Cenicienta

Tal vez fue el sol alumbrándolo todo con desgano -como por obligación y volteando para otro lado-, tal vez fueran el viento o el silencio. Tal vez fue la bicicleta que circulaba en sentido contrario por la calle, la corbata manchada de salsa verde o el automovilista frente a mí que arrojó la colilla de su cigarro peligrosamente cerca de los pies de un peatón. Tal vez fue la canción que iba oyendo. Tal vez fue el lunes, la desvelada o las exiguas ganas que tenía de ir a donde estaba yendo. Todos intentando pasar por el mismo lugar y a nadie importándole lo suficiente como para echarse para adelante. Como una liga a punto de romperse, como un golpe seco, como un grito sordo.

Estaba todo tan anclado y tan flotando; denso y suspendido a la vez. Estaba todo funcionando por inercia. Estaba el viento llevándose las respiraciones. Estaba el silencio partiéndonos la cara a todos y el gris del cielo imprimiéndosenos en los labios. Estaban las miradas autómatas que ni se encuentran, ni se buscan, ni se reconocen, ni se honran... ni se miran.

Fue como transitar por un día feriado sin lo festivo. Fue como entrar al momento clímax de una gran película muda pero sin el arte. Como transitar por un invierno sin el frío. 

No eres una ciudad abandonada ni sola; todo lo contrario acaso. Pero eres una ciudad desamparada. Una ciudad huérfana, cenicienta y enferma. El escenario amorfo de tantas historias, una maquinaria destartalada que se empeña en vivir mientras respira con dificultad. Eso sentí cuando te transitaba hoy y  sigo sin poder sacudirme la ceniza.

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