Estalactitas y estalagmitas

Sentí frío. Descolgué una chamarra, me la puse y la abroché hasta el cuello. Cubrí mis pies con un par de zapatos y bebí café tan caliente que me quemé la lengua. Cerré las ventanas, lavé mis manos con agua tibia y anudé alrededor de mi cuello una bufanda roja... roja como quería estar yo.

Sentí frío. No otra vez sino todavía. No cedía. Era frío, era por dentro y era mucho. Piel de gallina, dedos helados y mirada perdida. Frío por debajo de las pecas, entre las costillas y detrás del esternón. Frío el ombligo, fría la punta de la nariz, temblores, el pecho entumido y dificultad para respirar. Cosa rarísima. Día soleado. Yo diría que no menos de 20 grados afuera. No me siento enferma y no tengo alergias. 

Ojalá pudiera uno ponerse de pie bajo el sol y fundirse los hielos. Ojalá pudiera uno amanecer soleado como el cielo. Ojalá las estalactitas y las estalagmitas fueran recuerdos añejos de una adolescencia sentada en un pupitre frente a un pizarrón estudiando ciencias naturales y no sensaciones actuales de lo que podría estarme sucediendo por dentro de las venas. Ojalá pudiera uno medirse la temperatura anímica con termómetros emocionales de exactitud matemática y ponerse paños calientes para entibiarse la sonrisa... aunque, ¿para qué? Por más que me queme la lengua con café ardiendo, hay escarcha que no se derrite. 


No hay comentarios: