Kissing goodbye!

Hoy llegué de la oficina relativamente temprano, abrí una botella de vino sentada en el sofá y después de apenas media copa me di cuenta de que estoy harta de pagar renta. Ahora estoy ocupándome en esta nueva chaqueta mental -amplias disculpas por el folclor- de comprarme un algo.

Existen varios antecedentes, en los que no voy a ahondar ahora, pero sí trataré brevemente de enumerar: La historia financiera de mis padres y el (des)afortunado proceso que vivimos los cinco cuando papá lo perdió todo en el 94 -incluidas si acaso sus ganas de vivir-, todas las veces en las que secretamente me juré "yo no voy a vivir esto", el hecho de que tengo 10 años ayudándole a perfectos extraños a pagar sus hipotecas, mi proximidad a la cuarta década de vida, la estabilidad financiera de la que gozo por ahora y las lindas prestaciones de trabajar para un monopolio y esta temeridad a vencer mis miedos más obvios -por mencionar el más familiar: mi miedo al compromiso a largo plazo-.

Intuyo que comienza a ser momento de convertirme verdaderamente en una adulta y empezar poco a poco (a crédito, ¿cómo si no?) a adueñarme de unos cuantos metros cuadrados de este mundo. No hoy, no mañana, pero me gusta este 2012 para iniciar indagando por ejemplo en qué chingados se traduce tener tantos puntos en el INFONAVIT o qué exactamente significa la palabra traspaso. Y más me gusta que estos temas estén en mi cabeza. Señal inequívoca quizá -y sólo quizá- de que el tiempo por mí no ha pasado en vano.

Quiero tener un algo. No necesariamente el algo de mi vida. No la casa con pequeño jardín en la que aprenderán a gatear mis hijos, pero sí dejar de ponerle dinero al excusado los días 15 de cada mes y después soltar los 6 litros de agua que se lo llevarán por el caño. Antes sentía que pagar renta era una bendición, era un hilo que se cortaba cuando fuera necesario y a otra cosa, era libertad. En este momento, desde este lugar en donde estoy parada, ya siento que es un desperdicio. A saber. Tal vez la mirada ya alcance para más y esté yo involucrándome -con o sin querer- en procesos que duran más alla de aquí al próximo sábado.

Quién sabe. Puede que el D.F. me está exaltando la adultez. Parece que me la ha despeinado. Con esto y mi próximo ingreso a la maestría, ya nomás me falta comenzar a pagar las universidades de mis hijos imaginarios.

Kissing goodbye that days in life when absolutely nothing mattered!
Goodbye!

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