Muérete de miedo

Muérete de miedo, me dijo.
Y yo 
-que sí entendí- 
obedecí al instante.

Pero como la rebeldía obedece a medias
y el miedo no sirve para morir,
sí morí 
pero fue de dolor.

Escapó tan rápido de sus labios la orden
que olvidó todo:
olvidó que los muertos no sienten,
no hablan, no se desnudan,
no escriben, no responden.

Los muertos no beben mezcal 
ni fuman en las ventanas.
No sonríen ni leen.
No tienen ojeras ni café.

Olvidó -ni más ni menos- 
que los muertos no viven.
Llegó temprano
el demasiado tarde.

Muérete de miedo, me dijo.
Y como los muertos son muertos
y muertos están,
no me volvió a ver jamás.

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