Pedazos de cristal

Un día rompí un espejo. Literalmente. No era un pequeño espejito de mano que se me cayó por accidente y se quebró. Era un gran espejo rectangular que compré de adorno una vez y que terminé rompiendo con un martillo con la genuina intención de hacerlo pedazos. No fue algo fácil. Sábado en la mañana en la azotea, yo con un martillo en la mano, el espejo en el suelo y yo sin poder decidirme a dar el golpe. No es una cosa fácil esta de romper espejos. No sé cuánto tiempo pasó pero finalmente levanté el martillo y un sólo golpe justo en el centro fue más que suficiente. Recuerdo el ruido que hizo. De entre los añicos y el polvo de cristal fue sacando los pedazos que más me gustaban: grandes, medianos y pequeños. Formas caprichosas y todas distintas. Accidentadas y hermosas. Tomé esas piezas y con un pedazo de cinta en la parte de atrás, fui pegándolas una a una en la pared, dejando espacios entre ellas y armando un bonito "cuadro" que va cambiando todo el tiempo. En aquél momento, no entendí porqué estaba haciendo una cosa así pero me pareció sumamente simbólico. Todavía hoy los pedazos de cristal están ahí y yo los veo y me veo en ellos todos los días al pasar...

Hoy fue un día lleno de situaciones que escapan de mis manos, de fuertes encontronazos conmigo misma y estoy segura que será una noche en la que no dormiré demasiado. La vida se tejió tan minuciosamente (hasta los tiempos me sorprenden...) que terminaron manifestándose cosas a las que me tuve que enfrentar, que me impactaron y que no me gustaron. Justo lo que quería evitar, reventó. No me gustó, me dolió estar en medio de tantas cosas que no son mías cuando yo sé, cuando mía era la intención y era exactamente la contraria.

Primero, entre expectativas y forcejeos, esperanzas añejas, verdades a medias, escenarios que se caen, diálogos memorizados, una interrupción, mis propios juicios y mis ganas de compartir y no saber qué o cómo ni a quién. Luego, una revelación, un freno, culpa, exageraciones innecesarias. Y finalmente, confusión, complejidad, una mala interpretación que se veía venir, tergiversaciones absurdas y ajenas, desconfianza, duda. Llegué llorando a casa. Exhausta, triste, sorprendida... sola. No sabía ni por dónde comenzar a desenmarañar toda la madeja de ideas y sentimientos que traía. Y entonces me senté a escribir... porque eso es lo que hago cuando no sé qué más hacer.

Descubrí, revisé y confirmé otra vez que tengo mucho miedo. Miedo de ser juzgada a la ligera, de ser etiquetada bajo algo que no soy. Miedo de ser incapaz. Miedo de lo que los demás opinen de mí; sí, sí, sí, me da miedo el qué dirán y mucho. Miedo de no llegarle a esa que me prometí ser, de no llegarle a esa que me conté que era. Me da miedo no saber defenderme, me da miedo la escasez, me da miedo ser ingenua e inocente en este mundo. Me da miedo estar sola y estarme acostumbrando. Me da miedo que llegue el momento en que no pueda ya compartir. Me da miedo no encontrar lo que tanto estoy buscando. Me da miedo que no exista la justicia. Me da miedo que se cierren las puertas y no se abran las ventanas. Me da miedo el dolor de pedir ayuda y de no recibirla. Me da miedo el juego sucio, la traición. Miedo a la dureza, a la rigidez, a la cerrazón.

¿No son demasiados miedos? ¿No es demasiado para andar cargando? No.

¿No será que mas bien tengo miedo de resolverlos?

Por más enfermo que suene, por más imposible que parezca, hoy entiendo que ¡también me da miedo no tener miedo! Porque sin mis miedos, los que conozco, los que están arraigados y recalcitrados hasta el alma, con los que tanto me identifico; si los resuelvo, entonces quizá no me reconozca a mí misma, quizá me pierda y no pueda encontrarme, quizá si atravieso aquello a lo que aprendí a temer, pierda toda la sensación de control y sea tan estúpidamente feliz y libre que no pueda funcionar en este lugar.

Qué fuerte, qué complejo, qué profundo, qué duro. Qué mierda, suena horrible. Por lo menos a mí nadie me ha dicho que esto de sentarse a escribir en total honestidad a las tres y media de la mañana, sea una cosa fácil. Escribiendo encuentro cosas... y eso encontré.

Debí decirlo de frente y antes, el domingo. Debí arriesgarme y hacerme responsable de lo que sucediera. Debí contarme menos historias y tomar más acciones. Debí ahorrarme las vueltas y los intermediarios que ni siquiera busqué, carajo. Debí confiar en mi experiencia. En mis dos experiencias distintas. Debí creerme capaz de hacerlo por mí. Debí haberlo decidido sin tantas patrañas mentales. Debí pedir ayuda y punto. Debí haber aprendido antes... hace tiempo cuando también pasó. Debí confiar en mi percepción. Si iba a desconfiar de alguien no debí hacerlo de mí. Debí creérmela. Y claro, ¡debí cenar más rápido y llegar al punto! Ni hablar. Me quedo tranquila. Triste, pero tranquila. Y deseando que las cosas caigan, un día, por su propio peso.

Esa imagen que tengo de mí me está doliendo. Esos miedos que me compré huelen a podrido. Y esto no es con nadie, es conmigo. Soy yo frente al espejo. ¿Y luego? ¿ahora qué? Ahora entiendo porqué me pareció tan simbólico aquél martillazo. Necesito verme de otra manera, en un espejo nuevo. Si no hago pedazos estos miedos, ellos me van a hacer pedazos a mí. No tengo nada qué demostrar y mucho qué aprender. Hoy me descubro humana y profudamente compleja entre esos pedazos de cristal.

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