Que no puedo dormir y que la noche me llena de ruidos la ventana y el pecho. Que mis ojos no me piden permiso para ponerse a regar y que los ríos acaban haciendo laguna en mis orejas mientras yo miro con detenimiento qué tan blanco es el techo de esta habitación. Que el café ya no es lo que era y que hace más de un mes que no bebo vino. Que ya me cansé. Que vivo con los pies descalzos y las pestañas mojadas. Porque sí, porque no: porque me duelen las piernas, porque me duele el miércoles y porque me duele lo que te duele a ti. Que aquí nos escuchamos los silencios y que mi garganta escriba todo lo que no me atrevo a decir.
Hace días un para qué me empujó de la cama y todavía me duele el golpe que me di contra el suelo. Tal vez caí más allá y habré tocado algún infierno. Que ya no quiero aguantar, que ya no quiero poder, que ya no quiero pensar en un futuro que no'más no llega. Que el vacío lo ha llenado todo. Porque nos acostumbramos con facilidad, porque nos faltan héroes. Porque no tenemos memoria y el mundo me da asco. Que toda verdad trae una mentira detrás, como un papalote con su humano en tierra.
Que no sé cuántos años, que no sé cuántos libros, que no sé cuántos rostros, qué no sé cuántas mudanzas ni cuántos pares de zapatos más. Que no sé cuántos intentos más estoy dispuesta a hacer. Al menos hoy estoy segura que ninguno. Que lo muy imposible no existe y que cuánta parafernalia barata y podrida. Que alguien me susurre en el oído un para qué verdadero.
No es cierto, mujer, esta vez no puedo, ¿y sabes? tampoco quiero poder. Yo, después de tanto huracán, ya tendría que haber llegado a algún lado; lo cierto es que soy la misma, la que no sé quién es. Las palabras se secan y las personas se asustan; y para el caso, es igual. Está todo al revés, están todos lejos. Dan ganas de hablar con algún extraño en algún parque en algún país en algún mundo.
Este año no quiero que llegue el invierno. Si no soporto las pestañas mojadas, mucho menos congeladas.
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