Lo cierto es que no

Después de acabar sin piedad con las nieves en cono -yo de coco, él de zarzamora- y de haber entrado a una tiendita que más bien parecía una cápsula del tiempo -o lo que imaginación dictó como la desordenada herencia de un viejito achacoso y amante de la lectura y las chácharas-; nos pusimos a caminar un rato por el parque.

La lluvia nos había dejado una tarde fresca, tranquila y nublada. No había tanta gente en la calle y el escándalo que suele habitar esos espacios de lunes a viernes, estaba descansando. Andaba por ahí el sujeto sosteniendo sus 50 globos de colores esperando vender alguno, andaba la gente paseando al perro y los niñitos aventurándose encima de sus triciclos. Andaba el tipo hablando por teléfono, andaban las ardillas en los árboles. Y andábamos nosotros.

Caminamos un buen rato, tanto, que llegamos al otro extremo del parque y nos detuvimos ante esto:


Así nomás, pintado en una barda en plena vista. La sensación fue la misma de cuando se encuentra un billete  de bajita denominación tirado en la calle. De sorpresa, de atracción, de mirar de reojo a ver si nadie nos miraba mirar y de reaccionar rápido.

Las piernas que volaban, brincaban o bailaban eran lo primero que se veía. Nos acercamos en automático para descifrar las letras: "todos somos iguales, todos somos iguales, todos somos iguales". Una y otra vez, como mantra. Una y otra vez, como plana. Una y otra vez como estribillo.

Y pasaron las horas y se hizo de noche y luego se hizo de día otra vez y mi vida siguió su predecible curso. Normal. Y yo seguí pensando en esta fotografía que tomé. Porque por más que nos guste pensarlo, por más que nos guste repetirlo, por más que nos encante ondear esa bandera con la garganta desgarrada de tanto gritarlo a los cuatro vientos... lo cierto es que no. No somos.

Y qué bueno.

1 comentario:

Guso dijo...

Todos somos iguales.