Ficción absurda y ridícula

Hoy hubiera querido cenar con mis padres. Un martes cualquiera. Yo hubiera llegado antes que ella pero él ya hubiera estado ahí. Llegar de la oficina y dejar el hartazgo al lado de los zapatos, por ahí, muy cerca de las escaleras. Aventar la bolsa, escuchar el silbido y sentir su beso tibio... que me preguntara cómo fue el día y que me viera la mirada al responder. Yo haría un comentario sarcástico y él sonreiría como niño sorprendido. Veríamos un ratito la televisión, uno que otro comentario aspaventoso de cómo es que el mundo se nos vino al carajo... algo del campo, algo del consultorio, algo de la universidad y escuchar sus llaves sortear la chapa... "ya llegó tu madre". "¡Hey!", diría ella. Llegaría jugando con su respiración y zapateando su ritmo retumbando todos los ecos de la casa. Algo arreglaría en el camino: un cuadro, una vela, algo fuera de lugar. Contaría un par de aventuras y luego diría que todo está bien. Él comenzaría con los preparativos en la estufa como si nadie hubiera comido en meses. Él de pie y nosotras sentadas atacando el plato. El ruido de los hielos, del agua, de la puerta, de todo. El perro del vecino. El vaivén de sus rostros, los olores familares, la escena que nunca sucedió. Los dos me besarían en la frente antes de irse a dormir y yo me quedaría leyendo. Apagaría la lámpara y después de lavarme el día de la piel, me metería en las sábanas tensas, frescas y deliciosas.

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