La inmortalidad del pez

Imagino un pez. Del color que sea. Que por alguna razón que ha olvidado o que no importa, ha saltado fuera del mar y ha ido a aterrizar de un encontronazo, en un viejo muelle de madera. A plena luz del aire seco. A la vista de algunas aves que por ahí pasaban, pero a la vista de nadie que pudiera salvarle. Un día precioso, por cierto.
El pez brinca y trata de impulsarse de alguna forma sobre la vieja y sabia superficie de madera. Alerta. Confusión. Todo es distinto de pronto. Rebota como hule de lado a lado, girándose y aprendiendo qué cosa es el dolor. Y sintiéndose vivo como nunca. El juego es ya. El pez se abre como flor tratando de respirar, pero sólo logra aspirar un vacío que si no lo llena, lo mata. Se aturde. Caos.
Antes de entrar en pánico, el pez tiene la certeza de que el mar está ahí. Tan sólo debajo del muelle. Puede escucharlo y olerlo. Y sabe que lo único que tiene que hacer, es intentar regresar al agua.
Después de entrar en pánico y una vez asfixiado por él, el pez desconfía del mar. Ya no sabe nada. Cree que si brinca, se va a ahogar.

1 comentario:

Miguel Inzunza dijo...

Mi favorito Gaby me conecta en una profundidad a pesar de que se desenlaza en la superficie, saludos !