Quisiera haberlo dicho

Una noche mientras dormías, yo no. Y se me hizo una grieta en el fondo del alma. Dormí, pero a partir de entonces comencé a sangrar despacio. Gota a gota. No era amor lo que escurría, ni respeto, ni admiración, ni agradecimiento al universo por haberme estrellado contra ti, ni ganas de traerte flores. Era angustia, era culpa, era soledad. Soledad de ésa en la que nadie puede acompañar a nadie. El mundo se inclinó cuesta arriba poco a poco. Con algunos temblores primero, luego con cataclismos enteros. Comenzó a faltar el aire. Rebotaban los ecos de un silencio. Al principio lo negué todo como volvería a hacerlo pero después se propagó como un incendio enfurecido. Sentí que no encajaban las manos en mi pecho, que mi voz no era completa, que mi sombra me había visto llorar y que me estaba delatando. Tuve miopía. Tuve vértigo. Tuve asfixia. Imaginé que entrabas corriendo por la puerta, pidiéndome salir para ver el hermoso mañana que había amanecido. Y sentí un pinchazo de miedo. Un segundo. Indiscutible como un relámpago. Me sentí mentira sin hablar. Se me cayeron pedazos. La culpa batiendo tambores. Tus ojos, tus manos, tus botas, tu almohada. Cualquier otra habría mirado para otro lado. ¿Por qué yo no puedo ser cualquier otra? La grieta fue río y en ese río me ahogué. Comprendí que estaba rota. Supe que lo más injusto que podías tener en la vida era yo. Con todo mi dolor. Yo derramada, yo pensando en otra cosa, yo con los pies fríos y la espalda mojada de tanto sudar soñando pesadillas contigo y sin ti. Supe que lo más egoísta que podía querer eras tú. Supe que urgías, gritabas, ansiabas algo más y mejor que yo en cenizas, yo con los ojos hinchados, yo escondida sin saber qué responder, yo respirando a medias. Porque esto que me mataba nos mataba. Ojalá sea cierto que me perdonas, como cierto fue todo lo demás. No lo dije yo, pero quisiera haberlo dicho: también de amor se suelta. Tienes razón. Yo me fui antes.

No hay comentarios: