Para mí

Es delicioso. Es como tomar el primer sorbo de café recién hecho un sábado lluvioso por la mañana entre las montañas. Es como meter el cuerpo en aguas termales que acarician y limpian la piel y sus silencios desde adentro. Como un chocolate artesanal y un traguito de mezcal. Es como tumbarse en la hierba húmeda y meterse entre unos brazos suaves y mirar a la noche fría que se llena de estrellas, aviones y galaxias imaginarias. Es como respirar aire virgen en el polo sur.

Es peligroso. Es como jugar a la ruleta rusa con un revólver oxidado de la primera guerra mundial con soldados perturbados y borrachos. Es como mirarse al espejo sólo para descubrir que detrás hay otro y abajo otro y arriba otro, y que entonces estamos metidos en un laberinto eterno de reflejos, rebotes matemáticos y energéticos pero nada más que eso. Es como provocarse una sobredosis con ganas de sobrevivir. Es una droga estimulante del lenguaje, por lo tanto el pensamiento y la imaginación, por lo tanto, provocadora del caos y el arte. ¿Cuándo nos ha servido pensar demasiado? 

Es terapéutico. Es como un masaje doloroso pero sanador para la espalda, las piernas, el alma y la mirada. Es como la primera lágrima que abre el surco inevitable en la mejilla de la persona que más amamos. Es como el río que se desborda tras un largo tiempo de sequía y se mete entre las grietas de la tierra quebrada y marchita... y desbordándola la revive. Es como la lluvia que lo cambia todo.

Es aterrador. Es como entrar a ciegas a una cueva negra llena de murciélagos y de moho, sin saber por qué y sin poder parar. Es como tejer una red y ver cómo se expande hacia lugares que ni siquiera sabías que existían muy dentro de tu pecho, entre sus sienes y detrás de tu ombligo. Es como revelar una fotografía y poder ver debajo de los químicos, la historia que se va dibujando en ese cuarto encerrado y pintado de rojo. Es como parir.

Es espiritual. Inexplicable, vertiginoso, enigmático. Se me ocurren puros adjetivos maravillosos. Es perder el control, dejarse llevar, volar sin saber dónde está cielo, meterse al mar en una noche sin luna. Atractivo, sensual, profundamente seductor. Es tratar de explicarle al ave qué cosa es el viento. Es la ola de una nube agitada pegándote en la cara. Es sentirse parte de otra cosa. Es aventurarse a terminar entre los hilos de una nostalgia o entre las llamas de un enojo enterrado o un amor más profundo de lo que creías. Es desconectarse del tiempo y del espacio y ser, sólo ser. 

Para mí, así se siente escribir.

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