡No podemos! Cosa que a nadie parece incomodarle, por cierto. Hecho que tampoco me extraña, dicho sea de paso.

¿Quién pondría en el cielo una estrella incandescente, flotante, dadora de calor y vida y luego nos encajaría a medio rostro unos ojos incapaces de voltearla a ver? ¿Qué clase de dios se burlaría de nosotros así? Uno muy inteligente, tal vez; o con mucha imaginación: uno que prefiere que veamos las sombras.

A ti te estoy hablando, figurilla escurridiza. Te pediría que vinieras pero, ¿para qué? Aquí estás pegada. ¿No te hartas? Dime la verdad. ¿Qué sientes? ¿Me odias? ¡Claro, no puedes responder! Por un momento lo olvidé. Qué patética vida la tuya. Lo sabes, ¿verdad? Siluetita irritante y dependiente, incondicional hasta el hartazgo... hasta el mío, por supuesto; el tuyo no sabe llegar. Quisiera que crecieras y te inflaras. Quisiera verte hacia arriba, furiosa, fuera de ti. Que te volvieras tres veces más alta que yo y que decidieras algo por sola una vez en tu ridícula vida. Que me tomaras de la cara con mis propias manos y que, apretando mis dientes, me explicaras cómo es vivir cosida a mí. Que me dijeras cómo es no saber ir y venir, cómo es no tener voluntad propia, cómo es no hacer nada que yo no quiera. Te escucharía sonriendo. Y quisiera que después, me empujaras con tanta fuerza que me hicieras caer al suelo y acabar ahí, con los codos raspados y la dignidad sangrando. Así como te sientes atada a mí, así me siento asqueada yo de ti, créeme. Esclava domesticada de quinta. ¿Quién te lo pidió? ¿A quién te vendiste? ¡¿Quién te creó, maldita sea?! No te creó lo mismo que a mí, tú y yo no somos iguales. 

Tendrás que pertenecerme, imitarme y seguirme. Mi último día será el tuyo también. Jamás te podrás rebelar, jamás serás dueña de nada -ni de ti-. Jamás sabrás lo que es saltar, correr, bailar, esconderte... si no es conmigo. Ni siquiera alcanzarás a comprender mis palabras porque no tienes referencia de la autonomía, no existe en ti. Te digo "independencia" y no te significa nada. Te digo "libertad" y te quedas muda. ¿Qué estarás pagando? ¿Qué habrás hecho? Si te dejara sola, morirías. Me encantaría que te fueras, amanecer sin ti, paradoja inútil. ¿O no te parece paradójico que existas gracias a una luz? ¿Que existas sólo en función de algo más? A mí sí, mucho. Es más, contigo ni voy a pelear porque no te puedes defender, no te puedes ir a ningún lado. Bueno fuera.

¿Qué quieres ser cuando seas grande, infeliz? Y ni me salgas con que quieres ser la de un árbol hermoso o la de un pájaro libre porque te juro que apago todo y te borro ahora mismo. Si tuvieras un poquito de iniciativa te invitaría un tequila. O diez. Y te llevaría a la cama; amaneceríamos juntas y enredadas. ¿Pero qué caso tiene el tequila si así será de cualquier forma?

No te necesito, no te quiero. Me arde el alma de saber que no somos iguales, de sospechar que ti te creó alguien más. Debieron crearte los demonios. Ellos fueron, ¿cierto? Unos demonios maravillosos, eternos, sublimes. Unos seductores, llenos de música, de sexo y de excesos. Despiadados, perspicaces, sarcásticos, divertidísimos. De otra bendita naturaleza. Como anguilas gigantes, hechiceras y fascinantes. ¡Unos demonios genios! Te hablaría de la envidia pero no lo haré. Me arde el alma porque a ti te crearon los demonios y a mí me creó sólo un dios con mucha, mucha imaginación que únicamente atinó a encajarme a medio rostro unos ojos incapaces de ver el sol y forzados a vivir contigo.

No hay comentarios: