Ocho de la noche en punto

No recuerdo haber tenido muchas opiniones de niña. Bastante dócil es lo que fui. Que había que comerse el brócoli, que había que lavarse los dientes, que ya no era hora de ver televisión. Muy bien, estaba todo bien: yo obedecía sin más. Cuando tenía cinco años y mi madre me pedía bañarme o que me subiera al carro para ir al ballet, yo lo hacía; punto. ¿O acaso tenía la opción de decir que no? No me enteraron. El mundo simplemente estaba dado y yo era parte de él. El mundo danzaba y no me cruzaba por la mente meterle el pie. Luego, vinieron los años, las libertades y las rebeldías. Luego aprendí a decir que no y aprendí a decir yo creo. Luego también, llegaron mis hermanas. ¿Qué estará haciendo aquella docilidad? ¿Todavía se irá a dormir a las ocho de la noche en punto?

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