Mañana nos vamos

Venimos de los monos y las estrellas. Ésa es mi conclusión y estoy convencidísima. Empiezo por el final porque puedo y porque quiero. ¡Otra conclusión! Vaya, que estamos de fiesta. Úlima: no sabemos nada.

Cada vez entiendo menos y eso es bien sabido. Al menos por mí. Veo a los monos tan felices y a las estrellas tan en paz que me resulta inevitable preguntar qué nos pasó. Me rasco la cabeza y no sé qué contestarme. ¿Dónde estuvo la falla? ¿De dónde nos salieron tanta necedad y tanta ceguera? ¿Quiénes creemos que somos?

Nos hemos construido muros y hemos corrido a toda velocidad contra ellos. Tanto y tantas veces que ya se nos rompieron los dientes y las ganas. Nos hemos roto la cabeza al grado de no reconocernos más unos a otros. ¿Y qué hacemos después? Nos quitamos la sangre de los ojos con el dorso de la mano y volvemos a correr al bendito muro. Pum.

¿Por qué tenemos este impulso de polarizarlo todo? Esta necesidad imperiosa y estúpida de meternos en cuadritos (muy chiquitos), de pensar en absolutos, de meterlo todo en cajones de madera vieja, con olor a humedad y a podrido, llenos de polilla. Cajones que se abren y se cierran con llaves muy difíciles de usar y que todo el tiempo se están rompiendo. ¡Ya quisiéramos ser bestias! O estrellas mejor. Para brillar todos quedito sin molestar a nadie. Y volar.

Supongamos que entiendo lo de los cuadritos. Pero que alguien me explique: ¿qué pasa con todo lo demás? ¿Eh? Que alguien que siga creyendo que somos excepcionales, venga y me explique: qué con todas las superficies a las que no se les pegan etiquetas... porque el resistol también se derrite, se resbala y deja de pegar. Qué con todas las formas que la geometría no ha inventado, qué cuando arde el fuego y tiembla la tierra, qué con lo que está ahí pero nuestro oído no escucha y nuestro ojo no ve. Qué con las sorpresas, qué con la magia, qué con el misterio, qué cuando coincidimos. Qué con todo lo que no es blanco o negro, grande o chico, feo o bonito, arriba o abajo, bueno o malo. Qué con todo lo que está en medio. ¿Dónde se pone? ¿A quién se lo doy? Necesito mucha ayuda para acomodarlo todo. Tengo un par de paquetes acá y ahora mismo quiero una explicación. Ahora mismo. Seria, real y urgente. (Seguro será divertidísima, me muero por escucharla).

Aquí estamos. Tratando de cortar flores con serruchos, haciendo girones la ternura y escupiéndole los pies a la libertad. Ensuciando el agua y dándosela a beber a quien más quieras. Mordiéndonos la lengua al hablar para que nos entiendan mejor, mirando pantallas, pegándonos relojes al cuerpo, firmando papelitos, contando monedas y con plástico enterrado entre las manos. Metal enredado en nuestros dedos. Respirándonos el asco, la vergüenza y el hartazgo. ¿Quién necesita el sol si tiene un foco? ¿Quién necesita la luna si está dormido? Siempre tan ocupados, tan apurados, tan temblorosos, tan atentos a quién sabe qué y tan distraídos con cualquier cosa. Tan amarrados y contenidos en corbatitas, agujetitas, cinturoncitos, rutinitas, tableritos, jueguitos, reglitas, callecitas. Viditas... ¡viditas! Así sí, así no. "Mira, no te vayas por allá, camina mejor por acá." Viendo al suelo, susurrándonos deseos aletargados, aguantándonos los sueños y tratando de no hacer demasiadas preguntas. Si puede ser ninguna, mejor. ¿Para qué? Todos, todos. Tic, tic, tic. Todos, todos. Un, dos, tres.

(...)

Que si lo bueno, que si lo malo, que si lo mucho, que si lo poco, que si lo tuyo, que si lo mío, que tú sí, que yo no, que muy mal, que muy bien, que tú allá, que yo acá. Cierras la puerta y hasta mañana. Que así se siente, que así se hace, que así se piensa, que así se dice... ¿y todo lo que no? ¡Ah, bueno eso es muy fácil! Es la historia de la humanidad en la primera lección: todo lo que no es lo otro. Punto pelota y se acabó el corrido.

Yo digo que bendita otredad y loca ya estoy desde hace vidas. A mí que me pongan con los otros, a mí que me pongan con nosotros.

(...)

Propongo una bodega. Vamos a construirnos una bodega para guardar todo lo que no nos cabe. Para ir a aventarlo y ponerle un altar. Llevemos todo lo inconveniente, lo que nunca supimos explicar y nos incomoda hasta las pestañas. Una bodega sin techo y sin paredes. De dimensiones mundiales, por favor. Una bodega de colores increíbles y criaturas que no existen. Llena de todos. Llena de agua. Llena de viento. Vamos a vernos desnudos al espejo y vamos a decir las cosas en voz alta. Fuerte y claro. Y al que no le guste que grite, que se pare de cabeza y que se arranque las uñas... si quiere. Vamos a hacer que los adjetivos no sean indispensables. Vamos a aplaudirle al verbo. Vamos a tener coraje y vamos a sonreír más que nunca. Vamos a descansar como santos y a amanecer como nuevos. Vamos a quemar todas las cajas de cartón, toda la cinta adhesiva, lo indeleble y todas las palabras que duelen. Vamos a perder la memoria y a aprender otra vez de cero. Vamos a besarnos. Vamos a sembrar muchas plantas para contarles todo; ellas escuchan, lo hacen muy bien. Vamos a dejar de picarnos las costillas y dejar de mutilarnos la piel. Por fin. 

(...)

Almas encerradas en costalitos vivos y hermosos 
de carne, hueso y electricidad, 
pegados a una piedra de agua 
que gira a velocidades impresionantes 
mientras le da la vuelta a una
de millones de esferas flotantes... 

Y ésta a su vez 
bailando su propia música 
y hacia su propio lugar. 
¿Más loco que eso? 

¡¿Más?! 

Somos el accidente más perfecto, el experimento más absurdo y el más hermoso manojo de todo lo habido y por haber. Somos soberbios y somos ridículos. Y creemos que no somos parte y se nos caen las piezas. Somos todo y mañana nos vamos.

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