2:11

Recargo mi barbilla en la mano izquierda. El frío cristal de la mesa me acaricia el codo. Despeinada, de blanco y con zapatos, el segundero me canta mientras yo cruzo las piernas. Con los ojos abiertos sin mirar, tengo un recuerdo breve y sonrío. Son las 2:11 y no he comenzado a comenzar.