Somos casas

Llego a tu casa y me pides que pase. Nos sentamos en la sala. Me muestras tu colección de objetos, algunas fotografías, escuchamos música. Me fijo en la mesa de centro, en el tapete y la lámpara. Me cuentas la historia de ese cuadro que tienes colgado en la pared y de lo que planeas hacer con ese mueble viejo que está en el rincón; que lo quieres retapizar, dices. ¡Cuánto ha crecido esta planta hermosa! Te acompaño a la cocina y, mientras nos sirves algo de tomar, me pides que saque unos limones del refrigerador. (Qué lugar tan íntimo el refrigerador). Después, me muestras el nuevo color del que pintaste la pared en tu recámara y ahí están tus almohadas, conteniéndote tantos sueños. ¡La vista que tienes desde tu ventana! Si has bebido, es posible hasta que abras el cajón donde guardas los calcetines y me muestras aquellos que están agujerados... jugueteando meterás tu mano en el calcetín y sacarás los deditos por los orificios por los que han pasado el tiempo y los pasos. Qué bonito edredón, ¿dónde compraste ese espejo? Entro al baño para lavarme las manos y ahí están tu cepillo de dientes, la toalla con la que te secas el cuerpo todas las mañanas y el piso de la regadera. "Vamos al jardín que quiero mostrarte algo..." Y recorro tu casa como si fuera la mía. He estado ahí tantas veces por tantos años que me parece un espacio propio.

Depende de la casa y su estructura pero en todas hay un ático, una bodega, un sótano. Un cuartito, aunque sea un cajón. Ese lugar en el que vamos guardando aquello que nos va parece inútil, feo, vergonzoso. Lo descompuesto, lo pasado de moda, lo roto, lo sucio. Lo que no sabemos dónde poner, lo que ya no va, lo que no queremos que nadie más vea ni conozca. Lo que queremos olvidar, lo que escondemos. Al ático. Y no hablemos jamás de eso.

Y se va llenando de objetos de todos tamaños, colores e historias. Rincones que se van empolvando, que -mientras abrigan un húmedo olor a guardado- se van volviendo cada vez más oscuros y son habitados sólo por las pequeñas arañas que van tejiendo sus hilos en las esquinas del techo. Ni quien las moleste. Años que no se abre una ventana, años que no entran ni el aire ni la luz del sol. Los que me gustan menos son lo que, aunque están a la vista de todos y ocupan casi un lugar central en la casa, tienen cadenas y candados en la cerradura. Ésos que tienen la puerta trabada, oxidada, casi podrida; con dos o tres cerrojos de alta seguridad. 

Somos casas. Todos tenemos rincones empolvados. La cosa es no fingir que el ático no existe. 

¿Saben qué extraño de la adolescencia? Las confesiones.
Esto de crecer, se va llenando cada vez más de lo no-dicho.
@nereisima


El problema es que prestamos muy poca atención
a las cosas que no se dicen.
@SrTijeras

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