Achilangarse

Achilangarse es aprender a voltear hacia atrás cada media cuadra cuando voy caminando por alguna acera. Es andar sin suéter, chamarra ni frío... a 11 grados centígrados. Es que me dejen de arder los ojos y la nariz por la maldita contaminación. Es decirle "provincia" a casa. Es decir "está aquí en corto... a 45 minutos". Es pedir quesadillas de queso y preguntar -no de qué- sino de qué color son las tortillas. Es acceder a posibilidades que nunca había soñado. Es que me choque un microbús en Marina Nacional y mejor irme con el golpe para ahorrarme la bronca con el conductor. Es que me choque un taxi en Mariano Escobedo y que se vaya con el golpe para ahorrarse la bronca conmigo. ¡Es chocar! Es aprender a reciclar todos los eufemismos y olvidar cómo era ir al grano para que nadie se ofenda. Es que me roben la llanta de refacción de mi camioneta y decir "bueno, al menos no se llevaron todo el carro". Es pasar caminando 19 puestos ambulantes antes de poder entrar por la puerta de la oficina. Es acostumbarme a los porteros, a los guardias, a los elevadores, a las pensiones y a los parquímetros. Es olvidar qué se siente vivir en una planta baja y estacionarse en la puerta. Es, por fin, saber cuál es Río Churubusco. Es que me digan "güerita" y voltear. Es que se vuelva cotidiano hacer una pregunta y que te contesten otra cosa. Es ir a un centro comercial, a un museo y al teatro el mismo día. Es ver la Sinfónica del Politécnico en Bellas Artes en un evento gratuito un domingo en la tarde. Es caminar como nunca había caminado en mi vida. Es andar por Paseo de la Reforma, comprar un jugo de naranja afuera del Auditorio Nacional y decir "¡qué hermoso pinche país!" Es decirle que no a los limpiaparabrisas 37 veces antes de llegar a donde voy. Es sentirme más mexicana que nunca. Es dejarme crecer el cinismo, la desconfianza, la agresividad y la diplomacia. Es acostumbrarme sin hacerlo a la suciedad, a los tumultos y a la invasión del espacio vital. Es vivir cansada y aturdida. Es vivir fascinada e inspirada. Es tener la constante sensación de que estoy parada exactamente en el lugar donde están sucediendo las cosas. Es gastarme los ojos en los espejos retrovisores. Es que todos y cada uno de los sábados de mi vida, me despierte alguien vendiendo algo en la calle: el gas, el pan, el agua, los tamales, la nieve, los productos de limpieza, lo que sea. Es sentir una profunda deuda social y unas ganas irresistibles de hacer "algo". Es llenarme olores la vida. Es tener tanto cuidado de lo que digo que a veces termino olvidando qué carajos estaba diciendo. Es olvidarme de los parques, el pasto, el mar, la tierra, el olor a lluvia. Es empaparme de política y economía y comenzar a entenderlas. Es acostumbrarme -sin dejarme de sorprender- al mundo de contrastes, de revolturas, de choques, de opuestos conviviendo; la refaccionaria, al lado del museo, al lado del abarrotes, al lado del puesto de flores, al lado de la entrada del metro, al lado del puesto de tacos; al barrio a la vuelta de Saks Fifth Avenue; al Vocho atrás del BMW, atrás del taxi, atrás de la moto, atrás de mí. Es temerle profundamente a esos cabrones de las combis verdes. Es entender que las cosas no sólo pueden pasar, sino que pasan y me pasan a mí. Sí, sí me estoy achilangando... porque es eso o morir. Achilangarse es vivir en la jungla, en esta jungla.

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